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09 de juliol 2023

« Hasta dónde ir demasiado lejos»



Hasta dónde ir demasiado lejos

Relatos de un análisis

Carlos Rossi

Editorial Tres Haches, 

Buenos Aires 2023

 

Prólogo 

(a modo de Intro)

 

¿Qué enseña el psicoanálisis? La pregunta puede entenderse de dos maneras. Por el lado del objeto: cuál es la enseñanza que podemos extraer de la experiencia analítica, qué saber podemos aprehender de ella. Pero también puede entenderse por el lado del sujeto: quién o qué cosa enseña, cuál es el agente de esa enseñanza. Tanto por un lado como por el otro, la respuesta no es nada simple, porque no hay un modo general de producirla, un modo estandarizado como sucede en la Universidad: un profesor cualificado y un programa de estudios bien construido. De ahí la pregunta de Jacques Lacan: lo que el psicoanálisis nos enseña, ¿cómo enseñarlo? 

Enseñar una enseñanza ya enseñada, ya aprendida siguiendo el mejor estilo universitario, puede ser una condición necesaria para el psicoanálisis, pero no es una condición suficiente. En realidad, cuando se trata del saber del psicoanálisis, el modo universitario de enseñanza no llega muy lejos y puede convertirse incluso en un obstáculo. De manera que hubo que inventar un dispositivo que fuera coherente con la propia experiencia analítica, en la que no hay un saber acumulado que pueda entregarse de modo general. Es la enseñanza más depurada posible del saber producido en un análisis y de aquello que lo ha conducido hasta su final. Tal invento no se produjo hasta Jacques Lacan, en el año 1967 y en el marco de su Escuela. Y es solo en una Escuela orientada por su enseñanza donde puede producirse cada vez. Desde entonces, los analistas de la orientación lacaniana disponemos de un laboratorio de alta precisión para la enseñanza y la transmisión de lo más singular del psicoanálisis. Se llama: el pase.

Este libro de nuestro colega Carlos Rossi es el resultado decidido de haber hecho la experiencia y la apuesta del pase, siendo nombrado Analista de la Escuela (AE) por un jurado cualificado al que llamamos «cartel del pase». Y, ya desde su precioso título, no esconde la paradoja que supone. La cosa puede ir demasiado lejos y a la vez seguir siendo motivo de la pregunta que anima la experiencia para el propio sujeto: hasta dónde ir. Que no es lo mismo que preguntarse hasta cuándo, porque el análisis ya terminó, terminó «¡Ya!». 

El lector verá qué implica esta interjección conclusiva, «¡Ya!», en la que convergen el tiempo de un análisis y el tiempo lógico que gobierna la vida del intérprete llamado Carlos Rossi. Es también el tiempo pulsional que dejaba al sujeto «expuesto al problema de la vida como exceso», a «una vivificación acelerada» que podía ser finalmente mortífera. Y había que encontrar un ritmo que escandiera ese tiempo de otra manera, con beats que marcaran otro ritmo. Siguiendo la indicación de Lacan, se trata de cómo vivir la pulsión más allá del fantasma. La cosa tiene, en efecto, su vertiente musical —el lector verá también por qué— y ese tiempo conclusivo podría escribirse, como si se tratara de un matema, con el símbolo del calderón que modula el tiempo de la interpretación de una nota o de un silencio, ya sea en un momento determinado o al final de la partitura, un tiempo que queda siempre a discreción del intérprete:

Una vida puede depender de la interpretación que se dé a este tiempo del calderón en la «lógica de las contingencias singulares del encuentro con la opacidad de lo real», para citar otro de los momentos cruciales que encontramos en este libro. Y también depende de su interpretación singular el valor de las enseñanzas que se deducen de un análisis llevado hasta su final, cuando el sujeto ya ha encontrado aquella lógica para transmitirla a los otros y hacer avanzar así al propio psicoanálisis como discurso de nuestro tiempo. 

En este sentido, hay que señalar algo que no siempre parece tan obvio: la experiencia del pase es heterogénea con respecto a la experiencia de un análisis. La primera no es una continuación de la segunda cuando se considera concluida de la buena manera, cuando ha encontrado la buena interpretación conclusiva de su calderón. 

Las enseñanzas del pase que el Analista de la Escuela (AE) debe dispensar tienen también su calderón, su momento de concluir. En las Escuelas que se reúnen en la Asociación Mundial de Psicoanálisis, este tiempo es de tres años, a veces de dos. Quedan así los textos escritos para que sus resonancias —otro término musical— sigan produciendo nuevas elaboraciones en otra experiencia que no es la propia del análisis y que llamamos, para marcar el corte, la experiencia de la Escuela. Es en esta experiencia, siempre colectiva, donde también se hace presente un sujeto que es transindividual y que es, propiamente, la razón de los testimonios del pase. De hecho, el mismo dispositivo del pase —en el que participan el pasante, los pasadores, los miembros del cartel y un secretariado del pase— tiene ya esta dimensión transindividual. Es la dimensión que llamamos, con Jacques-Alain Miller, la «Escuela sujeto» y su tiempo depende de un cálculo colectivo en el que cada uno de los miembros tiene su responsabilidad para marcar el ritmo, con sus tiempos y contratiempos.

El lector encontrará en estas páginas este tiempo y esta dimensión transindividual del sujeto que hace todavía más singular la experiencia. Cada relato, en cada capítulo, tiene así una interpretación que es a varias voces, con comentarios de diversos colegas de la Escuela. No son una interpretación de la interpretación de Carlos Rossi —no hay interpretación de la interpretación, como no hay transferencia de la transferencia— sino la necesaria puesta en acto de la dimensión transindividual del pase y de la elaboración de un saber que se pone en acto siempre de manera colectiva. Se inscribe así otro calderón que es el tiempo de la conversación permanente de las enseñanzas del pase en nuestras Escuelas. Cada conversación tiene su tiempo y tanto la escritura como la lectura de este libro está escandida por él. Podemos llamarlo, para hacer resonar el nombre de una de las publicaciones más exitosas de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), el calderón de la Escuela. Es en estos momentos, siempre únicos, donde el pase encuentra sus instantes álgidos, donde se demuestra que, más allá de los usos que tenga en cada Escuela, el pase es un acontecimiento irrepetible, irreproducible en una comunidad orientada por la transferencia de trabajo. 

