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29 de gener 2014

La Escuela y lo Real


















(Editorial para la revista de la Escola Brasilera de Psicanálise, Opçao Lacaniana)


¿Qué articulación podemos pensar en la Asociación Mundial de Psicoanálisis entre la experiencia de la Escuela y el registro de lo real que es el tema de nuestro próximo Congreso? Se trata de una articulación inédita, que no había sido pensada hasta ahora, entre los conceptos que orientan el discurso analítico, su práctica, y la forma institucional que tenemos para su elaboración y su transmisión.
La Escuela, tal como fue indicado por Jacques-Alain Miller hace unos años, se ha constituido en el quinto concepto fundamental de la enseñanza de Jacques Lacan. Sabemos que existen los cuatro primeros conceptos fundamentales desarrollados en su estrecha articulación en el Seminario XI de 1964: el inconsciente, la transferencia, la repetición y la pulsión. La Escuela es así el quinto concepto fundamental, un concepto "más uno" en relación a los cuatro anteriores,  que debe ser entendido como una experiencia subjetiva, del  mismo orden que la experiencia subjetiva articulada es esos conceptos.
Cada uno de los cuatro conceptos toca una vertiente de la  experiencia de lo real para el sujeto. El inconsciente real es aquello que no cesa de no escribirse en la historia del sujeto. Tiene una de sus mejores huellas en la dimensión del trauma, aquello que ha quedado como no realizado en esta historia y está condenado a su repetición, la repetición de aquello que no cesa de no suceder, siguiendo la gramática que Lacan articuló primero en el ejemplo: “un momento más y la bomba estallaba…” No sabemos si estalló o no. En realidad el problema para el sujeto es que la bomba no cesa de no estallar, lo que es una forma de formular aquello que no puede localizarse de lo real como imposible. El discurso del psicoanálisis es un modo de tratar este real a partir de un encuentro contingente con el saber del inconsciente. Es el encuentro contingente que llamamos transferencia y que es también un encuentro con lo real. La pulsión encontrará allí una vía inédita para construirse un nuevo destino, siempre fallido por otra parte, alrededor de la falta de un objeto predeterminado en su programa, alrededor de la falta de inscripción de la relación sexual. Resumimos así el nudo, la articulación de los cuatro conceptos fundamentales elaborados por la enseñanza de Lacan, especialmente en 1964, justo en el momento en el que pondrá en acto, acto fundante, la experiencia de la Escuela. Es una experiencia sobre aquello que conforma la comunidad analítica entendida como una experiencia subjetiva, experiencia también de la soledad de cada uno de sus miembros.
Desde esta perspectiva, la Escuela es también una suerte de encuentro con lo real. La Escuela no se reduce a lo instituido por la serie de discursos que sus miembros sostienen y transmiten en cada lugar, no es sólo la estructura más o menos compleja de sus estatutos, de sus funcionamientos, de la ordenación de sus múltiples actividades por las que debemos velar en cada lugar, no se resuelve tampoco en el sentido, incluso por ese sentido que llamamos “común”, que nos hace participar del sentimiento de una comunidad analítica que se extiende internacionalmente, a través de lenguas y países. En el tejido de esta trama de elementos simbólicos e imaginarios, la Escuela, sobre todo, designa y toca una real de la experiencia subjetiva en la formación del analista.
Y es por ello que podemos decir que la Escuela, como un quinto concepto fundamental del psicoanálisis, es una tratamiento de lo real sobre el que se funda el grupo analítico. Fue así como Lacan la definió en su momento, cuando hizo su “Proposición del pase” en 1967. Este real suele aparecer, de forma siempre imprevista, en la historia del movimiento analítico, —como en la historia de otras formas institucionales que han tomado forma de discurso—, en toda suerte de tensiones, de fracturas, de efectos de grupo, de diseminación de particularidades, de reivindicación de soledades afirmadas en otras tantas formas de identificación grupal, —dos, como decía Freud, ya hacen una masa o un grupo—, de los reconocimientos y las  segregaciones propias de toda forma de comunidad humana.
