"Bienvenido Mr. Marshall" de Luís García Berlanga (1953) |
Algunas reflexiones sobre “Algunas reflexiones tras el Referéndum en Cataluña” de Santiago Castellanos
Por J. V. Marcabrú (1)
Por J. V. Marcabrú (1)
Estimado Santiago,
Como entiendo que Zadig-España debe ser una conversación y
no una suma de monólogos, van aquí unas líneas después de haber leído tu interesante
texto con mucha atención, y con todo el cariño.
I
Empecemos por el final de tu principio: “…tras el Referéndum
de Cataluña”. En efecto, cada vez son menos los que lo niegan: el Referéndum de
Cataluña se celebró, tuvo lugar, existió, sucedió. Es un hecho. Y cada vez se
lee y se escucha menos el adjetivo de “ilegal” con el que se lo acompañaba al
principio para intentar anular sus previsibles efectos. La prensa extranjera al
menos ha dejado ya de utilizar este adjetivo tan solo una semana después de haberse
realizado. Así, la fuerza de los hechos impone su reconocimiento y ha marcado
un antes y un después. No es entonces solo un hecho, es un acto que no reposa
en un argumento jurídico sino político. Algunos no querían llamarlo referéndum
y también tenían razón. Fue una movilización social de más de dos millones de
personas empeñadas en jugarse la piel para hacer valer su decisión, la de un
sujeto político que se había ido gestando con el tiempo —al menos desde el año
2010— y que con este acto nacía para exigir su reconocimiento. A partir de ahí,
se habla ya de este sujeto político, existe como tal, tanto para defenderlo
como para impugnarlo, tanto para reivindicarlo como para banalizarlo.
Fue, es cierto, un referéndum sin garantías y con resultados
que siempre podrán discutirse por eso mismo, porque se hizo sin garantías
jurídicas. Es su pecado original, la falta
criticada por aquellos mismos que, solo ellos, podrían haber dado esas
garantías. Y aun así, ocurrió como un acto político que ha hecho mover
definitivamente el eje de coordenadas del Estado español. Todos lo admiten
ahora: más allá de los resultados, apabullantes, es un hecho sin precedentes.
El Referéndum se celebró, más mal que bien, pero hubo urnas
y papeletas —no todas— y se contabilizaron los votos —no todos—, incluidos los que
se dice que fueron emitidos de manera repetida pero también excluidos los que
volaron por arte de la Guardia Civil. Sin duda los segundos fueron muchos más
que los primeros y, en todo caso, deberían valer igual, es decir nada para
algunos y todo para otros. Y hay que ver los recursos increíbles que se
llegaron a inventar para que todo esto fuera posible, algunos dignos de una
película de Berlanga: urnas escondidas en nichos del cementerio, otras que eran
un simple señuelo con papeletas de mentira para cuando viniera la Policía Nacional
o la Guardia Civil a incautarlas por la fuerza… La picaresca fue digna del
barroco español. Y se contaron papeletas hasta en el altar, en plena misa, con
los cánticos del “Virolai” —himno religioso catalán— de fondo. (Puede verse enYoutube). Ahí no se le ocurriría venir a la Benemérita para llevarse el
resultado trabajado durante tantos días. Y puedes seguir con otra escena digna
del mejor Fellini. En un pueblo perdido de L’Empordà, Sant Mori, de 176
habitantes, un nutrido pelotón de la Guardia Civil llega a media mañana del
día 1 de Octubre debidamente ataviado —es decir, armado— para entrar en el
colegio electoral a incautar las urnas. Algunos habitantes que están en la
plaza almorzando frugalmente los ven pasar con cierto asombro. Llegan tarde.
Los votantes habían empezado a votar puntualmente a las 9 de la mañana,
terminaron todos de votar a las 9:15 y a las 9:45 tenían ya los votos
contabilizados y las urnas escondidas a buen recaudo. Unos dicen que la urna
—era una— estaba escondida en la silla de ruedas que se pasea en un momento por
la escena, otros que estaba entre las ramas del árbol bajo el que están
almorzando. (También en Youtube puede verse la escena). Y así, una y otra.
