René Daumal |
1-Considerando la
vía ya abierta hacia el próximo Congreso de la AMP “Un real para el siglo 21”,
pensamos que el asunto del trauma dice y toca algo de ese real ¿Cuál es el
valor del trauma en la clínica y en la civilización de hoy?
En efecto, lo que desde Freud llamamos “trauma”
sigue siendo una vía privilegiada de acceso a lo real, si entendemos lo real en
la forma que Lacan lo abordó lógicamente, como aquello que no cesa de no escribirse.
Puede parecer una forma extraña de situar lo traumático pero es la más
apropiada que podemos encontrar para despejarlo de todo aquello que hace de
pantalla a su extraño lugar, de intrusión radical, para cada sujeto. Abordado
desde esta forma lógica, en realidad el trauma no es tanto lo que ocurrió, no
es aquello que llegó a realizarse, por muy terrible que lo imaginemos o
recordemos, sino más precisamente aquello que no cesa de no ocurrir,
aquello que no cesa de no realizarse, tanto en lo imaginario
del recuerdo como en las representaciones del lenguaje con el que intentamos
simbolizarlo. Este rasgo de lo traumático que permanece fuera del tiempo, fuera
de toda simbolización, pero retornando a la vez de forma repetida en la
realidad, es lo que nos muestra el estrecho parentesco del trauma con el
registro de lo real. Lo constatamos en la clínica. Aquello que retorna una y
otra vez para el sujeto tocado por el trauma, aquello que lo despierta en la
pesadilla, no es tanto aquello que le ocurrió, sino aquello que no llegó a
ocurrir, aquello que desde entonces no
cesa de no ocurrirle y que pide ser
realizado, reintegrado de alguna manera a su historia. “Un momento más y la
bomba estallaba…” —es el ejemplo que Lacan tomó en una gramática que deja
suspendido el sentido de lo que no cesa de no ocurrir: ¿estalló o no? Y a
partir de entonces no deja de no estallar… hasta que estalla.
Pues bien, digamos también que nuestra civilización,
esta “civilización de hoy”, es una civilización que está continuamente
pendiente de si la bomba estalla a no. Estamos traumatizados por lo que creemos
que va a ocurrir más tarde o temprano, en cada desastre, desde el más local
hasta el más planetario. Y lo sabemos bajo la forma de aquello que no cesa de no ocurrir, de aquello que, sin embargo, está siempre a punto de
ocurrir y en lo que nos sentimos inevitablemente implicados.
Que este estrecho vínculo del trauma con lo real se
siga haciendo especialmente presente en el campo de la sexualidad, en los
rodeos y avatares de la relación entre los sexos, es sin duda uno de los signos
de la actualidad del descubrimiento freudiano. La bomba de la sexualidad sigue
activada en cada esfera y significación de la vida del sujeto de nuestro
tiempo. Y lo constatamos tanto en la clínica diaria como en los hechos de una
civilización tan marcada por este real del sexo como siempre, aunque cada vez
de una forma nueva. En esta perspectiva, nuestro próximo Congreso de la AMP
será una exploración de las nuevas formas en las que lo real traumático se hace
presente para el sujeto de este nuevo siglo.
2- En el Paper 1 del pasado Congreso "El
orden simbólico en el siglo XXI" leemos la perspectiva del “analista
trauma”, sabiendo que es con mucha delicadeza que debemos tomar esta noción. Si
el analista trauma es quien acepta tomar riesgos -calculados- pero riesgos al
fin ¿cómo podríamos pensar hoy esa tensión “delicadeza-riesgo” en la
experiencia analítica? ¿Cómo juegan estos dos aspectos en relación a la
prudencia y la audacia que habitan el deseo del analista?
Un “delicado riesgo”, una “audaz prudencia”, son bonitas
variaciones de este oxímoron canónico que encontramos en la expresión del
“analista trauma”. Y es cierto, el analista siempre estará del lado del retorno
de lo reprimido, de aquello que no cesa de no escribirse… hasta que se escriba,
de la explosión controlada de la bomba de lo real para cada sujeto que viene a
buscarlo, de hecho, para desactivarla. El analista es así una suerte de
artificiero de lo real. Un artificiero es el experto en el manejo de explosivos
al que se suele llamar para desactivar una bomba. La paradoja es que la mayor
parte de las veces debe realizar una explosión controlada y debidamente
preparada de esa misma bomba, siempre en la premura de la situación más
inesperada. Y a veces, en el colmo de los colmos, debe añadir él mismo un poco
más de explosivo para llevar a cabo esta operación con éxito. Es lo que
llamamos deseo del analista en la causa de la transferencia. Y todo ello para
minimizar los daños directos y colaterales de una explosión “espontánea” de la
bomba sin control posible. El dispositivo analítico es así una suerte de
laboratorio ad hoc para realizar una
explosión controlada de la bomba de lo real que el sujeto trae consigo sin
saber muy bien cuándo ni cómo puede explotar. En realidad, a veces ni sabe que aquello
con lo que viene es una bomba y la primera operación es mostrarle que en las
repeticiones de su discurso quejoso ya se lee el “tic-tac” persistente de la bomba
de lo real que lo acucia.
