Hablar con el cuerpo*. La
expresión no es obvia y tiene su referencia en el Seminario 20, “Aún”, de
Jacques Lacan, tal como nos la ha recordado tan oportunamente Ricardo Seldes[1].
Veamos el contexto: “Yo hablo con mi cuerpo, y eso sin saberlo. Digo pues siempre
más de lo que sé. Con ello llego al sentido de la palabra sujeto en el discurso
analítico. Aquello que habla sin saberlo me hace yo, sujeto del verbo”.[2] ¿Qué es
entonces aquello que habla con mi cuerpo sin que yo lo sepa? Hay en el texto en francés una homofonía que conviene
señalar: el sujeto —sujet— incluye lo
sabido —su— y el yo —je— sujeto del verbo, sujeto del
enunciado. Tal como había indicado el propio Lacan un poco antes en el mismo
Seminario, aquello que habla con mi cuerpo y en lo que deberé reconocerme
finalmente como sujeto, como Yo, no puede ser otra cosa que el Ello freudiano,
el Ello pulsional que habla, que goza y que no sabe nada de eso. Este Ello es
aquí el sentido de la palabra “sujeto” en el discurso analítico al que se
refiere Lacan: “Allí donde ello habla, ello goza, y ello (no) sabe nada”.
Conviene, en efecto, forzar un poco la gramática en cada lengua para acercarse a
aquello que habla con mi cuerpo como sujeto, aquello con lo que terminaré identificándome
como Yo, en el mejor de los casos. Hay toda una clínica que nos muestra que eso
no siempre es posible, ni necesario. En algunas psicosis, por ejemplo, el
sujeto puede muy bien no identificarse en absoluto con aquello que habla con su
cuerpo. El cuerpo va entonces por una parte, el sujeto por otra. ¿Cómo alguien
termina por identificarse como sujeto, como Yo, con aquello que habla con su
cuerpo? Es un proceso que siempre tiene algún desajuste, allí por donde Ello
habla sin que Yo lo sepa, diciendo más de lo que Yo sé, generalmente en el
síntoma.
Todo ello supone en primer lugar que un cuerpo no
habla por sí mismo, supone por el contrario que un cuerpo es aquello con lo que
el Ello habla, con lo que habla el sujeto pulsional —si esa expresión tiene un
sentido en la medida en que la pulsión es acéfala, sin sujeto—. Un cuerpo no
habla por sí mismo, es preciso que esté habitado de alguna forma por lo que
escuchamos como el deseo del Otro. De nuevo puede parecer obvio señalarlo pero
no lo es de ningún modo, al menos para la ciencia de nuestro tiempo para quien
los cuerpos dicen, hablan por sí mismos, significan cosas con un saber ya
escrito en ellos, ya sea en el gen o en la neurona. El sentido que el término
“sujeto” tiene para el psicoanálisis implica, por el contrario, que un cuerpo
no habla por sí mismo sino que más bien es hablado por el Ello, por el sujeto
del goce, sin saber nada de ello.
Hablar con el
cuerpo es entonces una expresión muy bien encontrada si pensamos además que
uno de los ideales de la ciencia de nuestro tiempo sería precisamente poder
hablar sin el cuerpo. Veamos, por
ejemplo, lo que dice un científico como Kevin Warwick, ingeniero, profesor de
Cibernética en la Universidad de Reading, conocido por sus investigaciones en
robótica y sobre la interface cuerpo-ordenador. Son investigaciones de este
tipo las que están marcando el horizonte en el que el sujeto de este siglo hace
ya la experiencia de su cuerpo como algo separado, como separable de él como
sujeto, anexionable a toda una serie de artificios técnicos, mejorable en todas
sus cualidades y, finalmente, parcializado en lo que conocemos como el cuerpo
despedazado anterior al estadio del espejo. En su reciente paso por Barcelona,
Kevin Warwick, apodado Captain Cyber
y a quien tomamos ahora como portavoz de un cientificismo en alza, pudo afirmar
sin ninguna sombra de duda: “Nuestro cuerpo ya es solo un estorbo para nuestro
cerebro”[3].