No, una improvisación así no se improvisa, es una “improvisación dirigida” como
dicen algunos músicos, es necesariamente el resultado de una combinación
sabiamente urdida por el deseo de muchos que se encuentran en uno, en un solo
sujeto: “el sujeto de lo colectivo”, lo llamaba Lacan. Imposible construir algo
así a golpe de leyes, imposible también destruirlo a golpe de leyes. Quedan las
porras, pero ¿hasta cuándo? Se trata de una voluntad de ser, irrenunciable para
muchos, demasiados ya para seguirlos ignorando. ¿Ilegal? Tal vez. ¿Ilegítimo?
Tal vez también, pero es difícil borrar del mapa una voluntad de ser cuando
funciona así, con la improvisada precisión del deseo.
Eso ocurrió. Y hay que sacar consecuencias.
II
A partir de ahí, estimado Santiago, vienen tus dos
reflexiones.
—“La primera es que las garantías democráticas han sido
degradadas por el gobierno de España y también por el movimiento
independentista catalán.”
Es cierto, cuando una voluntad de ser de esta magnitud solo
puede expresarse en un Referéndum sin las garantías de quien podía darlas y
este mismo no quiere darlas por una voluntad política —en otras naciones esta
voluntad política existe— entonces lo invalida, las garantías se degradan. Y
también, cuando una fuerza política usa su mayoría en el parlamento para
imponer, ya a las últimas, una ley decisiva por el procedimiento llamado de
“lectura única”, las garantías democráticas se degradan también. ¿Pueden
ponerse, sin embargo, en el mismo nivel estas dos formas de degradación
teniendo en cuenta que la “lectura única” es habitual en muchos actos
parlamentarios? En todo caso una garantía degradada no es ya una garantía. Una
garantía es de orden binario: o existe o no existe, no hay grados. Nos encontramos
entonces con una paradoja: si no hay garantía democrática en ninguna de las dos
partes ¿dónde puede sostenerse el recurso a la ley? ¿Quién está más legitimado
para hacer este recurso?
Sólo hay una salida a esta paradoja: entender que la ley
proviene de la democracia, nunca al revés.
De ahí que, en efecto, la judicialización de un problema
político sea siempre un mal asunto, con la confusión de poderes que supone y
que lleva a un uso espurio tanto de la judicatura como del propio parlamento.
Sin embargo, no puede suponerse aquí la causa de “la intervención de las
Fuerzas de Seguridad del Estado para violentar, amenazar y reprimir…” Ese acto
es fruto de una decisión política, no es resultado de esa mala práctica que es la
judicialización de la política. Es la voluntad clara y explícita de derrotar al
adversario haciendo presente la fuerza militar en la calle, es la amenaza física
en lugar de la conversación. O bien es “la política seguida por otros medios”
(la guerra de Clausewitz). Nada que ver con la judicialización, nada que ver
con el juego, más o menos sucio, del parlamentarismo. Es la represión pura y
dura. Y no pueden ponerse al mismo nivel los dos actos con un igual
“carácter totalitario”. Una injustificable triquiñuela parlamentaria —¿y cuántas
no se han hecho en el mismo parlamento español?— no puede ponerse al mismo
nivel que la conculcación clara y explícita de los derechos civiles,
conculcación de la que pocos dudan ya.
—“La segunda es que las consecuencias de la radicalización
de ambos discursos —el independentismo catalán y el nacionalismo español— son
la ruptura del lazo social y la promoción de los fenómenos de segregación.”
En este punto prefiero el quiasmo: el independentismo
español hace tiempo que ya ha desconectado de lo que se reduce demasiado
fácilmente al “nacionalismo catalán”, cajón de sastre con etiquetas de lo más
variadas. Y es que no se trata ya de nacionalismos —que por otra parte sobreviven
muy bien conjuntamente en otras latitudes— sino de la apuesta decidida de una
República que sólo en Cataluña parece hoy poder ponerse en juego hasta el
límite. No olvidemos que la pregunta del famoso Referéndum era la siguiente:
“¿Quiere que Cataluña sea un estado independiente en forma de República?” La
última parte de la pregunta explica en parte por qué el Sí ha sido tan
mayoritario (un 90%), incluyendo diversas posiciones republicanas que
atraviesan partidos, clases y movimientos sociales diversos y haciendo tan
transversal su manifestación. Visto así, este Referéndum ha venido al lugar de
aquel que no pudo hacerse hace décadas en todo el Estado español —muchos lo
recuerdan ahora— por la inevitable herencia franquista de la Monarquía
española. Lo que hoy se juega en Cataluña importa también a todo el Estado por
esta disyuntiva: Monarquía sí o Monarquía no. Tema intocable, es cierto, para
buena parte de la izquierda nacional, nacionalista o no. Se entiende entonces
que pocos quieran meterse en este berenjenal. Se entiende también que la
derecha española haya hecho su recurso final a la supuesta garantía de la
Monarquía para dirimir un asunto que debe ser de política parlamentaria.
