Prólogo a Psicoanálisis orientación lacaniana: Recorrido del goce en la enseñanza de Jacques Lacan, JCE Ediciones, Buenos Aires 2019
¿Es posible una enseñanza del psicoanálisis en la Universidad? La pregunta no debería sorprender al lector de la obra Freud. A la vez que afirmaba, en su texto dedicado a responder esta pregunta, que la institución universitaria “únicamente puede beneficiarse con la asimilación del psicoanálisis en sus planes de estudio”, el fundador del psicoanálisis no dejaba de señalar los límites de esta asimilación: aun con el mejor programa de enseñanza posible, “el estudiante nunca podrá aprender cabalmente el psicoanálisis”[1]. De hecho, no solo le faltará el acceso al “ejercicio práctico” sino que únicamente podrá acceder a este ejercicio a partir de lo que elabore de sí mismo, como analizante, en su propia experiencia analítica. A falta de ello, la lógica interna de esta experiencia quedará opaca en los conceptos que aprenda.
Freud mantuvo así desde el principio la necesidad de unas formas propias de transmisión y de evaluación del psicoanálisis que no podían regularse desde el discurso universitario. Y creó una institución que terminó yendo a contracorriente de su propio descubrimiento precisamente, y entre otras cosas, por una deriva del discurso analítico hacia el discurso universitario, es decir por una promoción del psicoanalista didacta como agente y garantía última del saber aprendido en la experiencia. No está de más recordar que, en realidad, la figura del Lehranalytiker, el analista didacta, era más bien en su origen un didacta universitario de disciplinas diversas que deseaba orientarse por el psicoanálisis y adentrarse en su experiencia. No era el psicoanalista que ya poseía un saber reconocido por su pares sobre esa experiencia sino el que mejor podía plantearse la pregunta sobre la lógica que la gobernaba para alimentar así otros saberes. La inversión en el uso y en la práctica de esta expresión, analista didacta, da la medida del deslizamiento institucional que llevó al psicoanálisis a la situación que Jacques Lacan encontró y criticó en 1956 [2]. Se trataba de una sociedad jerárquica en la que los propios analistas didactas, que Lacan llamaba ahí “Suficiencias”, se eligen y reconocen entre sí formando una clase en oposición a los candidatos a ocupar esa misma clase, llamados irónicamente “Zapatitos”. Se producía así la homología con la estructura universitaria de profesores y estudiantes. Lejos de responder a la pregunta planteada al principio, ésta se cerraba sobre sí misma en la figura del analista que se bastaba a sí mismo como sujeto supuesto saber.
Fue Jacques Lacan, excluido de aquella institución por la ruptura que su enseñanza implicaba en los modos de practicar y transmitir el psicoanálisis, quien renovó la apuesta institucional diferenciando netamente el discurso analítico del discurso universitario, diferenciando a la vez grados y jerarquías. Los grados se distinguen por la relación singular de cada sujeto con el saber del inconsciente, imposible de regular y de evaluar desde las formas universitarias por muy precisas y cuidadosas que se quieran. La Escuela del pase es el resultado de esta apuesta, con un modo inédito de verificar la relación de cada sujeto con el saber del inconsciente. A la vez, Lacan no dudó en impulsar un Departamento de Psicoanálisis en la Universidad parisina de finales de los años sesenta, Departamento desarrollado después por Jacques-Alain Miller en su vinculación con el Instituto del Campo Freudiano, dispositivo de formación de practicantes que sigue fortaleciendo hoy los estudios universitarios del psicoanálisis de orientación lacaniana en varios países. Pero puso los fundamentos de la formación y de la autorización del psicoanalista en su Escuela, donde el modo de transmisión del saber analítico tiene unas condiciones y un grado de exigencia que ninguna institución universitaria podría cumplir. Y ello aunque siguiera a pies juntillas el programa freudiano de la Universitas Literarum, la Universidad de las Letras, formulado en el texto citado como un ideal que sienta las bases del estudio de los saberes necesarios para el psicoanalista: la clínica psiquiátrica en primer lugar, pero también la historia de las religiones y de los mitos, la filosofía, la antropología, la lógica y la literatura. Y es cierto, la elaboración de todos estos saberes sigue siendo necesaria para la formación del psicoanalista. Pero la propia experiencia analítica, su control por el practicante, así como la experiencia del pase, fundamental en la Escuela de Lacan, no podrían planificarse ni organizarse nunca siguiendo la forma de un cursus universitario.
Podemos responder entonces a la pregunta: la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad no solo es posible, es necesaria. Para agregar de inmediato: pero no es suficiente. La experiencia de la Escuela, tal como la fundó Lacan y la ha desarrollado Jacques-Alain Miller, es el lugar de formación del analista a partir de la singularidad de su experiencia como sujeto del inconsciente, de un texto que debe aprender a descifrar y transmitir de la manera más clara y precisa. Y es solo a partir de esa experiencia, por otra parte, que es pensable una enseñanza universitaria acorde con el descubrimiento freudiano y con la práctica misma del psicoanálisis. En una Escuela así no hay psicoanalistas didactas standard que oficien de profesores y que se confundan con las jerarquías de la institución. Hay analizantes que llevan hasta su final una experiencia analítica y de elaboración de saber sobre su singularidad como sujetos, una experiencia que no será validada por ningún didacta sino por un procedimiento, el pase, en el que son sus pares, otros sujetos en su misma situación, los responsables de transmitir y hacer efectivo ese saber. El resultado, cuando se da, siempre de manera singular, es el Analista de la Escuela.