Por supuesto, la primera pregunta que podríamos dirigirle es si ha dejado ya de
considerar a “nuestro cerebro” como una parte de “nuestro cuerpo”. El problema
no es banal, está en el centro de las neurociencias actuales cuando intentan
definir los límites del cuerpo en relación a la mente, en un dualismo que
retorna sin cesar a pesar de considerarlo ya resuelto. Pero veremos que ese
“nuestro”, término simbólico que debería fundar la unidad del cuerpo en
cuestión, término fundado a su vez en una identificación con aquello que habla
con “nuestro” cuerpo, ese “nuestro” es más bien vacilante y, a fin de cuentas,
absolutamente prescindible para la ciencia. Una vez troceado el cuerpo en
diversas partes, ninguna de las cuales incluye necesariamente la identidad del
ser que habla, el conjunto o la unidad que podamos recomponer con técnicas cada
vez más sofisticadas no asegura tampoco ningún tipo de identificación ni de
identidad: “¡Ahí esta el problema! La gran incógnita del futuro es nuestra identidad”,
exclama entonces el científico que cree —es una creencia— que la identidad del
sujeto es un dato inscrito en lo real del organismo, como si fuera una cualidad
inherente a su naturaleza. La imagen que se dibuja en el horizonte del avance
tecnocientífico, aunque parezca más bien una realidad de ciencia ficción, es
entonces la siguiente: una red de cerebros conectados entre sí sin necesidad de
soportar ese resto de funciones prescindibles en las que se resumiría un
cuerpo. El ideal que acompaña esta imagen es tan explícito como el que ha
llevado a Kevin Warwick a intentar vencer los insondables problemas de
comunicación que parece tener con su mujer. Es el ideal de una conexión directa
de cerebro a cerebro: “Estaba claro que teníamos un problema de comunicación.
Así que un día conectamos mi sistema nervioso a su mano y, cuando ella la
movía, yo recibía los impulsos en mi cerebro, y nos comunicábamos con código
morse.” Es una experiencia que realizaría de forma literal, sin metáfora
alguna, aquella otra que el poeta encuentra en el amor: “No soy sino la mano
con la que tú palpas”[4]. De
hecho, es una forma como otra de creer que la relación sexual puede escribirse,
aquí en código morse, y que los sujetos pueden hablarse sin necesidad de pasar
por el goce del cuerpo, de su bla-bla-bla tan engorroso como ineficaz desde el
punto de vista del conocimiento científico.
El problema que encuentra Kevin Warwick por esta
vía es, sin embargo, indicativo de otro real que se agita en los cuerpos y que
no parece ser reducible al real que la ciencia aborda con sus instrumentos. Es
el real del propio lenguaje, el real que aprendemos a situar con el término de lalengua. Si el sujeto tampoco ha logrado
así la correcta comunicación con su mujer es porque el ingenio “topó con la
misma barrera que nosotros: la interfaz entre cerebros, el lenguaje […] Comparado
con lo instantáneo y preciso de la transmisión en la red neuronal, nuestro
lenguaje es un código ambiguo e impreciso... Y hablar, ¡qué lenta y primitiva
manera de emitir y recibir ondas sonoras!” Entonces, si los cuerpos eran ya un
estorbo también lo será finalmente el lenguaje humano que se muestra
absolutamente inexacto e ineficaz, equívoco y parasitario, imbuido de un goce
inútil. Queda sin embargo, a juicio del propio científico, un resto imposible
de eliminar: esa presencia del lenguaje en los cuerpos, un real del que ese goce
inútil es el mejor testimonio.
Es precisamente en este goce inútil donde el
psicoanálisis ha encontrado al sujeto del Ello, aquello que habla sin saberlo
yo, ese Ello que siempre era —“Donde Ello era…” — y al que Yo, como sujeto,
debo advenir, para retomar la fórmula de la ética freudiana releída por Lacan. Y
Ello siempre habla, aunque sea de un modo que parezca primitivo, Ello siempre
goza allí donde el sujeto menos lo sabe. También en el científico.
Retomemos entonces la preciosa expresión de Lacan:
hablar con el cuerpo será siempre el mejor testimonio de este Otro real que el
psicoanálisis ha descubierto con el nombre de inconsciente y que nos convoca con
tanto entusiasmo a nuestro próximo VI Enapol.
* Texto de presentación del tema para el VI Encuentro Americano de la Orientación Lacaniana, Buenos Aires 22-23 de Noviembre de 2013, "Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real".
[1] En “Presentar el cuerpo”, consultable en la Web de ENAPOL: http://www.enapol.com/es/template.php?file=Textos/Presentar-el-cuerpo_Ricardo-Seldes.html
[1] En “Presentar el cuerpo”, consultable en la Web de ENAPOL: http://www.enapol.com/es/template.php?file=Textos/Presentar-el-cuerpo_Ricardo-Seldes.html
[2]
Jacques Lacan, Le Séminaire XX, “Encore”,
Du Seuil, Paris 1981, p. 108.
[3] Ver
la entrevista en el periódico “La Vanguardia” del 19 de Noviembre de 2012:
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20121119/54355365278/la-contra-kevin-warwick.html
[4]
Evocamos aquí al poeta catalán Gabriel Ferrater: “No sóc sinó la mà amb què tu
palpeges”.
1 comentari:
Las otras partes del cuerpo hablan, a su modo, tanto como la lengua.
Hay un hablar, entonces, fuera de la lenguaje ... devenidos, por ello, los otros lenguajes: los del silencio, los de la no lengua.
Podemos leer ,estos otros, lenguajes en las artes que no tienen en la palabra su soporte visible: por ejemplo arquitectura y musica y ...
Un muy cordial saludo,
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