Respuestas a Eva-Lilith, Boletín de las VIII Jornadas de la Nueva Escuela Lacaniana sobre "Lo femenino, no sólo asunto de mujeres", Lima 24-26 de Octubre de 2014.
1. ¿Cómo participa lo femenino, esa otra
satisfacción, en la división del sujeto entre fantasma y síntoma?
Digamos de entrada que la división del
sujeto es interna e inherente al propio fantasma, en su disyunción y conjunción
con el objeto que causa esta división: ($<>a), escrito según la fórmula
lacaniana. Y añadamos que el síntoma recubre más bien esta división hasta que
llegue a obtener un valor de verdad para el sujeto, una significación que sólo
puede descifrarse bajo transferencia, es decir, en la medida que el sujeto
atribuye a su síntoma un saber supuesto. Sin la operación de la transferencia resulta
imposible encontrar la llave para introducir al sujeto a esta división que
anida en el fantasma y que está encubierta por el síntoma. Es la llave de
entrada a un psicoanálisis, la llave de una puerta paradójica a la que, como
indicaba Lacan en su texto “Posición del inconsciente”, sólo puede llamarse
“desde el interior”, es decir desde una posición de necesaria “extimidad”.
Llamar con lo exterior del síntoma desde el interior silencioso del fantasma es
una manera de nombrar la operación analítica por excelencia: confrontar al
sujeto a su propia división.
Reformulemos esta paradoja siguiendo la
lógica que el propio Lacan encontró muy pronto en la posición de la mujer: ser
Otra para sí misma como lo es para el hombre. Sólo haciéndose Otro para sí
mismo puede el sujeto abordar su división, sólo “participando” —para retomar el
término de la pregunta— de una posición femenina puede llegar a saber algo de
ella (de la división y de la posición femenina). Lo femenino “participa” pues
en la división del sujeto como la extimidad que anida en su fantasma, ya se
trate de un hombre o de una mujer, con una forma de satisfacción que no se sabe
a sí misma y que escribimos en la fórmula con la letra a minúscula del objeto.
Pero conviene entonces llevar el término
“participar” hasta su raíz etimológica: tomar una parte, partir más que
reunirse con ella. Lo femenino es así la partición del sujeto, en un goce del
que sólo participa ausentándose, partido de sí mismo por decirlo así. De ahí el
rasgo de extravío que encontramos en lo femenino para cada sujeto.
2. Si el fantasma es una máquina para
transformar el goce en placer por la vía fálica, ¿qué podemos decir de la
participación del goce femenino en la formalización del síntoma al final del
análisis?
La pregunta incluye una paradoja más: si
hay que formalizarlo, en el sentido lógico del término, es precisamente porque
se puede decir muy poco de ese goce, incluso nada la mayor parte de las veces. Que
lo encontremos como inefable no quiere decir sin embargo que no dé qué hablar,
especialmente al final del análisis, a juzgar por lo mejor de los testimonios
que venimos recogiendo desde hace ya algunas décadas en nuestras Escuelas.
En todo caso, para saber algo del final siempre
es mejor empezar por el principio, por la “partición” que hemos encontrado en
la primera pregunta: ¿Cómo ha quedado cada sujeto partido por el goce, por la
satisfacción de la pulsión para retomar el término freudiano? ¿Cómo ha quedado
partido en su síntoma para querer saber y decir algo de él? ¿Cómo parte cada
sujeto de sí mismo, dividido y sin saberlo, para querer partir al viaje singular
que llamamos psicoanálisis?
Según cómo parta de sí mismo podrá
decirnos al final algo de la participación del goce femenino en él.
3. Lo femenino hace alusión al no todo
significante de la satisfacción, pero, podemos precisar mejor, ¿cómo lo
femenino, aquello que de la satisfacción está a la deriva, se relaciona con el
“UN” significante cualquiera?