Es el pase, solo una vez, siempre imprevisto, sin otra vez posible. El lector sabrá encontrar varios de estos momentos en las páginas que siguen, por poco que sepa leer los calderones de su partitura.

Que empiece, pues, la banda, ¡ya!


16 de març 2022

Resolución de la transferencia y pase



 

 

















(Text en català)


Supongo que todos ustedes habrán ya recibido y leído lo que podemos llamar “El Informe Aromi”, enviado a todos los miembros, sobre la situación del pase en nuestra Escuela —“Mutualismo y regionalismo en el ELP”—, excelente informe realizado en la perspectiva de un próximo Colegio del pase. Imposible pasarlo hoy por alto a la hora de establecer una verdadera conversación sobre el pase, con toda la affectio societatis de la que seamos capaces, pero también fuera de cualquier “conformismo amable” y complaciente, para retomar la expresión de nuestro colega Andrés Borderías en un texto que he evocado recientemente en el Blog del pase de la ELP. Seguir en la complacencia no haría más que ahogar la experiencia misma de la Escuela del pase que debemos saber transmitir de la mejor manera posible. La affectio societatis requiere de una crítica recíproca que ponga en cuestión los acuerdos tácitos, las “costumbres establecidas”, como dice muy bien allí Anna Aromí, nuestra secretaria del pase en la AMP.

El informe se presenta con lo que se llama una “disfunción del pase en la ELP”. “Disfunción” es una palabra lo suficientemente fuerte como para ponernos en alerta si ya no lo estábamos antes, y evoca otros momentos en los que la experiencia del pase ha hecho síntoma de un real en el que la Escuela-sujeto ha encontrado un punto de impasse, ya sea para sacar una enseñanza, o ya sea para seguir ignorándolo. Y sólo con una verdadera conversación analítica podemos tratar este punto de impasse de la Escuela-sujeto. Es cierto que es necesario esperar la reunión del Colegio del pase, pero también es cierto que es necesario prepararla de manera conveniente para situarnos en esta experiencia de Escuela.

Diré primero cómo veo el problema de una manera general, tomando una perspectiva histórica, para pasar después a una posible interpretación de este impasse, con un término que he escogido para el título de mi intervención y que subrayo en el texto de Jacques- Alain Miller que tienen en sus manos: “Resolución”. Es un término que puede tener distintos sentidos. Una resolución es una determinación decidida, también una toma de partido. Se utiliza también para hablar, en el análisis de un problema, de una operación de descomposición y reducción de su objeto. También hablamos —por ejemplo, en matemáticas— de resolución de una ecuación, al igual que Lacan propone la resolución de la ecuación del sujeto al final de un análisis. Y también en la música se habla de resolución como una forma de encontrar el acorde final de una pieza. Lacan utilizó precisamente esta referencia musical en su texto prínceps del año 1951, “Intervención sobre la transferencia”, cuando habla de la “necesidad generalmente experimentada de dar a una frase musical su acorde resolutivo” [1]. Pero para encontrar el buen acorde resolutivo de una melodía hay que conocer primero la armadura de la partitura, incluso la clave en la que se desarrolla y que determina su armonía. Pues bien, creo que es sólo en una resolución de la transferencia cómo podemos tratar este punto de impasse, y especialmente de nuestra transferencia de trabajo en la experiencia de una Escuela que sea digna de este nombre.

 

* * *

 

Conviene, pues, primero hacer una puntuación de los momentos de esta experiencia para entender cuál es el movimiento que nos conduce, porque a menudo somos conducidos por un movimiento del que no podemos ver la lógica que lo conduce, que nos conduce. Estos momentos van, más o menos, de diez años en diez años. (Sin duda, siempre que hacemos una puntuación de los momentos de una historia lo hacemos ya desde una elección de perspectiva, nada inocente, que es ya una interpretación de la actualidad):

 

—1967: “Proposición del 9 de octubre sobre el Analista de la Escuela...” de Lacan, proposición del pase que —recordémoslo— fue rechazada por buena parte de los miembros de su Escuela y que llevó a una crisis importante.

—1980: Disolución de la EFP. Otro momento de crisis institucional, que no era ajena al fracaso de la experiencia del pase indicada por el propio Lacan. La razón: la carencia de una enseñanza relevante sobre esta experiencia. Y seguidamente, la creación de la ECF que hizo del pase su primer estandarte (bandera), que no estándar (norma tipo).

—1990: Es el momento de este texto de Jacques-Alain Miller: "Observación sobre el atravesamiento de la transferencia". Dos años después, en 1992, viene la creación de la AMP, y fue un momento también de relanzamiento de la experiencia del pase en la ECF. 1990 es también el momento de creación de la EEP con sus grupos en el Estado español.

— 1998: gran debate sobre el pase en la AMP y crisis con la partida de colegas que nos habían acompañado hasta entonces. En el año 2000: Creación de la ELP en España. El dispositivo del pase para sus miembros se mantiene en el marco de la EEP (después FEEP y Eurofederación de Psicoanálisis).

— 2010: El dispositivo del pase pasa a cargo de la ELP con la constitución de un cartel calificado como “propio”, después de un largo debate —un debate que es absolutamente necesario revisar ahora— sobre la “mediación” de la FEEP que ya no se consideraba necesaria con la idea de “acercar” el pase a los miembros del ELP.

— 2022: Debate abierto en la ECF, tras constatar que “algo no va, que está out of joint, desarticulado” entre la Escuela y el pase, tal y como ha indicado J.-A. Miller en una intervención del pasado 22 de enero, donde añadía como conclusión: "Ha llegado el momento de interpretar a la Escuela en su relación con el pase".

La pregunta que podemos hacernos ahora es si no ha llegado también este momento —el de interpretar a la Escuela en su relación con el pase— para la propia ELP. 

Estamos, pues, ante un problema que atraviesa la historia del psicoanálisis, que decide sus derivas y sus aciertos, sus divisiones, disoluciones y (re)fundaciones, y que enunciaré así: ¿Cuál es el destino de la transferencia al final de un análisis? Es un destino que a menudo se presentaba como su disolución, y esto ya desde el caso Sandor Ferenczi, cuando hablaba del agotamiento de la transferencia para dar un giro decidido a la psicoterapia, a falta precisamente de una resolución de la transferencia. ¿Cuál es el destino de la transferencia en aquellos que se ponen en el lugar de psicoanalista? Hoy, este problema se nos presenta así: ¿el destino de la transferencia es hacerse analista de su propio caso o bien hacerse analista de la experiencia de la Escuela? La equivocación en la interpretación de esta frase de Lacan – “devenir analista de su experiencia” ha sido, y sigue siendo sin duda, en el tuétano del impasse actual, todavía.

