28 de desembre 2012

La AMP: del pacto simbólico a una respuesta de lo real





















A los veinte años de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

Desde la perspectiva que nos dan veinte años desde la creación de la Asociación Mundial de Psicoanálisis conviene recordar de dónde surgió para situar la apuesta que hoy hace presente la causa analítica en nuestro mundo. La creación de la AMP fue el punto de apoyo del llamado Pacto de París —Febrero de 1992—, hecho realidad en aquel momento por las cuatro Escuelas que se referían a la red de la Fundación del Campo Freudiano: la École de la Cause freudienne, la Escuela del Campo Freudiano de Caracas, la Escuela Europea de Psicoanálisis y la Escuela de la Orientación Lacaniana. Propuesto e impulsado por Jacques-Alain Miller, el Pacto de París anudaba estas cuatro Escuelas en una adhesión de mutuo reconocimiento, y de elaboración provocada por la propia AMP que cumplía así la función de Más Uno para su anudamiento en el trabajo de cada una de dichas Escuelas. Es un anudamiento al que se han añadido después otras Escuelas, hasta el número de siete, y que ha ido transformando sus elementos alrededor de su agujero central, el mismo que bordeamos cada vez que damos cuenta de la no existencia de El analista como un universal, como una figura estándar que ofrecería un modelo más o menos profesional a los practicantes del psicoanálisis. La AMP no es, en efecto, ni un colegio profesional ni una asociación para defender los derechos de sus practicantes, asociación que siempre terminaría funcionando como una sociedad de asistencia mutua contra el discurso analítico, una SAMCDA, como la bautizó Jacques Lacan. Tal asociación tendría finalmente la clave para definir al psicoanalista lacaniano estándar, ya fuera para distinguirlo del psicoterapeuta aplicado o para confundirlo finalmente con él. Un pacto simbólico se constituye siempre alrededor de un agujero, y la AMP se constituyó precisamente alrededor de un agujero central en el saber sobre qué es el analista lacaniano. A este saber no hace falta agujerearlo, porque parte ya del agujero que es estructural en la experiencia analítica y que anotamos con la A tachada de la falta del Otro. No está de más recordarlo para distinguir esta falta del Otro de la función de Más Uno con la que a veces se lo confunde y que hoy hace presente la llamada Escuela Una. Las razones para esta distinción tienen fecha en la intensa historia de la AMP: 1998 fue su punto de viraje, 2000 fue el momento de creación de la Escuela Una.

La AMP tiene pues esto en su haber, sabe que parte de una falta en lo simbólico, a diferencia de una sociedad corporativista que la recubre con su funcionamiento de grupo. Es por esto mismo que el grupo psicoanalítico es imposible y que por esta imposibilidad lógica funda su real (cf. “L’Étourdit”, Autres écrits, p. 475). Lo que llamamos Escuela Una es la forma de apuntar a este real para tratarlo de una forma acorde con la experiencia analítica. Pero también nos indica cómo abordar y tratar lo real en la contemporaneidad de nuestro mundo. Es lo real de la ciencia con el que el psicoanálisis de este siglo tendrá que vérselas una y otra vez para poner a prueba la solidez de su clínica, de su episteme y de su política. Lo real de la ciencia aloja precisamente un saber que parece ya escrito en él —ya sea en el gen o en la neurona—, un saber que tapona todo agujero, y siempre, según indicaba Lacan, consiguiéndolo de manera eficaz.
Así pues, el movimiento de las distintas Escuelas de la AMP sigue una misma brújula: la que nos conduce desde un agujero en lo simbólico hacia un agujero en lo real, el agujero que define la apuesta de la AMP para este siglo marcado por la alianza de la ciencia con el discurso del capitalismo. Jacques-Alain Miller lo señaló al final del pasado Congreso de la AMP en Buenos Aires anunciando el tema del próximo, en Paris 2014, sobre “Un real para el siglo XXI”: “Diré que capitalismo y ciencia se han combinado para hacer desaparecer la naturaleza y lo que queda del desvanecimiento de la naturaleza es lo que llamamos lo real, es decir, un resto, por estructura, desordenado”. Una vez la naturaleza ha desaparecido como un sistema más o menos ordenado de leyes simbólicas, queda el resto de lo real sin ley.
La acción lacaniana de este siglo debe tener en cuenta entonces que el problema no es ya en última instancia el del agujero en lo simbólico, el que motivó tanto la caída de los grandes relatos edípicos como la propia clínica que se ordenaba a través del Nombre del Padre, sino el del desorden de lo real que queda como resto de esta caída. El problema es hoy cómo responder a eso que en lo real hace agujero.
¿Cómo transmitir hoy el lugar decisivo de este real que en el lenguaje solo reaparece como aquello que no cesa de no escribirse y del que, como nos muestra la clínica, depende el destino de cada sujeto y, con él, el del psicoanálisis?
En esta perspectiva, el debate no ha hecho más que comenzar.