“El lugar del
psicoanalista en la enseñanza de Lacan se aborda a partir de “hacer el muerto”
para luego ser situado en el lugar de objeto pequeño a: este descompleta el
lugar de la buena fe y no se identifica con él”.
Éric Laurent, “Ciudades
Analíticas”. Tres Haches, Buenos Aires, p. 60.
En efecto, una de las primeras figuras que
Lacan toma al principio de su enseñanza para situar el lugar del analista en el
dispositivo analítico es el lugar del muerto. Pero digamos de entrada que se
trata de un muerto que debe estar muy vivo en su deseo para cumplir esta función
y hacerla presente para el sujeto. Nada que ver con la imagen del analista
petrificado y neutro, más cercano a la imagen del feto macerado que Lacan mismo
tomó para criticar la pose de algunos psicoanalistas postfreudianos. No hay
lugar del muerto sin el deseo del analista, término que Lacan preferirá
finalmente para indicar la presencia, real, del analista en el dispositivo.
Cuando en “La dirección de la cura y los
principios de su poder” Lacan hace esta primera referencia al lugar del muerto lo
hará tomando el ejemplo del juego del bridge. En este juego de dos parejas, uno
de los cuatro jugadores —el llamado “declarante”— recibe la ayuda de su
compañero que está en el “lugar del muerto” y cuyas cartas se colocan en la
mesa cara arriba dejando que sea el declarante quien las juegue con las suyas.
El muerto no juega pues sus cartas aunque puede advertir a su compañero si su
juego infringe alguna de las reglas de la partida. Lacan señala que “el
analista se adjudica la ayuda de lo que en ese juego se llama el muerto, pero
es para hacer surgir al cuarto [jugador] que va a ser ahí la pareja del
analizado, y cuyo juego el analista va a esforzarse, por medio de sus bazas, en
hacerle adivinar la mano: tal es el vínculo, digamos de abnegación, que impone
al analista la prenda de la partida en el análisis.”[1] En
el juego de cuatro lugares que Lacan sitúa en su esquema L —el Sujeto, el otro,
el Yo y el Otro—, el analista deja a su Yo en el lugar del muerto en el
registro de lo imaginario para que, a su vez, el Sujeto deje al suyo de lado y pueda
surgir para él el lugar del Otro, el inconsciente, el cuarto jugador, su verdadera
pareja, en el registro de lo simbólico. Se trata pues de dejar de lado los
sentimientos, los prejuicios y las pasiones que están del lado del Yo para dar
línea abierta a la relación del sujeto con el inconsciente. Si el analista
“presentifica la muerte”, como indicará también en “La cosa freudiana…”, es en
este sentido. A Yo muerto, el Otro viene a su puesto.
Es el lugar de la causa de la división del
sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.
Lo interesante de la cita de Éric Laurent es
que pone en relación esta función con el hecho de descompletar el lugar del
Otro de la buena fe, de no identificarse con él, entendiendo que el error de
buena fe puede ser el peor de los errores cuando se trata de la dirección de la
cura. Es cierto que, como en el infierno, las almas caritativas pueden estar
llenas de las mejores intenciones terapéuticas pero será siempre para barrar el
paso del sujeto al inconsciente que, por su parte, no las tiene ni buenas ni
malas. Hay un índice mayor de esta presencia que Lacan hará consistir en la
función del objeto a. Es la angustia,
que no engaña nunca, signo de que el sujeto está jugando su partida con el
Otro, más allá de sus buenas o malas intenciones, más allá de la buena fe que
lo haría completo.
La presencia, real, del analista es pues también
una forma de descompletar al Otro: lo hace surgir para el sujeto como su
verdadera pareja y a la vez lo marca con un falta irreductible.
Digamos para concluir que
esta lógica lleva necesariamente a la tesis que Jacques-Alain Miller enunció
como “el inconsciente intérprete”. Sólo por un abuso de lenguaje podríamos
decir que es el analista quien interpreta el inconsciente, suponiendo que
pudiera tomarlo como el lenguaje objeto de su interpretación hecha
metalenguaje. Sus intervenciones, jugando con el lugar del muerto para el
sujeto, deben propiciar que sean las cartas del Otro las que digan la verdadera
interpretación, la del inconsciente del sujeto, la que no dirá nunca la verdad
de la verdad, como querría precisamente la buena fe.
*Comentario a la referencia escogida por Ruth Pinkasz para los Flash de la Conversación Clínica del ICF en España, Marzo de 2017, sobre Presencia del analista en la cura.
[1] Jacques Lacan: “La dirección de la cura y los
principios de su poder”. Escritos,
Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 569.
Efectivament, si diguera la veritat de la veritat, el que vosté en altre article va situar en el lloc de "Real", la vida mateixa seria una tortilla d'excrements, cosa que de fet tendeixen a pensar i en totes les seues derivacions, els no analitzats i psicòtics, és l'espiral de la histèria que no té límit o paret o sol en què descansar, perdent-se sense fi.
ResponEliminaUna abraçada des de València, senyor Bassols.
Vicent Adsuara i Rollan
Interesante el simbolismo del analista como "hacerse el muerto". Para a la vez ser lo "Real" y esencial en el proceso analítico.
ResponEliminaComo bien dice su escrito, "No hay lugar del muerto sin el deseo del analista".
Será su saber hacer, lo que guiará a buen término el trabajo analítico, aunque en esa presencia real, se haga el muerto.
El sujeto puede sentir, en un primer momento, que está solo. No hay analista que responda. Estará muerto?...no habla. El analista presentifica la muerte.
Pero no será sin su presencia real y su buen hacer, como en el juego del bridge, que en silencio adjudicará su ayuda al sujeto, para hacer surgir al único "partenaire", su inconsciente.
Pero no sin momentos de privación, estragos y sacrificios.
Me hace pensar que el analista como "Real", tiene mucho que ver para hacer de un imposible, lo posible.
Hacer fluir el inconsciente, aunque no siempre diga la verdad.
En una reciente conferencia suya, en Reus, nombró que, " El inconsciente existe en la medida que otro lo escucha".
Es la presencia, real, del analista.
Un saludo
Desde Reus, una aficionada al psicoanálisis
Eva Lucha