El pase estaba pensado para hacerse analista de la experiencia de la Escuela, no estaba pensado, —lo diré ya de entrada, clara y directamente— para continuar el propio psicoanálisis en público haciéndose El analista del analista, El analista —singular y universal a la vez— de la propia experiencia analítica, El analista precisamente que decimos que no existe, no más que La mujer.

Y esto por una razón primera que hay que recordar una y otra vez: el pase no es una experiencia individual, de un individuo en un grupo o comunidad del que esperaría un reconocimiento siempre recíproco. El pase es una experiencia transindividual, colectiva, entendiendo por "colectivo" no un grupo o una masa sino lo que Lacan definió como "sujeto de lo individual". Entender la proposición del pase es entender también esta definición sorprendente de Lacan cuando la aplicamos a la Escuela-sujeto: el colectivo es el sujeto de lo individual. De la misma manera podríamos decir que la experiencia del pase —repartida entre sus diversos participantes: pasantes, pasadores y carteles— es la Escuela-sujeto para cada uno de sus miembros, para cada uno y no sólo para algunos. De ahí que el pase sea inherente a la Escuela, que podamos decir que no existe Escuela sin pase, y que no hay pase sin Escuela. No es tan simple ver por qué, y quizás esto se hace más evidente cuando hay un real con el que tropezamos en la experiencia de la Escuela-sujeto y se nos presenta como un momento crítico. El pase es entonces una especie de “analizador” de lo real sobre el que se funda la Escuela. Estamos en uno de estos momentos y la cuestión es qué enseñanza podemos sacar ahora de él.

Voy a decir una, al menos una que podemos sacar de momento: a falta de una resolución de la transferencia (ya sea positiva o negativa), el análisis se continua en el pase, lo que no augura nada bueno para la experiencia de Escuela. No es un problema de una exigencia de perfección que esperaríamos de la experiencia del pase. Es más bien lo mínimo que debemos esperar, que no sea la extensión del caso clínico del pasante, volviendo una y otra vez sobre sus hechos clínicos, vistos ahora desde un supuesto exterior del análisis y de la transferencia, sino que sea la razón bien expuesta de su relación con la causa analítica y con la experiencia de la Escuela que se hace su representante (y pongo todo el cuidado al subrayar este término, representante, veremos por qué).

 

* * *

 

En esta coyuntura me ha parecido interesante leer hoy con vosotros este texto de J.-A. Miller publicado el mes pasado en su libro “Comment finissent les analyses. Paradoxes de la passe”, volumen que reúne intervenciones sobre el pase que van de 1977 a 2002, primera parte de un segundo volumen que se anuncia y que pide una lectura muy atenta por nuestra parte. “Observación sobre el atravesamiento de la transferencia” (1990) no es, a buen seguro, la última enseñanza, interpretación más bien, que Jacques-Alain Miller ha puesto a disposición sobre la experiencia del pase en las Escuelas del AMP. Y, con todo, anunciaba ya muchos de los impases en los que nos encontramos treinta y dos años después.

Les ruego que, si no lo han hecho ya, lean este texto de 1990 atentamente, línea por línea —hacerlo ahora y aquí daría para un largo seminario entre nosotros, lo que me parecería lo más deseable—. Es, por así decirlo, una intervención bisagra si tomamos 1990 como la fecha entre 1980 (la disolución de la EFP por Lacan, con la creación de la EFC por sus alumnos) y 2000, el año de creación de la ELP que, recordémoslo también, debía ser primero una Escuela del Campo Freudiano de Barcelona para el conjunto del Estado español. Y todo esto dos años después de la crisis de 1998, crisis, como saben, nada ajena a la experiencia del pase y a los destinos de la transferencia en nuestras Escuelas. Hay un mismo real que insiste en repetirse en esta experiencia, especialmente en lo que se refiere a la ELP.

Me hago a menudo la pregunta y la hago aquí y ahora con ustedes: ¿hemos estado a la altura para responder a este real que motivó la experiencia, instaurada para hacer avanzar al psicoanálisis y no a los propios psicoanalistas entendidos como un cuerpo profesional?

Creo que la respuesta a esta pregunta depende de cómo entendamos lo que en este texto de J.-A. Miller se ubica como la resolución de la transferencia.

Haré ahora algunas puntuaciones, siete, sobre la lectura de este texto que me han servido como interpretación para ponerlas a su consideración.

 

Observación sobre la travesía de la transferencia

 

1. Y la primera observación (p. 3)[2] es precisamente que “No hay atravesamiento de la transferencia.” Es una fórmula del estilo de aquella del Dante en la entrada de su infierno: “lasciate ogni speranza”, abandona toda esperanza. No es una salida, es una entrada. No hay atravesamiento de la transferencia, sólo hay destinos de los efectos positivos o negativos de la transferencia en el propio grupo analítico, y esto, como veremos, siempre a falta de su “resolución”.

 

2. “El atravesamiento del fantasma es a la vez resolución de la transferencia” (p. 4). Este punto parece algo más difícil. Hay atravesamiento del fantasma, eso sí, cuando se ha reducido su objeto a los “bordes del agujero que él mismo constituye” (p. 4). No hace falta producirlo ese agujero, hay que saber encontrarlo, y bordearlo en sus bordes. Entonces, al mismo tiempo, hay reducción de la representación del analista en su “representante de la representación” (la famosa Vorstellungrepräsentanz, un significante binario como indica Lacan en el Seminario XI: S1->S2). Y existe, a la vez, resolución de la ecuación del sujeto, una resolución con el valor aislado en su fantasma fundamental. Es la resolución que anotamos con el objeto a.