Vaya esta introducción al prefacio para avisar al lector que lo que encontrará en las páginas que siguen quiere ser una elaboración de saber de este orden llevada al ámbito de la enseñanza universitaria. La elección del tema no podría entonces ser mejor para introducirse a la clínica psicoanalítica de orientación lacaniana. Es precisamente lo que hace más singular al sujeto del inconsciente, a cada ser hablante en su síntoma y en su modo de vivir. Es precisamente lo que está en los límites del discurso de la Universidad con el discurso del psicoanalista. Es lo que llamamos “el goce”, noción lacaniana por excelencia que designa esta singularidad, aquello a la vez que no se deja atrapar por ningún saber al uso. Menos todavía si reducimos el saber a una forma de conocimiento supuestamente objetivo, y menos todavía si queremos condensarlo en una información programable y adquirible en unidades empaquetadas como querrían las leyes del mercado.
El lector verá muy pronto que el goce es lo que más se resiste al saber, aquello sobre lo que estrictamente no queremos saber nada de nada. Si algo constata la experiencia analítica en cada caso y a cada paso es que no hay un saber sobre el goce singular de cada sujeto, que no hay un saber sobre el goce sexual en primer lugar que pueda formularse de manera consciente, consistente y completa a la vez. La relación entre el goce y el saber se funda así en una incompatibilidad lógica que la enseñanza de Lacan investiga de una y mil maneras y que encuentra su mejor formulación en el objeto a, el objeto causa y brújula del deseo. Encontraremos en las páginas de este libro varios modos instructivos de estudiar las conjunciones y disyunciones entre el saber y el goce: desde la clínica de las neurosis y las psicosis, pasando por los nuevos objetos del fetichismo —selfie incluida—, hasta llegar al discurso de la filosofía, del arte y de la literatura. Todas ellas están expuestas siguiendo el programa de lectura y de investigación que Jacques-Alain Miller ordenó con sus “Seis paradigmas del goce”, texto que hoy es ya un clásico para cualquier lector de Lacan que desee orientarse en la lectura de sus escritos y seminarios. Ha habido sin duda un antes y un después de esta precisa elaboración para situar la noción de goce en la enseñanza de Lacan.
La noción de goce es difícil, empezando por su traducción, tal como se comenta al final de este libro: jouissance tiene en francés resonancias semánticas que el español no puede traducir sin una pérdida de sentido que no es ajena, precisamente, a lo que el propio término significa. El saber de las lenguas tal como lo aborda la lingüística deja escapar inevitablemente el sentido del goce que Lacan escribirá como joui-sens, sentido gozado o, también, sentido de lo que “yo oigo” (j’oui-sens). Dicho de otra manera, el sentido de las palabras, y especialmente de las palabras que han tenido un peso y una densidad especiales en la historia de cada sujeto, depende del modo singular en que su dimensión significante ha tocado y resonado en cada cuerpo. Y ello casi siempre de manera traumática. Nadie experimenta entonces del mismo modo el sentido de una palabra, un sentido que depende de la lengua particular de cada ser hablante, del texto de su propio inconsciente que está por descifrar. Es lo que Lacan designará con un neologismo que también recorre estas páginas, lalangue, que traducimos por “lalengua”, escrito en una sola palabra. A la vez, señalemos que la palabra “goce” tiene en español sus propias resonancias que encontramos ya en la mística y en la literatura que el propio Lacan evocó en textos de Santa Teresa de Jesús —“Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza”[3]—y de San Juan de la Cruz —“regalada llaga” lo calificaba en su Llama de amor viva— para estudiar su vertiente más femenina.
Recorrer las diversas resonancias de la noción de goce en la enseñanza de Lacan requiere así plantearse finalmente la cuestión en términos decididamente subjetivos: qué soy yo como ser hablante, qué soy yo como ser de un goce que me habita, en mis síntomas en primer lugar, y que se me impone tanto como se me escapa en mis propias palabras. Sólo desde ahí tomará sentido, a través de los diversos paradigmas estudiados de manera tan metódica y rigurosa en este libro, la noción de goce, crucial para abordar la clínica de nuestro tiempo.
[1]Sigmund Freud, “Sobre la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad”.Obras Completas. Biblioteca Nueva, Madrid 1974, p. 2455.
[2]En su texto “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”. Escritos. Ed. Siglo XXI, México 1971.
[3]Santa Teresa de Jesús: “Libro de la Vida”. En: Obras Completas. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1997, p. 180.
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