¿Aguantará la Monarquía este peso que, por otra parte, no debería corresponderle?
Su noli me tangere parece ya
demasiado frágil para eso. Y la historia nos dice que, cuando la Monarquía se
ha visto tocada, ha preferido siempre amputarse de una parte de sus súbditos
antes que cumplir la función que tan noblemente se le supone: ser equidistante
entre las fuerzas políticas.
Así, el “síntoma Catalunya” está despertando también el alma
republicana española, tan aparentemente dormida. Y esa sí es una fractura, es La
Fractura española por excelencia: “Españolito que vienes al mundo…” (4)
Hay que explicarlo. Buena parte de los viejecitos y
viejecitas —y no tanto— que has visto con
chichones y sangrando en los videos que circulan por la Red salieron a la calle
por esa alma republicana, y es por esa alma que se han visto contabilizados del
lado del independentismo. Dicho de otra manera: más que independentismo, es republicanismo
desconsolado. Por otra parte, es por no querer apuntarse a este
independentismo, por lo que tiene de tinte nacionalista, que muchos
republicanos en Cataluña están hoy con el corazón partido, dividido entre
República y Nación. Hasta que la izquierda española no entienda este juego seguirá
tan perdida como lo ha estado un socialismo que, recordémoslo, no ha ganado una
sola elección en el Estado español sin el apoyo de Cataluña y de Andalucía.
¿Fractura social? Usemos este término si quieres en la
medida que define la estructura misma de lo social. Pero no dice en realidad nada
más específico de lo que está ocurriendo hoy en Cataluña. Alguien se
preguntaba: ¿Cuántos grupos de Whatsapp se han disuelto estos días por las
discusiones sobre el síntoma Cataluña? Y el otro respondía: ¿Y cuántos se han
formado para estas mismas discusiones? Hay familias en las que se prefiere no
hablar de eso, es cierto, como del sexo por otra parte. Y hay también muchos
nuevos vínculos que se han creado, algunos de repente y de modo insospechado.
Los llamados antisistema defienden el orden como nunca, la gente de orden son
ahora juzgados por desobediencia y sedición. Y hasta se abrazan unos a otros
(veremos hasta cuándo, por supuesto). En todo caso, el argumento tan repetido
de la “fractura social” y de la “ruptura de los vínculos sociales” no aguanta
un análisis serio: la movilización social y la creación de nuevos lazos que se está
produciendo en Cataluña es inédita y sólo puede explicarse por la fuerza del
tejido social, como a veces sucede en otras partes de España
también. Y es esta movilización social la que ha arrastrado a los políticos, no
al revés.
Frente a este nuevo fenómeno, —que se ha convertido ya en un
síntoma para el conjunto de esta Europa vacilante— no bastan los análisis de la
vieja política. La lógica de la segregación y del odio se hace cada vez más
compleja. La buena conciencia que reclama un “rechazo al odio” y denuncia la
“segregación” puede estar causada también por el odio mismo sin entender lo que
se segrega por estructura. ¿Cuál es la perspectiva del psicoanálisis?: tratar
la segregación estructural con una verdadera conversación, más que con un
diálogo de sordos. Entonces, antes que rechazar el odio hay que entenderlo como
aquella pasión que se dirige más directamente al ser (Lacan dixit). El odio no tiene patria, el amor
tampoco. Y en todo caso, si el psicoanálisis fuera una patria, como tú
escribes, sería un patria… sin padre. Es decir, un jardín sin flores. Mejor tal
vez pensarlo entonces como un pueblo —incluso en el sentido del Volk por muy “populista” que pueda
parecer—, como un sujeto sin esencia, sin identidad definida. El pueblo judío,
por ejemplo, sabe mucho de esto. Un pueblo sin fronteras, fronteras que suponen
siempre una reciprocidad imposible (no hay Otro del Otro). Un pueblo que tenga,
sin embargo, litorales bien definidos y más del lado femenino (no hay
reciprocidad, hay lo Uno). Para hacerlo existir como Uno, el amor de
transferencia será siempre mejor argumento que la invocación al odio.