Es necesario hacer aquí una observación a propósito de la Vorstellungrepräsentanz. Hay representaciones del analista: "la transferencia designa, en efecto, las modalidades de la representación del analista" (p. 4-5). Estas modalidades o representaciones conforman la Vorstellung, que es una representación imaginaria, un asunto de psicología, no de psicoanálisis. Una vez reducidas estas representaciones —es ya un primer trabajo de duelo que hay que hacer en el propio análisis—, lo que encontramos, sin embargo, no es una representación sino un agujero, a lo sumo encontramos un representante aislado de la cadena, el representante de la representación reducido a un significante solo, pero que ya no representa nada. No hay, de hecho, representante de la representación de El analista (como no existe tampoco el de La mujer). Es, por así decirlo, un segundo duelo que hay que hacer también al final del análisis, el del “deser” del analista. El analista no existe como tal, carece de inscripción posible en la realidad del inconsciente. Éste es el agujero, no hace falta producirlo (como a veces oímos decir), hay que saber bordearlo.

Hay, pues, reducción de la transferencia y resolución de su ecuación con el objeto del fantasma fundamental. Son lo mismo: S1 = a. De momento, esto no nos dice nada de ninguna caída de la transferencia o del analista, ni tampoco que podamos invertir los términos de la resolución.

 

3. “No hay más allá de la transferencia” (p. 6), "no hay grado cero de la transferencia". Hay en todo caso "restos de la transferencia", como ya indicaba Freud, y el problema es, entonces, cuál es el destino de estos restos, siempre fecundos, si no hay un "más allá".

Subrayo aquí, en la p. 7, la cita que hace J.-A. Miller de Lacan: “Es la cuestión de saber cómo el pase puede afrontar [el deser] para revestirse con un ideal del que se ha descubierto [este] deser”. Traduzco así la expresión “s’affubler d’un idéal”: mudarse, revestirse, engalanarse. Sin embargo, sigue diciendo, “un ideal que sólo son oropeles” (affûtiau: oropeles). Nada con lo que colgarse ninguna medalla, ningún título con el que identificarse, ningún narcisismo de escabel, ninguna estrella de Hollywood.

Para ello, es necesario deshacerse de una vez por todas de esta épica novelesca con la que se revisten demasiado a menudo las llamadas “enseñanzas de los AE” y que J.A. Miller, ya en este texto, ridiculizaba de forma cómica (p. 8):

«El pase tiene la estructura del chiste. No está hecho para llorar, no está hecho para durar. Ya sabemos, buen señor, que no pagará nunca su deuda, que le han robado la cartera, que la mujer es una coqueta, que su vida es una galera y usted el condenado. Pues bien, sáquese ya de encima su dolor de vivir, como supo hacerlo Molière, que tal vez sólo era la máscara de Corneille, sáquese de encima su tristeza, sus heridas, los acentos hechos para aburrirnos. La comedia va más allá que la tragedia, habría que verlo para no olvidarlo. En una palabra: con el peor (pire), hacer reir (rire), y no padre (père). Y si así esto le hace demasiada pupa, pues bien, vuelva a venir cuando esté listo y hayá sabido hacer de su narizota, siempre demasiado larga o demasiado corta, como Cyrano, su estandarte. El único defecto de Cyrano, la obra inmortal de Rostand, es acabar dónde habría tenido que empezar, y empezar dónde habría tenido que terminar.»

Pregunta: ¿Cuántos de los llamados “testimonios”, repetidos una y otra vez, acaban hoy donde deberían empezar y comienzan dónde deberían haber terminado, vistos desde la perspectiva de la resolución de la transferencia?

Al final del análisis, pues, no se trata de la caída de la transferencia [3], ni de la caída de las identificaciones, ni de la caída del sentido. Esto es en cualquier caso uno de los momentos cruciales de un análisis, pero no su final que pide una resolución.

 

4. “En el pase, ya no es el analista quien soporta la transferencia del saber que se le ha supuesto” (pág. 9). Subrayo "el analista", no "su analista". Es un segundo duelo, por así decirlo. Este sujeto, destituido al final del análisis, se convierte en la Escuela, como "emanación de este conjunto que llamamos Escuela", que será la Escuela-sujeto, el colectivo. Esto no significa seguir el análisis con la Escuela, a falta de resolución de la transferencia. La Escuela no es sustitución del analista, es el sujeto transferido a ella en una transferencia de trabajo.

 

5. “La transferencia de trabajo es una transferencia sobre el trabajo”. (p. 10)

Y sólo puede soportarse "idealmente" con una Escuela. Es una transferencia sobre la Escuela como sujeto transindividual. Aquí trabajo significa: crítica recíproca y conversación sostenida, no dejar tranquilo a nadie en su rincón. Y sí, es un ideal.

 

6. “La resolución de la transferencia [es] la destitución subjetiva como destitución del sujeto supuesto saber” (p. 11). Destitución no es liquidación, ni caída, ni siquiera declive; destitución es desposesión, sacar de su lugar, pero para ponerlo en otro lugar (que es lo que significa también transferencia, Übertragungdesde su origen, traslado de un lugar a otro, transposición, transmisión, delegación, cesión, incluso transfusión, contagio). Y esto implica la transferencia a la Escuela-sujeto de lo que han sido los restos del trabajo de transferencia en el análisis.

Y es por eso que (p. 11): "el significante del AE tiene el valor de causa del deseo, que sirve para sostener tanto el trabajo de transferencia como la transferencia de trabajo". Imposible hacerlo después de una supuesta travesía, caída, disolución o des-suposición del saber del analista, hasta burlarse de él.

Entonces, hace falta que hagamos un trabajo colectivo sobre el pase. No es cosa de uno, ni tampoco de al menos uno, como leemos en la p. 11 : "el discurso analítico no podría soportarse con uno solo", sólo "idealmente" con una Escuela —y subrayo el término, "idealmente", por mala prensa que tenga ahora entre nosotros la cosa esta de los "ideales", como si fuera una exigencia superyóica que sería imposible cumplir.

 

7. “No existe atravesamiento de la transferencia porque la transferencia no tiene exterior”. (p. 12)

Inútil pues querer hacerse analista de la propia experiencia, como si hubiera una transferencia de la transferencia, un Otro del Otro, una manera de hacer existir "El analista del analista". Hay que hacer el duelo de “El analista”, y no sólo de “su analista”.

