21 de gener 2017

Lêda y Luís, o cómo termina un psicoanálisis

























Prólogo al libro de Lêda Gimarães y Luís Darío Salamone, Una mujer y un hombre después del análisis. Editorial Grama, Buenos Aires 2016.

¿Cómo se termina un psicoanálisis? Más precisamente todavía: ¿cómo se lleva hasta su justo final la experiencia de un análisis cuando éste está implicado en una Escuela orientada por la enseñanza de Jacques Lacan?

Primera respuesta: nunca de una manera igual a otra, incluso nunca de una manera parecida a otra. Lo que nos enseña la experiencia del pase en las Escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis es que la serie de Analistas de la Escuela, los AE que se nombran en ella, es siempre y cada vez lo que en lógica se llama una lawless sequence, una serie sin ley. A diferencia de una lawlike sequence en la que se conoce de antemano la ley de construcción de la serie de sus elementos —como, por ejemplo, en la serie de los números naturales: 1, 2, 3…—, una serie sin ley no está nunca predeterminada. No disponemos pues en la experiencia de generación de los AE de un procedimiento que nos asegure o nos pueda anticipar cuál o cómo será el nuevo elemento que viene a continuación. Lo que da lugar siempre a la sorpresa, a lo imprevisto, a lo no calculable ni programable. Y, sin embargo, nada impide hacer con ellos una serie, lo que para Lacan era lo único serio cuando se trata de averiguar la lógica de la experiencia analítica.

El mejor ejemplo de una serie sin ley es la tirada de dados de la que Stephane Mallarmé supo escribir que “nunca abolirá el azar”. El ejemplo ha sido motivo clásicamente para vincular la serie sin ley de una tirada de dados con la experiencia del amor: A joc de daus vos acompararé —te compararé a un juego de dados— escribía el poeta Ausiàs March ya en el siglo XV para nombrar la contingencia de los encuentros y de los desencuentros con su objeto de amor.
Pues bien, el lector tiene en sus manos el fruto de un sabio encuentro de este orden, un encuentro contingente de dos Analistas de la Escuela, un encuentro que muestra sin embargo un mismo amor… por la Escuela, por la relación con la causa analítica de la que esta Escuela es su médium, su vía de transmisión, su transferencia en el sentido propiamente analítico. El hecho de que los dos analistas que nos ofrecen aquí sus testimonios, Lêda Guimarães y Luís Salamone, sean miembros de dos Escuelas distintas de la AMP, —la Escola Brasileira de Psicanálise (Brasil) y la Escuela de Orientación Lacaniana (Argentina)—, no hace más que subrayar la dimensión de encuentro que la AMP propicia entre lugares distintos bajo la égida de una misma experiencia de Escuela.

No estoy aquí para certificar este encuentro, ni tan solo para decir las condiciones que lo han hecho posible, —ellos lo hacen ya muy bien en distintos momentos de sus textos—, mucho menos para hacer de maestro de ceremonias. Pero sí para señalar la singularidad que nos enseña el valor de agalma, de tesoro de saber, que tiene siempre para nosotros la experiencia del pase. Es también el mejor recurso del que disponemos para apostar por el futuro del psicoanálisis, sin garantía alguna por otra parte.
He aquí pues dos testimonios de dos finales de análisis… pero explicados un tiempo después, bastante tiempo después, más de una década para cada uno. Este rasgo no pasará desapercibido al lector. Cada uno explica lo que fue su final de análisis y lo que sucedió después de él, después de experimentar el fogonazo, el relámpago inaugural de esa experiencia que llamamos también el post-analítico, incluso el “ultrapase” siguiendo la indicación de Jacques-Alain Miller. De modo que se trata en cada caso de una relectura après coup, hecha desde un ahora que intenta atrapar lo que quedó de aquel ahora inaugural, modificado por las nuevas contingencias que la vida ha deparado a cada uno durante este tiempo. Lo que da a estos dos testimonios un valor añadido, más allá de la confirmación de lo que fue el final de análisis para cada uno. Y ello para mostrarnos que aquel que ha quedado marcado por la experiencia de su final del análisis y del pase no deja ya nunca de hacer ese pase, de tejer de nuevo con los hilos que quedaron en sus manos la tela del discurso del analista.

Lêda y Luís, la mujer “mundana” y el hombre al que “le dolía una mujer en todo el cuerpo”. O Luís y Lêda, el hombre que se desprendió de su destino de culpabilidad y la mujer que lo construyó a partir del encuentro con un vacío irreductible. Ambos dialogan, en efecto, en este libro sin esperar del otro el retorno que complementaría su ser de lenguaje  porque saben, cada uno, que el Otro ya no existe para eso.

Entonces, más bien: Lêda, una mujer de “ser inconsistente” una vez ha sacado las consecuencias de su ser de goce, y Luís, el “completo incompleto” —para retomar el título de la canción— que pudo “abrazar lo hetero con pasión”.
Lêda y Luís, Luís y Lêda, cada uno con su estilo, muy directo y punzante en el caso de ella, sabiamente indirecto y evocador en el caso de él, nos tienden sendos hilos para desentrañar el nudo que existe entre los sexos y en su falta de relación, esa falta que Jacques Lacan no dejó de investigar en la serie de impasses encontrados en la clínica y en lo más común de lo cotidiano. Los dos testimonios no sólo nos muestran a su manera que no hay simetría entre los sexos, la simetría que la vindicación de los géneros pretendería establecer, sino sobre todo que no hay reciprocidad posible, que el goce del Uno no es nunca recíproco del goce del Otro… si existiera.

