20 de setembre 2021

Prólogo a «Invenciones en la sexuación»




Grama Ediciones, Buenos Aires 2021

He aquí un precioso trabajo colectivo sobre un tema de la mayor actualidad. El impulso de este trabajo se debe al Departamento Enlaces del Instituto Clínico de Buenos Aires (Icdeba). El tema —las invenciones en la sexuación— está en el candelero desde que Jacques-Alain Miller haya centrado la investigación y el debate de las Escuelas y de los Institutos del Campo Freudiano con la declaración de este año como «el año trans». Un trabajo colectivo no quiere decir que haya un sujeto de enunciación colectivo, un nosotros homogéneo que represente una doxa del discurso del psicoanálisis. Por el contrario, el lector encontrará enseguida la singularidad de la enunciación de cada uno de los participantes de esta conversación que se quiere analítica, es decir, que supone la modificación de la palabra de cada uno a partir de lo que lee y de lo que escucha de la palabra del otro. Que no haya sujeto de enunciación colectiva quiere decir precisamente que cada discurso se enlaza con el discurso del otro sobre un mismo sujeto, un mismo tema, que sí es colectivo. Y es con estos enlaces de discursos que se produce entonces algo nuevo cada vez que hay una verdadera conversación. Incluso cuando debe producirse, como ha sido en este caso, a través del espacio virtual de Internet. 

Se trata aquí del sujeto que, con Jacques Lacan, llamamos sexuación, un tema nada obvio que hay que interrogar en la gran variedad y amplitud de los discursos que hoy se cobijan bajo el epígrafe de los estudios de género o de las ideologías queer. El psicoanálisis entra así en conversación con estos discursos para transmitir aquello que puede escuchar en la experiencia de cada caso, orientándose con la enseñanza de Lacan. Ello supone un intenso trabajo previo de lectura y de esclarecimiento de los textos y seminarios lacanianos que el lector encontrará en este volumen como una referencia constante.

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Para introducirnos a su lectura será tal vez interesante referirnos a los orígenes y al uso del término sexuación, significante que no figura en los diccionarios de la lengua española, pero que forma parte del léxico psicoanalítico y que se ha extendido ya más allá de nuestro campo. Digamos que el término ha hecho fortuna al distinguirse de la significación más genérica que tiene el nombre sexualidad o el calificativo sexual. Tal como el lector irá comprobando a lo largo del libro, sexuación es un término que tiene un uso muy preciso en la enseñanza de Jacques Lacan, un uso que nos parece finalmente neológico y que haremos bien en utilizar en la conversación con otros discursos marcando su especificidad.

La palabra sexuación empezó a usarse en la lengua francesa (sexuation) a finales del siglo XIX como una sustantivación del verbo sexuer, que tenía el significado de adoptar o determinar en los seres vivos un carácter sexual específico, masculino o femenino. La palabra fue importada desde el francés a las otras lenguas, a la inglesa en primer lugar. Con un pie en el campo de la biología —la llamada sexuación física— y otro en el de la sociología y la psicología —la sexuación psíquica—, el uso del término vino también marcado de origen por el binario macho / hembra. Sin embargo, cuanto más avanza el uso de este término durante el siglo XX, más hunde la sexuación sus raíces en el enigma de lo real, más difícil se hace situar la verdadera diferencia en juego. Es algo que resonará de maneras diversas en la enseñanza de Lacan cuando apartará la sexuación de cualquier referencia a la genética, a la sociología o a la psicología. No hay nada finalmente en lo real del organismo vivo, pero tampoco en lo que se aísla como cultura o como sistema cognitivo, que pueda dibujar los confines de la diferencia sexual de una manera clara. 

La escritura que la genética reservó al binario macho / hembra —XY para el cariotipo heterocigótico / XX para el cariotipo homocigótico— parece mantener esta incógnita x en la sexuación biológica de la especie humana. Lo interesante, tal como observó Lacan en su momento, es que no se sabe cómo se reparte este par hetero / homo en cada especie. Es decir, no se puede saber de entrada si es el macho o la hembra el que es homocigótico: «La diferencia con el otro sexo es que en el otro sexo hay en algún lado heterocigotismo, es decir que hay dos genes que no forman la pareja, cuando formar pareja quiere decir que son homo, homocigotos, que son semejantes.»(1) En otras especies, como en las aves, las mariposas y algunos peces, los homocigóticos son los machos (ZZ) y las heterocigóticas son las hembras (ZW). Y es por esta razón que se utilizan otras letras, para no confundir las diferencias entre especies y la diferencia sexual en sí misma. Entonces, esta diferencia no es tan clara como sería deseable para una concepción que quisiera superponer lo simbólico del lenguaje sobre lo real sin desajustes ni pérdidas. ¿Dónde está lo homo, dónde lo hétero, en lo real de la sexuación biológica? La observación de Lacan marca lo irreductible de una diferencia radical entre los sexos, pero deja en suspenso el modo en que se reparte esta diferencia, es decir, aquello que marca la sexuación en los seres vivos para hacerlos unos distintos de los otros: «¡Por qué diablos pretender que lo que es microscópico sería más real que lo que es macroscópico!» (2). No, no será en lo real de la genética o de la célula viva, pero tampoco en los rasgos llamados secundarios de los cuerpos, donde podrá inscribirse una diferencia sexuada de los seres humanos. Dicho de otra manera: hay hombres y mujeres, pero no hay nada que inscriba esta diferencia fuera del discurso que los distingue como tales, un discurso donde solo pueden ser representados por una pareja de significantes en un binarismo irreductible, mal que le pese a la definición, binaria ella misma, de lo no-binario.