No, no hay travesía de la transferencia al final del análisis, ni en la forma de caída del sujeto supuesto saber ni de disolución de su causa y, menos aún, de sus efectos. No existe ni siquiera declinación de lo que debe ser, de hecho, el propio motor, la causa de la Escuela-Sujeto. No hay salida a un exterior de la transferencia desde donde podría contemplarse el paisaje de un análisis, en un precioso fantasma, como desde la cima de la montaña un día de bonanza. Estamos aquí de lleno, todos en el mismo barco y en plena tormenta, o no estamos de ninguna de las maneras. Y como no hay atravesamiento de la transferencia sólo nos queda llevar hasta las últimas consecuencias, uno por uno, lo que debería haber sido su resolución, más allá precisamente de sus efectos negativos o positivos, porque ambos llevan al impasse del pase.

Todo esto debería poder decirse en una o dos frases cuando se trata del testimonio del pasante que ya ha pasado y ha dejado atrás su historia en cinco actos del Cyrano. (Lacan lo hizo a propósito de dos casos en su texto “L'étourdit”: dos breves frases para dos casos). Lo que importa son las consecuencias de la resolución de la transferencia, “y mejor –p. 7— si es en un solo acto, el acto analítico”. Lo demás es papeleo para adornar el paquete superponiendo una supuesta "teoría", el saber epistémico, no como una consecuencia sino generalmente como un a priori a confirmar. Y también generalmente, para que después venga alguien considerado notable a quien se le pide que acabe el trabajo con la episteme de su comentario. Me he encontrado, a veces, llamado a este lugar —en Jornadas y Congresos de varias Escuelas—, y tengo que decir que siempre me he sentido incómodo, tratando de salir airoso con una reducción al mínimo de la épica novelada cuando pasa por testimonio, para no borrar el rasgo del deseo del analista, cuando está ahí, no borrarlo con un saber sobrepuesto en un deseo de impostura de hacer de analista del analista, una nueva forma, de hecho, de impulsar un cuerpo de analistas didactas.

Mi pregunta es, pues, ahora: ¿Qué hay de nuevo, en los testimonios que escuchamos, sobre cómo se produce el deseo del analista (y no el deseo de ser analista) en una resolución de la ecuación del sujeto, y en una transferencia de la que no hay atravesamiento posible? ¿Cómo, desde esta posición, se interpreta a la Escuela-sujeto? Es la clave de la propuesta de Lacan sobre el analista de la Escuela de 1967. Y es de eso que depende la transmisión del psicoanálisis más allá de relatos autobiográficos (que pueden estar muy bien por otro lado).

El hecho de que no haya atravesamiento ni exterior de la transferencia hace sin duda las cosas más complicadas: ¿qué es lo que se transmite, entonces, más allá de los efectos, positivos o negativos, de la transferencia de una generación a la otra?

A falta de una resolución de la transferencia, el análisis prosigue en el pase, lo que no es el mejor uso que se puede hacer de él como colectivo. Y los testimonios añaden entonces más sentido a lo que ahora llamamos la “starificación” del AE, añadiendo sentido más que sacarlo.

Más preguntas, pues:

¿Por qué no hemos escuchado todavía ninguna novedad sobre la doctrina del final del análisis y del pase por parte de los AE —al menos durante los últimos diez años— o ningún cuestionamiento de la doctrina que se repite una y otra vez para verla confirmada en cada caso? (He estado leyendo estos días nuestros informes de carteles del pase —yo mismo he redactado algunos en otras escuelas— con esta perspectiva). Y todavía es el momento de escuchar una enseñanza que haga objeción a nuestros acuerdos tácitos. ¿Pensamos que las nominaciones se basan en la confirmación de una teoría ya hecha por otros? Si hay teoría del final del análisis y del pase —lo que ya es discutible, sólo sería una teología del analista que no existe— un avance epistémico no es en todo caso el que más parece valorarse hoy en los testimonios y enseñanzas del pase. Incluso hemos llegado a escuchar en un espacio de enseñanza de AE ​​que la teoría y la elaboración conceptual no era su fuerte, como una suerte de excusa para rebajar sin duda las expectativas del auditorio.

Les diré mi "ideal" que ha sido para mí una verdadera interpretación: "hacer de la excepción un para cada uno". Quiero una Escuela en la que cada uno haga la función de más uno para cada uno de los demás, poniendo en cuestión los acuerdos tácitos que gobiernan demasiado a menudo un reconocimiento mutuo (este mutualismo del que nos quejamos tan a menudo). Y esto requiere de una verdadera conversación en la que cada uno se ponga en su lugar de sujeto. En este punto, no hay —como oímos decir a veces— ningún agujero que haya que producir en el saber —en el Otro o en el Otro del Otro... hasta el infinito—, un agujero que se buscaría siempre desde un lugar supuestamente exterior de la transferencia, un exterior imposible. Esta idea de “agujerear al Otro”, que no he encontrado en ninguna parte en la enseñanza de Lacan como una orientación analítica, me parece ahora una de las consignas que lleva a una de las derivas más oscuras de la transferencia negativa en nuestras Escuelas. Es totalmente opuesta a la operación de “poner a cada uno en su lugar de sujeto”, expresión con el que J.-A. Miller modificó una famosa frase de Kant en el momento de “Campo Freudiano, año cero” (2017), para hacer de ella el punto de apoyo de la ética del psicoanálisis: poner a cada uno en su lugar de sujeto no es agujerear al Otro, al contrario, por la sencilla razón de que el Otro ya está agujereado y que es sólo desde el agujero del Otro como podemos interpretar al sujeto.

Discutir esto, como a veces debemos hacer, me parece tan cómico como aquel famoso ejemplo freudiano del hombre que le devuelve al vecino el caldero que le había dejado, y que es un buen ejemplo de los impases y tragedias de todo mutualismo. Se lo recuerdo:

1. En primer lugar, tú no me has dejado ningún caldero;

2. En segundo lugar, el caldero ya estaba agujereado cuando me lo dejaste;

3. Y, en tercer lugar, ¡qué caramba!, yo te he devuelto el caldero completamente intacto.

Más bien, debemos concluir otra cosa: el Analista de la Escuela es ya ese agujero mismo desde su constitución para quien quiera escucharlo y para interpretarlo como tal, es decir, como objeto y causa de nuestro supuesto saber.

Y esto debe ser precisamente, si me permiten decirlo así, para poner a la Escuela en su lugar de sujeto.