Estimado Santiago, lo diré de forma sintética para concluir:
si España no quiere perder a Cataluña —muchos ya la consideran perdida— será
mejor que intente seducirla con algún buen bolero —“Si tú me dices ven…”*, por
ejemplo, mejor incluso que un mambo— que no enviarle cada tanto a la Guardia
Civil y a la Policía Nacional para molerla a palos como hizo este pasado 1 de
Octubre.
Un fuerte abrazo.
6 de Octubre de 2017
1. Antes Miquel Bassols, del Grup Impulsor “Rel i Llamp”.
3. https://www.youtube.com/watch?v=2RqiWVKNHMY
4. "Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. /Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón." (Antonio Machado)
*Si tú me dices ven, lo dejo todo
Si tú me dices ven, será todo para ti
Mis momentos más ocultos,
También te los daré,
Mis secretos que son pocos,
Serán tuyos también.
Si tú me dices ven, todo cambiará
Si tú me dices ven, habrá felicidad,
Si tú me dices ven, si tu me dices ven.
No detengas el momento por las indecisiones,
Para unir alma con alma, corazón con corazón,
Reír contigo ante cualquier dolor,
Llorar contigo, llorar contigo,
Será mi salvación.
Pero si tú me dices ven, lo dejo todo,
Que no se te haga tarde
Y te encuentres en la calle
Perdida, sin rumbo y en el lodo.
Si tú me dices ven, lo dejo todo.
4. "Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. /Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón." (Antonio Machado)
*Si tú me dices ven, lo dejo todo
Si tú me dices ven, será todo para ti
Mis momentos más ocultos,
También te los daré,
Mis secretos que son pocos,
Serán tuyos también.
Si tú me dices ven, todo cambiará
Si tú me dices ven, habrá felicidad,
Si tú me dices ven, si tu me dices ven.
No detengas el momento por las indecisiones,
Para unir alma con alma, corazón con corazón,
Reír contigo ante cualquier dolor,
Llorar contigo, llorar contigo,
Será mi salvación.
Pero si tú me dices ven, lo dejo todo,
Que no se te haga tarde
Y te encuentres en la calle
Perdida, sin rumbo y en el lodo.
Si tú me dices ven, lo dejo todo.
Senyor Bassols, no he pillado la Red colectiva, pero esta muy bien y en este momento de incertidumbre máxima histórica me ha recordado a Lacan, cuando decía, el Hombre es cómico o al Santo de mi padre que hizo suyo el decir que era "comic" siendo "quimic".
ResponEliminaVicent Adsuara i Rollan
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ResponEliminaLeo: "Así, el “síntoma Catalunya” está despertando también el alma republicana española, tan aparentemente dormida." Esta opinión me parece risueña y poco fundamentada. Tengo severas dudas de que la aventura catalana permita a los españoles retomar el concepto y la forma republicana. Ni veo una clara cultura política entre los españoles que les permita clarificar el presente de su Democracia y la alternativa republicana. Más bien, y tal como van las cosas, todo lo contrario. Las pretensiones secesionistas pueden estar haciendo un flaco favor a esa supuesta alma eternamente dormida. No se equivoquen los deseos con las realidades.
ResponEliminaGracias por permitirme expresar.
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ResponEliminaGracias, Vicent y Fackel, por su lectura.
ResponEliminaLa realidad está hecha de deseo, al revés de lo que piensa un editorialista de hoy en El País pensando seguir a Freud, oponiendo principio del placer y de realidad. Y por el momento es en Catalunya donde el deseo republicano ha retomado el hilo para despertar de la pesadilla de la historia. Aunque será, como añadía Lacan, para seguir durmiendo. De momento, eso ha hecho despertar también al monstruo, lo que no augura buenos tiempos. Veremos...
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