Realmente hay que sostener un deseo bastante inédito
para ponerse en el lugar de artificiero de lo real. Es algo que siempre tiene
sus riesgos. Pero es precisamente con el artificio del significante y del
objeto a como el analista trata para
cada sujeto la bomba de lo real, esa bomba que no cesa de no estallar... hasta
que estalla en el síntoma. Allí lo real, aquello que en una primera definición
lacaniana "no tiene lugar", aquello que concuerda con a la propia definición
de lo imposible lógico, obtiene finalmente su lugar en lo simbólico y en lo
imaginario de una forma siempre singular y contingente para cada sujeto.
3-Lacan, en 1978,
en su Seminario “El momento de concluir”, introduce su noción de los trumains. Hemos leído cómo J.-A. Miller
retoma esta expresión (o neologismo) refiriéndola a “Los hombres huecos” de T.
S. Eliot. Pensamos nosotros que hace alusión a la huella del traumatismo que
lleva cada parlêtre de ese encuentro
de lalengua con el cuerpo. ¿Cómo piensa Ud. el alcance de esta
expresión de Lacan? ¿Qué podemos extraer de ella?
Siguiendo las resonancias de la expresión lacaniana,
indicaré una preciosa versión de los trumains
relatada por aquel interesante escritor que fue René Daumal. Es un breve mito
incluido en "El Monte Análogo", la novela que quedó interrumpida por la
temprana muerte de su autor, y es una historia que lleva el mismo nombre de
"les hommes-creux", los hombres-huecos. Es fácil suponer su
parentesco directo con los "hollow men" de T. S. Eliot, y es fácil
suponer también que Lacan mismo, lector de René Daumal, la conociese. De hecho,
"Función y campo de la palabra y del lenguaje", texto en el que se
encuentra la referencia a los "hollow men" de T. S. Eliot, concluye
con la conocida historia de Prajapâti, de la voz del trueno y de los tres
"da" que hay que saber interpretar, referencia que se encuentra en el
libro de René Daumal titulado "Los poderes de la palabra", otro
título que nos es muy cercano ya que fue el tema de un Encuentro Internacional
del Campo Freudiano. En todo caso, la historia de "los
hombres-huecos" de René Daumal me parece una referencia excelente para
tratar el vínculo del trauma con lo real. Merece una lectura tan cuidadosa como
el poema de T. S. Eliot y vale la pena reproducirla aquí:
Los hombres-huecos
viven en la piedra, circulan por ella como cavernas viajeras. Se pasean por el
hielo como burbujas de forma humana. Pero nunca se aventuran por el aire, ya
que el viento se los llevaría. Poseen casas en la piedra, con las paredes
hechas de agujeros, y tiendas de campaña en el hielo, con la tela hecha de
burbujas. De día permanecen en la piedra, y de noche vagan por el hielo,
bailando a la luz de la luna llena. Pero nunca ven el sol, de otro modo
estallarían. Solo comen vacío, comen la forma de los cadáveres, se emborrachan
de palabras vacías, de todas las palabras vacías que nosotros pronunciamos. Hay
quienes dicen que siempre fueron y que siempre serán. Otros dicen que son
muertos. Y otros más dicen que cada hombre vivo tiene en la montaña su
hombre-hueco, así como la espada tiene su funda, así como el pie tiene su
huella, y que se encuentran en el momento de la muerte.
Cada ser que habla tiene pues su ser hueco en alguna
parte, no como un complemento suyo sino como aquello que lo descompleta de
manera irreductible. Es la falta de ser que escribimos con la $ y que se
alimenta del vacío producido por el propio significante. Pero es a la vez el
encuentro del cuerpo con los significantes de lalengua lo que introduce en este ser que habla la dimensión del
goce y de la muerte. Pues bien, el estrecho vínculo del trauma con lo real de
los “hombres-huecos” puede resumirse en lo siguiente: un momento más y tu
hombre-hueco estallaba... como lo más real de tu inconsciente a la luz del día.
Y a ti te corresponde descifrar los signos que su vacío deja inscritos en la
piedra y en el hielo de tus días y tus noches.
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