 

 

 

Traducción al castellano de una intervención en la Comunitat de Catalunya de la ELP, el 15 de marzo de 2022, en el espacio “Seminario del pase”.



[1] Lacan, J., Éscritos, Ed. Siglo XXI, México 1971, p. 204, n. 2.

[2] Las referencias son a la traducción al catalán del texto, editada en un cuaderno para uso interno de la Comunitat de Catalunya de la ELP, con el acuerdo de J.-A. Miller. El lector podrá remitirse al texto original en francés para verificar la traducción. Miller, J.-A., Comment finissent les analyses. Paradoxes de la passe. Navarin Éditeur, París 2022.

[3] Sé muy bien que el propio Jacques-Alain Miller habló, en 2017 en “Campo Freudiano, año cero”, de su “caída de la transferencia con el Campo Freudiano”, pero no era para hacer de ello el culmen del pase sino, precisamente, por relanzar una apuesta por un pase de la Escuela-sujeto, aún por verificar.

Véase, si no: “El final del análisis, sin embargo, es completamente distinto si se le encuentra —aunque se la vele— una solución por la identificación o por la transferencia. Tan pronto como se habla del final del análisis en términos de liquidación de la transferencia o de caída del sujeto supuesto saber, uno siempre se ve conducido a la solución vía la identificación”. Miller, J.-A. (24 de enero de 1990), El banquete de los analistas. Paidos, Buenos Aires 2000, p. 175.

 

29 de juliol 2018

La Escuela: una comunidad declarable


















Hace veintitrés años me encontré escribiendo este texto en un momento que se anunciaba delicado para la comunidad analítica en la que participaba desde hacía al menos quince. Lo escribiría hoy de nuevo con algunas, pocas, modificaciones que en nada alterarían la estructura del asunto. No suelo releerme, más bien suelo reescribirme, seguramente dejando siempre por leer aquello que no deja de no escribirse. Alguien desde el otro lado del Atlántico me ha llamado la atención sobre la actualidad de este texto. Hago, pues, aquí una excepción. (M.B. — julio de 2018)

En el Prefacio del primer Anuario de la Sección de Catalunya de nuestra Escuela, hace ahora cuatro años, Jacques-Alain Miller podía escribir: "Se suele mencionar, por la sorpresa que producen o por las burlas que provocan, las discordias y las escisiones de los psicoanalistas. Que se sepa que a partir de Catalunya fue posible invertir ese proceso nefasto".

Era un lugar que honraba a la Sección, aunque no era un lugar de privilegio, por la responsabilidad y el trabajo que implicaba. Se trataba ante todo de un punto de partida y no sólo de un punto de llegada, después de un largo camino en el que se habían sobrepasado también discordias y escisiones. 

Quién no se habrá lamentado por lo que parece ser ese destino de la ciudad analítica: discordias y escisiones. Quién no habrá entonado en ese momento la pregunta "¿qué hacer?" ante lo que se presenta como inevitable, como diferencia irreductible, imposible de resolver.

Y que no le recuerden entonces a uno esa verdad -sólo pregunta "¿qué hacer?" aquél cuyo deseo se extingue o desfallece- porque ese deseo puede ser también en el otro el deseo de la discordia, de la división, hasta el deseo de ponerlo todo patas arriba. -¿No vendrá usted a decirme ahora que el deseo es armonía y acuerdo, unión y convergencia, usted que debe escucharlo cada día, en lo más inmediato de su experiencia? ¿No conoce ya los estragos de la creencia en un Otro de la buena fe? No son distintos a los estragos producidos por un deseo nunca acorde con el deseo del Otro, aunque sea en él donde siempre se sostiene. ¿Y por qué el grupo analítico debería escapar a todo eso?

Y es cierto, por lo general no escapa. El hecho de que la misma experiencia analítica haga descubrir al sujeto, de forma casi necesaria, que el deseo no puede reducirse a su pleno reconocimiento por el Otro, sería entonces una de las mejores razones que podría darse el grupo analítico para justificar sus discordias y escisiones. El Otro se convierte ahora en el Otro de la mala fe y el sujeto se sostiene en su denuncia. Pero con esa justificación denuncia también su propia impotencia, la imposibilidad para situar lo real en el que se funda su afirmación ante el Otro.

Antes de llegar a reconocer este real, el grupo analítico ha preferido casi siempre exiliarlo fuera de su ciudad. Guerra y paz se alternan entonces, sin que se vea exactamente cuál es el fin de la una y la otra. 

Presento primero las cosas por su lado más grotesco, porque es así como suelen presentarse cuando este real irrumpe.

Pero ¿qué es lo que puede aprenderse de este vaivén? 
Permítanme responder situando tres momentos en los que a mi juicio se produce la inversión de la inercia inherente a la ciudad analítica. No es nunca el proceso de uno solo pero sí es un proceso singular. Singular quiere decir aquí la lógica que hace que lo colectivo no se reduzca a la suma de las historias personales de cada uno sino al "sujeto de lo individual", -para tomar una vieja expresión del Lacan del "Tiempo lógico" que traduce al sujeto de las masas de Freud. El sujeto de lo individual quiere decir, en este caso, la experiencia del sujeto en relación a la causa analítica.

1. Describiré el primer momento como el rechazo de toda historia secreta como un argumento de lucha. Me explico: la historia secreta es la que se supone siempre como intención del Otro, ya sea del Otro de la buena o de la mala fe, para un beneficio más o menos común. Es una historia secreta porque el Otro nunca podrá llegar a decirla del todo, funciona sólo como un supuesto. Como el propio Lacan decía de la IPA en 1956, "la historia secreta (...) no está hecha ni por hacerse. Sus efectos carecen de interés junto a los del secreto de la historia. Y el secreto de la historia no ha de confundirse con los conflictos, las violencias y las aberraciones que son su fábula. (...) La anécdota aquí como en otras partes disimula la estructura"1

El secreto de la historia de la ciudad analítica es qué lugar tiene en ella el deseo del analista, y cómo se define a partir de él la relación del sujeto con la causa analítica, sin convertirla en una anécdota o en una historia secreta. 

