A los veinte años de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
Desde
la perspectiva que nos dan veinte años desde la creación de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis conviene recordar de dónde surgió para situar la
apuesta que hoy hace presente la causa analítica en nuestro mundo. La creación
de la AMP fue el punto de apoyo del llamado Pacto
de París —Febrero de 1992—, hecho realidad en aquel momento por las cuatro
Escuelas que se referían a la red de la Fundación del Campo Freudiano: la École de la Cause freudienne, la Escuela
del Campo Freudiano de Caracas, la Escuela Europea de Psicoanálisis y la
Escuela de la Orientación Lacaniana. Propuesto e impulsado por Jacques-Alain
Miller, el Pacto de París anudaba
estas cuatro Escuelas en una adhesión de mutuo reconocimiento, y de elaboración
provocada por la propia AMP que cumplía así la función de Más Uno para su
anudamiento en el trabajo de cada una de dichas Escuelas. Es un anudamiento al
que se han añadido después otras Escuelas, hasta el número de siete, y que ha
ido transformando sus elementos alrededor de su agujero central, el mismo que
bordeamos cada vez que damos cuenta de la no existencia de El analista como un
universal, como una figura estándar que ofrecería un modelo más o menos
profesional a los practicantes del psicoanálisis. La AMP no es, en efecto, ni un
colegio profesional ni una asociación para defender los derechos de sus
practicantes, asociación que siempre terminaría funcionando como una sociedad
de asistencia mutua contra el discurso analítico, una SAMCDA, como la bautizó
Jacques Lacan. Tal asociación tendría finalmente la clave para definir al
psicoanalista lacaniano estándar, ya fuera para distinguirlo del psicoterapeuta
aplicado o para confundirlo finalmente con él. Un pacto simbólico se constituye
siempre alrededor de un agujero, y la AMP se constituyó precisamente alrededor de
un agujero central en el saber sobre qué es el analista lacaniano. A este saber
no hace falta agujerearlo, porque parte ya del agujero que es estructural en la
experiencia analítica y que anotamos con la A tachada de la falta del Otro. No
está de más recordarlo para distinguir esta falta del Otro de la función de Más
Uno con la que a veces se lo confunde y que hoy hace presente la llamada
Escuela Una. Las razones para esta distinción tienen fecha en la intensa
historia de la AMP: 1998 fue su punto de viraje, 2000 fue el momento de
creación de la Escuela Una.
La
AMP tiene pues esto en su haber, sabe que parte de una falta en lo simbólico, a
diferencia de una sociedad corporativista que la recubre con su funcionamiento
de grupo. Es por esto mismo que el grupo psicoanalítico es imposible y que por
esta imposibilidad lógica funda su real (cf. “L’Étourdit”, Autres écrits, p. 475). Lo que llamamos Escuela Una es la forma de
apuntar a este real para tratarlo de una forma acorde con la experiencia
analítica. Pero también nos indica cómo abordar y tratar lo real en la
contemporaneidad de nuestro mundo. Es lo real de la ciencia con el que el
psicoanálisis de este siglo tendrá que vérselas una y otra vez para poner a
prueba la solidez de su clínica, de su episteme y de su política. Lo real de la
ciencia aloja precisamente un saber que parece ya escrito en él —ya sea en el gen
o en la neurona—, un saber que tapona todo agujero, y siempre, según indicaba
Lacan, consiguiéndolo de manera eficaz.
Así
pues, el movimiento de las distintas Escuelas de la AMP sigue una misma brújula:
la que nos conduce desde un agujero en lo simbólico hacia un agujero en lo real,
el agujero que define la apuesta de la AMP para este siglo marcado por la alianza
de la ciencia con el discurso del capitalismo. Jacques-Alain Miller lo señaló
al final del pasado Congreso de la AMP en Buenos Aires anunciando el tema del
próximo, en Paris 2014, sobre “Un real para el siglo XXI”: “Diré que capitalismo y ciencia se han combinado para hacer desaparecer la
naturaleza y lo que queda del desvanecimiento de la naturaleza es lo que
llamamos lo real, es decir, un resto, por estructura, desordenado”. Una vez la
naturaleza ha desaparecido como un sistema más o menos ordenado de leyes
simbólicas, queda el resto de lo real sin ley.
La acción lacaniana de este siglo
debe tener en cuenta entonces que el problema no es ya en última instancia el
del agujero en lo simbólico, el que motivó tanto la caída de los grandes
relatos edípicos como la propia clínica que se ordenaba a través del Nombre del
Padre, sino el del desorden de lo real que queda como resto de esta caída. El problema es hoy cómo responder a eso que en lo real hace agujero.
¿Cómo
transmitir hoy el lugar decisivo de este real que en el lenguaje solo reaparece
como aquello que no cesa de no escribirse y del que, como nos muestra la
clínica, depende el destino de cada sujeto y, con él, el del psicoanálisis?
En
esta perspectiva, el debate no ha hecho más que comenzar.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada