Los personajes, los hechos y los lugares que aparecen en este libro son absolutamente reales. Las similitudes o las coincidencias que el lector encuentre con sus propias experiencias imaginarias o simbólicas serán siempre ciertas, cada una de ellas, pese a que en ocasiones le puedan parecer fruto del azar o de la contingencia.
Solo que, tal como dejó escrito Lucrecio, el orden de los elementos primordiales de la naturaleza, con las combinaciones y los movimientos que componen sus letras, le hará creer a veces que la ficción ha imitado la realidad. No es cierto; será un espejismo más de los que produce la inevitable naturaleza perdida de las cosas. La verdad que el lector va a hallar en estas páginas, la verdad escrita en minúsculas en la naturaleza, posee siempre la estructura de una ficción. Y solamente descifrando los jeroglíficos será capaz cada uno de revelar su propia verdad.
El umbral que trazamos entre la teoría y la experiencia, entre el nombre y la cosa, entre la palabra y la realidad es solo la manera que hemos adoptado de distinguir regiones en el mapa de la vida y tratar de orientarnos en un campo que no tiene ni sabe hacer estas diferencias. El lenguaje no es una representación de la realidad, sino que forma parte de la realidad hasta darle esa forma con la que se nos presenta. Por ello, el lector hallará al final del libro unas «referencias comentadas» que actúan como andamio aparentemente «teórico» y le podrán decir cuál sería su mapa conceptual, si es que lo había.
Porque el autor, que siempre ha practicado el género del ensayo, no ha logrado aún escribir una ficción que no tenga forma de verdad porosa.
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