Es ciertamente el punto en el que el grupo analítico se encalla con más frecuencia, sobre todo cuando asemeja su existencia a la de un grupo iniciático. El grupo iniciático es el que comercia con el saber -cualquier saber, ya sea el que se proponga como "teórico" o el que se suponga en la intimidad de cada uno- con los fines últimos de un goce colectivo. Esa es, por otra parte, la mala fama que se ganaron los grupos analíticos en su momento, también en Catalunya.

Véase al respecto una referencia de Lacan que no tiene desperdicio para entender la función que cumple la figura del iniciado en los escondrijos de la ciudad moderna. Se trata de la novela de Balzac, "El envés de la historia contemporánea". Verán allí cómo puede sostenerse el poder más aparentemente benéfico, el de la caridad, a partir del uso y el goce de una historia secreta.

El rechazo de toda historia secreta como argumento de lucha y acción es aquí un límite al goce del grupo sobre el saber que éste cree detentar.

De seguir esta idea más allá del sentido común, diría que tal vez habría que añadir una cláusula que contemplara este límite en los estatutos que se elaboran para cada grupo de la Escuela y que definen la naturaleza de su lazo asociativo. Dice el primer artículo: "Su duración es ilimitada [ahí no hay límite]. Su definición es la de una asociación sin fines de lucro y -podríamos añadir- sin fines de goce colectivo en el comercio con el sujeto supuesto saber". No digo que este goce no sea un medio -en realidad, la experiencia analítica se funda en ese medio que es el goce inherente al sujeto supuesto saber para abordar su realidad. Digo que no puede ser su fin para cada uno de los que sostienen ese lazo asociativo.

No me extiendo más sobre la importancia de este momento.
            
2. El segundo momento se produce como resultado efectivo de este límite. Es el momento en el que el grupo pierde su peso, pierde su sustancia e identidad. No hay ahora Otro de la buena o mala fe que sirva de argumento para la lucha. Suele ser el momento de la tregua, también de cierto impasse, productivo en sí mismo, y es el momento en el que se puede deliberar y en el que las cosas pueden tomar su tiempo. En el mejor de los casos, se descubre entonces aquello que estaba en el fundamento del grupo y que ahora ya no alcanza para hacer comunidad. Más bien, se trata en este momento de buscar el modo de hacer comunidad partiendo de lo que no hace comunidad para cada uno. 

Parece éste el momento oportuno para plantear la pregunta fundamental que motiva la existencia de una Escuela, la pregunta sobre qué es el analista, esa función hecha de lo más particular, sin universal posible, a partir de lo que para cada uno no hace comunidad con el Otro.

Designemos este momento con la expresión que dio título a un excelente libro de Maurice Blanchot, "La Communauté inavouable", la comunidad inconfesable, o la comunidad indeclarable, es decir, la comunidad de aquellos que no tienen comunidad y que no pueden declarar nada sobre ella, no por impotencia o ignorancia sino porque han podido llegar a situar lo que hace excepción a su ser de comunidad, y que está a la vez en el fundamento de su vínculo social.

Son momentos de viraje, de corte, hasta de subversión, que cada uno podría fechar de modo diferente, aunque el momento, en su sentido eminente, el momento que define la estructura de la comunidad no sea, me parece, algo fechable de forma puntual -es algo que se hace presente en cada acto que modifica a esa comunidad en su fundamento mismo.

Alguien podría decir, por ejemplo, que ese momento es, para la Escuela, al menos para España, muy reciente: hace tan sólo unos meses, cuando el conjunto de miembros españoles decide poner en marcha el dispositivo del pase, dispositivo sin el que una Escuela no es Escuela y que toca a lo más íntimo del sujeto de la experiencia. Y por mi parte, estaría de acuerdo. Se trata de lo mismo, una vez más, de lo mismo pero de una manera bien distinta. Se trata de la misma Cosa pero con un medio para abordarla, un medio que nos permite distinguir, precisamente, la discreción del secretismo, la transmisión de lo singular de su reducción a lo inefable, a lo indeclarable. 

Es por ello que distinguiré el pase como un tercer momento.

3. Diré únicamente dos palabras al respecto. Cierta inercia en nuestros debates y deliberaciones puede hacer pensar que el pase es un buen fin, un buen fin para lo que sea. Nada es menos seguro. El pase no me parece un fin. En primer lugar es un principio, un principio de la Escuela, lo que corresponde a sus fundamentos, a su definición misma. En todo caso, es un medio para la existencia del psicoanálisis, un medio, es cierto, privilegiado, que requiere de una precisión de relojería para obtener los resultados deseables. Pero nunca debería ser un fin, tampoco para el análisis mismo ¿Cómo podría hacerse un fin de algo que el propio Lacan definió como el mar, "que ha de recomenzarse siempre"2

Un poco de mar entonces para nuestra ciudad analítica... Un río también puede valer: dos orillas no aseguran ninguna finitud, no la aseguran al barquero que hace pasar a Heráclito por su río, nunca idéntico a sí mismo, ni al propio Heráclito cuando pide cruzarlo.

Visto desde esta perspectiva, el pase sí me parece un medio para hacer avanzar al psicoanálisis, para que éste pueda hacer frente de la mejor manera posible al malestar en la cultura, para que pueda declarar lo que constituye a la comunidad analítica como su razón en el mundo actual, y, sobre todo, para que pueda declararlo a un exterior que no parece tener hoy muchas razones para mantener su confianza en las comunidades.


(Julio de 1995)



1. Jacques Lacan, "Situación del psicoanálisis en 1956", en Escritos, Siglo XXI, 1984, pág. 456.
2. Jacques Lacan, "El Acto psicoanalítico 1967-1968", en Reseñas de enseñanza, Manantial, Buenos Aires 1984, pág. 48.

21 de gener 2017

Lêda y Luís, o cómo termina un psicoanálisis

























Prólogo al libro de Lêda Gimarães y Luís Darío Salamone, Una mujer y un hombre después del análisis. Editorial Grama, Buenos Aires 2016.

¿Cómo se termina un psicoanálisis? Más precisamente todavía: ¿cómo se lleva hasta su justo final la experiencia de un análisis cuando éste está implicado en una Escuela orientada por la enseñanza de Jacques Lacan?