En la paciente labor del largo análisis del que los dos nos dan su testimonio, un mismo tema los reúne sin embargo de un modo que el lector sabrá apreciar para sacar de ahí una preciosa enseñanza: la diferencia entre el goce del superyó y el goce femenino, lo que esta diferencia le debe a un más allá del Edipo y a un más allá de la función del padre. El resto que queda de esta diferencia para cada uno, el mismo resto que Freud encontró como un límite, como una roca del final del análisis más allá de la cual sólo podía vislumbrar un insondable desierto, es aquí el campo propio de una investigación que se prosigue. Se trata para ambos de una aceptación, de un consentimiento, de una autorización, de una elección —los términos son tan diversos como inevitablemente fallidos para decirlo de una manera concluyente— de la feminidad en lo que tiene de imposible de ser representada por el significante.

Echemos mano por nuestra parte de una referencia que el lector encontrará en las páginas que siguen y que Lacan tomó en su momento como brújula para recorrer esta terra incognita más allá del Edipo y del goce simbolizado por el falo, campo en el que se adentra cada analizante de hoy. Es una sentencia de San Juan de la Cruz que sólo podrá entenderse del lado femenino de la sexuación y que espero servirá al lector para adentrarse, él mismo, en la geografía que aquí le espera: “Cate [advierta] que no le falte el deseo de que le falte”[1].





[1] San Juan de la Cruz , Vida y obras de San Juan de la Cruz, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1978, p. 371.

23 de desembre 2016

La veritat de la postveritat













“No hi ha veritat de la veritat”. Aquesta va ser la resposta de Jacques Lacan a l’exigència —més que no pas demanda— d’un dels seus alumes quan es queixava aquell dia una mica desairat: “Per què no diu vostè, d’una vegada per totes, la veritat de la veritat?”

Aquell dia la veritat va declinar, aquell dia la veritat va retre les seves armes després d’haver vençut a l’exactitud, la de l’imperi de la xifra, la de la pretensió empírica i positivista que la segueix buscant debades en l’ombra fugissera de cada objecte percebut. Aquell dia la veritat es va fer germaneta del gaudi més abjecte, tan ambigu i escàpol com el camí del peix en l’aigua, tan boig com el gat que va saltar per voler atrapar-lo sense mullar-se. Aquell dia, després d’haver mostrat les seves cares infinites, el ponent excessiu de la veritat va ocultar la darrera d’aquelles cares rere la carena de l’inútil, de les coses peribles, d’allò que ja no té sentit. Allà la veritat va esdevenir la resta irreciclable que abandona la realitat i s’enfonsa en el més íntim i estrany alhora, en el més impossible de dir o de representar-se. I un cop allà, com una serp sense més pells per renovar, la veritat ha parit de nit l’ou del qual reneix el monstre amb una nova aparença, amb un nou semblant.

Sense saber encara de què és un nou semblant, el nostre temps ha batejat aquest monstre amb el nom de “postveritat”. El Diccionari Oxford acaba d’incloure’l en la seva llista de noves paraules per arrencar-li a totes les altres el seu prestigi, la seva pretensió de dir... la veritat de la veritat precisament. Post-truth, aquesta és segons “El País” d’avui la paraula que ens marca el pas de l’any, la seva actualitat estranya i passatgera.

Però en realitat aquesta postveritat és només un pseudònim més del que cal anomenar amb el seu nom veritable: el real, diferent des de sempre de la veritat, el real en el que es funda el símptoma de la nostra època. Tant la ciència com la política, tant l’art com la psicoanàlisi poden trobar avui en aquesta diferència la marca de l’ésser que parla.

És un signe dels temps que corren. Sapiguem respondre-li com mereix, sense nostàlgies ni impostures.


La verdad de la posverdad












“No hay verdad de la verdad”. Fue la respuesta de Jacques Lacan a la exigencia —más que pedido— de uno de sus alumnos cuando se quejaba ese día un poco desairado: “¿Por qué no dice usted, de una vez por todas, la verdad de la verdad?”

Ese día la verdad declinó, ese día la verdad rindió sus armas después de haber vencido heroicamente a la exactitud, la del imperio de la cifra, la de la pretensión empírica y positivista que la sigue buscando en vano en la sombra fugaz de cada objeto percibido. Ese día la verdad se hizo hermanita del goce más abyecto, tan ambigua y escurridiza como el camino del pez en el agua, tan loca como el gato que saltó para querer atraparlo sin mojarse. Ese día, después de haber mostrado sus caras infinitas, el poniente excesivo de la verdad ocultó la última de ellas tras las montañas de lo inútil, de lo perecedero, de lo que no tiene ya sentido. Ahí se convirtió la verdad en el resto irreciclable que abandona la realidad y se hunde en lo más íntimo y extraño a la vez, en lo más imposible de decir o de representarse. Y una vez ahí, como una serpiente sin más pieles que renovar, la verdad ha parido de noche el huevo del que renace el monstruo con una nueva apariencia, con un nuevo semblante.

Sin saber todavía de qué es un nuevo semblante, nuestro tiempo ha bautizado a este monstruo con el nombre de “posverdad”. El Diccionario Oxford acaba de incluirlo en su lista de nuevas palabras para arrancarle a todas las demás su prestigio, su pretensión de decir… la verdad de la verdad precisamente. Post-truth, esa es según “El País” de hoy la palabra que nos marca el paso del año, su actualidad extraña y pasajera.

Pero en realidad esta posverdad es sólo un pseudónimo más de lo que hay que llamar con su verdadero nombre: lo real, distinto desde siempre de la verdad, lo real en el que se funda el síntoma de nuestra época. Tanto la ciencia como la política, tanto el arte como el psicoanálisis pueden encontrar hoy en esta diferencia la marca del ser que habla.  

Es un signo de los tiempos que corren. Sepamos responderle como merece, sin nostalgias ni imposturas.