Todo grupo humano se funda sobre un real y está condenado a ignorarlo de formas diferentes. Las sociedades analíticas no son, no podrían ser una excepción. Pero con el concepto y con la experiencia de la Escuela disponemos del modo de tratamiento de este real específico sobre el que se asienta el grupo analítico. El secreto del grupo psicoanalítico, celosamente guardado a veces hasta hacer de él el mayor de los misterios iniciáticos, fue hasta Lacan un secreto para los propios psicoanalistas y constituye el real propio de la comunidad analítica. Podemos enunciarlo así: el analista no existe. El analista, como un universal, como el conjunto de rasgos y características que lo definirían en su función común para todos los casos, el analista, como el conjunto de los rasgos que darían su retrato social como profesión, el analista, como polo de identificación sobre el que podría asentarse una sociedad corporativa o un colegio profesional, el analista, ya sea como supuesto, como impuesto o como expuesto, ese analista no existe. Este es el real sobre el que se asienta y se ha asentado desde siempre la comunidad que se ha dado en llamar, de forma abusiva, la “comunidad analítica”. En el mejor de los casos, lo que constatamos entonces es que es una “comunidad de los que no forman comunidad”, para retomar aquella expresión de Maurice Blanchot que hemos recordado otras veces. Es así una comunidad paradójica, en la que cada uno de sus miembros podría reconocer algo al menos de este real sobre el que se funda y que hace imposible la identificación con el analista supuesto saber, con el saber del supuesto analista también. En una comunidad así, cada sujeto que se forma en la experiencia analítica está confrontado a su manera a este real que no cesa de no escribirse y con el que sólo podrá encontrarse de modo contingente, nunca de forma estándar o programada. Los dispositivos instituidos en la Escuela, —y el del pase es entre ellos el más genuino—, son modos de propiciar este encuentro contingente y de darle una forma de elaboración y transmisión acorde con el discurso analítico.
La Escuela es así la invención de Lacan para tratar lo real de la inexistencia del analista como un universal, y es también una invención para transmitir la insistencia de cada analista, de cada analista tomado uno por uno, cuando tenemos la enhorabuena de que se produzca de un modo demostrable.
Esta condición, este secreto de la imposible comunidad analítica, no es un capricho de su supuesta existencia para hacer esa comunidad más consistente como sociedad, una sociedad que sólo podría ser entonces, como indicaba Lacan, una “sociedad de ayuda mutua contra el discurso analítico”. Esta condición es simplemente una consecuencia de lo real del inconsciente tal como Freud se vio llevado a realizar su hipótesis.
Lo real del inconsciente no incluye al analista, no incluye al analista al que se dirigiría naturalmente, como por arte de magia. Lo que quiere decir que es cada analista, uno por uno, el que debe hacer existir este inconsciente, un inconsciente que, —recordemos la observación de Lacan que podría parecer una paradoja—, no existía antes de Freud. Es lo que Jacques-Alain Miller ha desarrollado estos últimos años con la sólida distinción entre inconsciente real e inconsciente transferencial. Esta distinción es otro modo de abordar la relación entra lo real y la Escuela. Es sólo a través del encuentro contingente de la transferencia con un analista como este inconsciente real, que no cesa de no escribirse, llega a inscribirse de alguna manera en la historia del sujeto. Y es también así que el inconsciente real llega a inscribirse en la forma de un nuevo discurso, el discurso del analista, en el que nos formamos.
El problema, dicho de otro modo, es que este analista sólo puede ser el resultado de la experiencia singular que es la experiencia de un análisis llevado hasta su término. Vemos así que este real, librado a su propia inercia, dejaría al analista en un círculo cerrado, un círculo cerrado que puede ser también el del vínculo transferencial de cada analista con cada analizante. Y vemos también entonces la importancia fundamental del dispositivo del pase en las Escuelas de la AMP para tratar este real y sus paradojas de manera conveniente al discurso del analista.
La Escuela que llamamos Escuela Una, como la Escuela que funciona como “más uno” en la serie de Escuelas de la AMP, es fundamentalmente la Escuela del pase ante el real de la inexistencia del analista. La Escuela Una, tal como Jacques-Alain Miller afirmó su insistencia y su existencia, es así la experiencia de este real abstruso con el que tenemos que vérnoslas, una y otra vez, a través de las lenguas y lugares en la AMP.


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