Primera respuesta: nunca de una manera igual a otra, incluso nunca de una manera parecida a otra. Lo que nos enseña la experiencia del pase en las Escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis es que la serie de Analistas de la Escuela, los AE que se nombran en ella, es siempre y cada vez lo que en lógica se llama una lawless sequence, una serie sin ley. A diferencia de una lawlike sequence en la que se conoce de antemano la ley de construcción de la serie de sus elementos —como, por ejemplo, en la serie de los números naturales: 1, 2, 3…—, una serie sin ley no está nunca predeterminada. No disponemos pues en la experiencia de generación de los AE de un procedimiento que nos asegure o nos pueda anticipar cuál o cómo será el nuevo elemento que viene a continuación. Lo que da lugar siempre a la sorpresa, a lo imprevisto, a lo no calculable ni programable. Y, sin embargo, nada impide hacer con ellos una serie, lo que para Lacan era lo único serio cuando se trata de averiguar la lógica de la experiencia analítica.

El mejor ejemplo de una serie sin ley es la tirada de dados de la que Stephane Mallarmé supo escribir que “nunca abolirá el azar”. El ejemplo ha sido motivo clásicamente para vincular la serie sin ley de una tirada de dados con la experiencia del amor: A joc de daus vos acompararé —te compararé a un juego de dados— escribía el poeta Ausiàs March ya en el siglo XV para nombrar la contingencia de los encuentros y de los desencuentros con su objeto de amor.
Pues bien, el lector tiene en sus manos el fruto de un sabio encuentro de este orden, un encuentro contingente de dos Analistas de la Escuela, un encuentro que muestra sin embargo un mismo amor… por la Escuela, por la relación con la causa analítica de la que esta Escuela es su médium, su vía de transmisión, su transferencia en el sentido propiamente analítico. El hecho de que los dos analistas que nos ofrecen aquí sus testimonios, Lêda Guimarães y Luís Salamone, sean miembros de dos Escuelas distintas de la AMP, —la Escola Brasileira de Psicanálise (Brasil) y la Escuela de Orientación Lacaniana (Argentina)—, no hace más que subrayar la dimensión de encuentro que la AMP propicia entre lugares distintos bajo la égida de una misma experiencia de Escuela.

No estoy aquí para certificar este encuentro, ni tan solo para decir las condiciones que lo han hecho posible, —ellos lo hacen ya muy bien en distintos momentos de sus textos—, mucho menos para hacer de maestro de ceremonias. Pero sí para señalar la singularidad que nos enseña el valor de agalma, de tesoro de saber, que tiene siempre para nosotros la experiencia del pase. Es también el mejor recurso del que disponemos para apostar por el futuro del psicoanálisis, sin garantía alguna por otra parte.
He aquí pues dos testimonios de dos finales de análisis… pero explicados un tiempo después, bastante tiempo después, más de una década para cada uno. Este rasgo no pasará desapercibido al lector. Cada uno explica lo que fue su final de análisis y lo que sucedió después de él, después de experimentar el fogonazo, el relámpago inaugural de esa experiencia que llamamos también el post-analítico, incluso el “ultrapase” siguiendo la indicación de Jacques-Alain Miller. De modo que se trata en cada caso de una relectura après coup, hecha desde un ahora que intenta atrapar lo que quedó de aquel ahora inaugural, modificado por las nuevas contingencias que la vida ha deparado a cada uno durante este tiempo. Lo que da a estos dos testimonios un valor añadido, más allá de la confirmación de lo que fue el final de análisis para cada uno. Y ello para mostrarnos que aquel que ha quedado marcado por la experiencia de su final del análisis y del pase no deja ya nunca de hacer ese pase, de tejer de nuevo con los hilos que quedaron en sus manos la tela del discurso del analista.

Lêda y Luís, la mujer “mundana” y el hombre al que “le dolía una mujer en todo el cuerpo”. O Luís y Lêda, el hombre que se desprendió de su destino de culpabilidad y la mujer que lo construyó a partir del encuentro con un vacío irreductible. Ambos dialogan, en efecto, en este libro sin esperar del otro el retorno que complementaría su ser de lenguaje  porque saben, cada uno, que el Otro ya no existe para eso.

Entonces, más bien: Lêda, una mujer de “ser inconsistente” una vez ha sacado las consecuencias de su ser de goce, y Luís, el “completo incompleto” —para retomar el título de la canción— que pudo “abrazar lo hetero con pasión”.
Lêda y Luís, Luís y Lêda, cada uno con su estilo, muy directo y punzante en el caso de ella, sabiamente indirecto y evocador en el caso de él, nos tienden sendos hilos para desentrañar el nudo que existe entre los sexos y en su falta de relación, esa falta que Jacques Lacan no dejó de investigar en la serie de impasses encontrados en la clínica y en lo más común de lo cotidiano. Los dos testimonios no sólo nos muestran a su manera que no hay simetría entre los sexos, la simetría que la vindicación de los géneros pretendería establecer, sino sobre todo que no hay reciprocidad posible, que el goce del Uno no es nunca recíproco del goce del Otro… si existiera.

En la paciente labor del largo análisis del que los dos nos dan su testimonio, un mismo tema los reúne sin embargo de un modo que el lector sabrá apreciar para sacar de ahí una preciosa enseñanza: la diferencia entre el goce del superyó y el goce femenino, lo que esta diferencia le debe a un más allá del Edipo y a un más allá de la función del padre. El resto que queda de esta diferencia para cada uno, el mismo resto que Freud encontró como un límite, como una roca del final del análisis más allá de la cual sólo podía vislumbrar un insondable desierto, es aquí el campo propio de una investigación que se prosigue. Se trata para ambos de una aceptación, de un consentimiento, de una autorización, de una elección —los términos son tan diversos como inevitablemente fallidos para decirlo de una manera concluyente— de la feminidad en lo que tiene de imposible de ser representada por el significante.

Echemos mano por nuestra parte de una referencia que el lector encontrará en las páginas que siguen y que Lacan tomó en su momento como brújula para recorrer esta terra incognita más allá del Edipo y del goce simbolizado por el falo, campo en el que se adentra cada analizante de hoy. Es una sentencia de San Juan de la Cruz que sólo podrá entenderse del lado femenino de la sexuación y que espero servirá al lector para adentrarse, él mismo, en la geografía que aquí le espera: “Cate [advierta] que no le falte el deseo de que le falte”[1].





[1] San Juan de la Cruz , Vida y obras de San Juan de la Cruz, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1978, p. 371.