Charles Jalabert, Edipo y Antígona
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Flash para la XVI Conversación Clínica del Instituto del Campo Freudiano
Barcelona, 5 de Marzo de 2016
Creonte al Corifeo:
«Esta (Antígona) conocía perfectamente
que estaba obrando con insolencia, al transgredir las leyes establecidas, y
aquí, después de haberlo hecho, da muestras de una segunda insolencia: ufanarse
de ello y burlarse, una vez que ya lo ha llevado a efecto. Pero verdaderamente
en esta situación no sería yo el hombre –ella lo sería—, si este triunfo
hubiera de quedar impune».
Sófocles:
Antígona. Tragedias,
Madrid, Editorial Gredos, 1982, p. 154.
Debemos a Alfred
Adler y a su transferencia negativa hacia Freud la expresión “protesta viril”
para indicar la menara de “sobrecompensar” el sentimiento de inferioridad del
hombre en relación a otro hombre. Freud la situó, en efecto, en su justo lugar
al interpretarla como un rechazo, incluso como una desautorización, de la
feminidad. Aunque no pudiera ir más allá en este campo.
Debemos a Jacques
Lacan y a su transferencia negativa hacia Freud —la que él mismo evocó como la
mejor forma que tuvo de leerlo— el haber distinguido la posición femenina del
“continente negro” en el que Freud la había hallado y en el que detuvo su
propia investigación sin poder formular la topografía de ese continente.
Ahí, “el brillo de
Antígona”, título que Jacques-Alain Miller escogió para el capítulo del
Seminario 7 de Lacan que abre el comentario sobre la tragedia griega, es la luz
que Lacan tomó para adentrarse en el continente de la sexualidad femenina en el
que no hay otro modo de avanzar si no es a tientas. Y siempre con el equívoco
que permitiría confundir este brillo con el que, no por nada, llamamos también
el “brillo fálico”.
Pero el brillo de Antígona, el que su posición entre
las dos muertes hace aparecer por un momento en la dimensión de la tragedia, no
es precisamente el brillo del falo cuyo velo está destinado a ocultar este espacio
imposible de representar por el significante.
El párrafo
escogido de Antígona con las palabras
de Creonte al Corifeo nos presenta, en efecto, una forma de protesta viril al
estilo Adler, la protesta del hombre que no quiere sentirse inferior en relación
al Otro. Es interesante subrayar que Creonte, al argumentar las razones de su
decisión de sentenciar a Antígona a muerte según la ley de la ciudad, no se
dirige a ella directamente sino al Corifeo, al portavoz de esta ciudad,
portavoz que es a la vez su cabeza representante. “Corifeo” reúne de hecho
estas dos acepciones: portavoz y cabeza de un grupo. Así, Creonte se hace
portavoz en estas palabras no tanto de la ciudad como de su protesta viril ante
el Otro de la ciudad: “verdaderamente no sería yo el hombre” si el acto de
Antígona quedara impune. De hecho, Creonte reconoce implícitamente en estas
palabras, casi como si se tratara de un lapsus, el “triunfo” de Antígona sobre
él, un triunfo que lo feminiza a él mismo en la medida en que quedará inevitablemente
como triunfo más allá del castigo que él le dará según la ley. No es sólo que
Antígona haya transgredido las leyes establecidas de la ciudad. Hay un plus que
ninguna ley, tampoco la ley fálica, puede medir y que Creonte interpreta como una
burla. En realidad, este plus es la asunción de Antígona de la muerte, en su
radical alteridad con respecto a la ley que Creonte dice representar.
La alteridad de
Antígona no puede reducirse entonces a ninguna diferencia significante que
intente representarla en su propio marco, por mucha protesta que se añada. Y
este es el malentendido entre los sexos cuando se trata del goce, entre la
posición del goce Otro y la posición fálica.
Es que en esta
escena de Antígona, como en la escena de los sexos que Lacan formalizó en las
posiciones de la sexuación, no sólo la relación entre los sexos no puede ser
simétrica, tampoco puede ser recíproca. El malentendido está entonces
asegurado: lo que a Creonte le parece una burla a su masculinidad por parte de
Antígona es en realidad el reverso —ni simétrico ni recíproco— de su propio
mensaje cuando se identifica a la ley fálica. La legitimidad que Antígona le
plantea como distinta a la ley de la ciudad no es representable como una
protesta en relación a esta ley, es la alteridad en la que se funda su propia
protesta, —viril, demasiado viril—, sin saberlo.
Deshagamos entonces
el posible malentendido con una fórmula simple: Antígona no es Alfred Adler,
aunque Alfred Adler siempre se podría confundir con ella, protestando
virilmente, al creer que sus posiciones son tanto simétricas como recíprocas.
Miquel Bassols
I què ha de fer Creonte, dona ja, davant de la protesta viril d'Antígona? Donar, concedir, però immediatament després dialogar amb Antígona i fer-li sentir la pèrdua del fal·lus, la pèrdua de la masculinitat, Antígona torna al seu lloc, però no parlar amb les dones sinó com si hi haguera una "Dona", que ho ¿és? n'hi ha en aquest moment, fins alçar-la a una dona.
ResponEliminaVicent
En primer lloc la por a les dones, després l'obviament, més tard el sentit de l'humor davant d'elles i finalment el seguir-les cegament han fet que aparega la protesta viril en les Antígones, en les dones, ningú no ha escoltat mai a una dona, una dona vol ser estimada, escoltada quan protesta.
ResponEliminaI de la manera en què m'he expressat en el comentari anterior.
Vicent