Para se estrictos, no se “relaciona” de
ninguna manera. Lo femenino, si seguimos la propia definición que la pregunta
introduce por el lado “no todo significante”, es precisamente aquello que viene
al lugar de la no relación, y de la no relación entre los sexos en primer
lugar.
Por otra parte, si entendemos por “un
significante cualquiera” lo que Lacan sitúa como tal (Sq) en su
fórmula de la transferencia —en la “Proposición del 9 de Octubre de 1967…”—, se
trata siempre de un significante con el que uno se encuentra de la manera más
contingente, más azarosa, para vincularse al significante de la transferencia
(St) según una ley del significante que siempre se revela a posteriori, una vez ese encuentro ya
ha tenido lugar. Lo contingente aparecerá entonces como necesario.
Lo mismo que ocurre en la experiencia de
la transferencia ocurre en la experiencia del sujeto con el Otro sexo, en la
deriva de la satisfacción pulsional. (Dicho entre paréntesis, aquí el término
“deriva” es especialmente conveniente para nombrar el “drive” inglés, o el
“Drang” de la pulsión freudiana). Que los significantes se relacionen entre
ellos no quiere decir sin embargo que el sujeto, masculino o femenino,
encuentre con ellos la relación que no existe. Más bien al revés, es porque no
hay relación en el campo del goce —“relación sexual” en primer lugar y según el
aforismo lacaniano— que los significantes sacados de la historia de cada uno vienen
a cifrar la contingencia de sus encuentros, desencuentros más bien.
Dicho de otra manera, cuando se trata del
goce femenino, no hay en realidad destino de la pulsión, —como tampoco destino
de la transferencia—, sólo encuentro contingente con un real sin ley.
4. ¿Podría generalizarse la fórmula de “el
empuje a La mujer” como una feminización no solo presente en el paranoico sino
presente en toda estructura subjetiva y también en la estructura social?
No toda
feminización es “empuje a La mujer”, en el sentido que esta expresión tiene para
nosotros en la lectura de Lacan y que tiene su punto de partida en “La mujer”
que falta a todos los hombres, referencia primera que encontramos en la “Cuestión
preliminar…” a propósito de Schreber: “a falta de poder ser el falo que falta a la madre,
le queda la solución de ser la mujer que falta a los hombres”. La
feminización transexual, por ejemplo, parte de la certeza de esta solución como
única, sin referencia alguna al falo simbólico. Es una identificación con La
mujer que opera un salto en lo real de la asíntota con la que Lacan ilustró
esta solución. El sujeto transexual no cree en La mujer, es La mujer, pura y simplemente.
Hay, por
otro lado, feminizaciones diferentes que son rodeos más o menos alejados de la
identificación con “La mujer” que no existe como un universal. Son
feminizaciones que creen en La mujer manteniendo el vínculo con el falo que
falta a la madre o, dicho con un término posterior en la enseñanza de Lacan,
con el semblante que viene al lugar de la falta de relación sexual que pueda
escribirse en lo real. El hecho que este semblante tome cada vez más el rasgo
de lo femenino implica, en efecto, una feminización generalizada en la medida
que se desliga de la función paterna. Llamémoslo también “empuje a La mujer”,
pero la asíntota en cuestión mantiene aquí su distancia con lo real en su
infinitud, una infinitud que se aproxima continuamente a cero pero sin llegar
al cero que indexa al falo cuando se produce su elisión irreversible, Φ0.
Entre el Uno
del falo simbólico y el Cero de su elisión en la estructura existe una
infinitud de fenómenos de feminización que la clínica psicoanalítica actual
puede explorar muy bien en la serie de anudamientos diversos a estudiar: desde la
feminización progresiva que constatamos en las profesiones del campo de la
salud y de la política hasta las figuras más paradójicas de lo femenino
—Conchita Wurst mediante—, son otras figuras de lo femenino que no cesará de
ofrecer nuevos semblantes al sujeto contemporáneo.
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