En realidad, este problema estaba ya presente en los orígenes y en el uso del término sexuación que hemos señalado. En cualquier operación de sexuación se trataba ya de una atribución simbólica que, en el ser humano, requiere de un consentimiento del sujeto a partir del binario fundamental que supone todo sistema simbólico de identificación: SS. Atribución del Otro del lenguaje y consentimiento del Sujeto del significante son los dos términos necesarios para fundar la operación de la sexuacón. Y es solo por el lenguaje que un ser podrá reconocerse entonces como perteneciendo a un sexo o a otro, sean los que sean. Y el uno y el otro no tienen ninguna esencia ontológica, son solo un par de significantes definidos por su diferencia. ¿Cómo esta diferencia introducida por el lenguaje muerde en el goce de cada cuerpo hablante? Esta es la cuestión que la experiencia del psicoanálisis aborda caso por caso, y sin tener una norma establecida previamente: ni hetero-, ni homo-, ni trans-.

Cuando Lacan aborde esta cuestión en la última parte de su enseñanza, no encontrará otra forma de hacerlo que con la lógica y la topología. En primer lugar, con las «fórmulas cuánticas de la sexuación»(3), donde distinguirá en realidad «cuatro lugares reservados a los modos de la identificación, de la identificación llamada sexuada»(4). Son cuatro —hay que ver cuáles— que solo pueden leerse como tales a partir del lugar tercero que introduce la función simbólica del falo para distinguir los dos sexos, dos que solo pueden representarse en lo simbólico como respuestas al Uno del goce, al Uno sin Otro posible.

Es siguiendo esta lógica como veremos desplegarse en la conversación de este libro las múltiples invenciones en la sexuación de nuestro tiempo.

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Una pregunta recorre entonces estas páginas para relanzar el debate y la conversación: ¿Dónde empieza —más que cuándo— y dónde termina el binarismo en la enseñanza de Lacan? ¿De qué «dos sexos» se trata en este binarismo? ¿Qué dualidad implica la diferencia radical entre hombres y mujeres cuando se trata de la relación con el goce, a-sexuado en sí mismo, al decir de Lacan? 

Hay una preciosa imagen que Lacan tomó en la última parte de su enseñanza —en su seminario 23 sobre El sinthome, y que el lector encontrara citada en estas páginas— para hablar de la diferencia entre los sexos: «en el sexo no hay nada más que el color, lo que sugiere que puede haber color mujer, color de hombre o hombre color de mujer». (5) En este colorido sexual siempre binario, que puede ampliarse sin duda con los colores del arco iris sin salir de este binarismo fundamental, ¿qué lugar ocupa aquel otro color de la libido, el color del Uno del goce, el color del Uno sin Otro, el color de la libido que el propio Lacan había definido «en lo más íntimo de su naturaleza» como «color-de-vacío: suspendido en la luz de una hiancia» (6)? Porque es en la posición singular ante este color de vacío donde hay que escuchar hoy las invenciones en la sexuación del sujeto contemporáneo.

Sin duda, el lector atento sabrá encontrar los reflejos y las iridiscencias de este color de la libido en la diversidad de invenciones —en la clínica, pero también en la literatura o en el cine— que le esperan en las siguientes páginas.

 

[1] Lacan. J., Le Séminaire, R.S.I. Ornicar? nº 3, Lyse, París 1975, p. 47-49.

[2] Ibid.

[3] Llamadas así por Lacan mismo en su seminario del 9 de abril de 1974, dedicado aquel año a Les non-dupes-errent, los nombres del padre — los no incautos erran.

[4] Lacan, J., Seminario Le non-dupes-errent (1973-74, inédito.

[5] Lacan, J., El seminario, libro 23. El sinthome, Paidós, Bs.As., 2006, p. 114. 

[6] Lacan, J., «Del ‘Trieb’ de Freud y del deseo del analista». Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 830.