Es la afirmación que Jacques-Alain Miller
sostuvo en su Presentación del tema del próximo IXº Congreso de la AMP sobre
“Un real para el siglo XXI”[1].
Su desarrollo nos permite releer un párrafo de Lacan que parece paradójico. Se
encuentra en la “Nota italiana” de 1973 y se dirige al punto de conjunción-disyunción
entre psicoanálisis y ciencia:
“Hay saber en lo real. Aunque a este no sea el
analista sino el científico quien tiene que alojarlo. El analista aloja otro
saber, en otro lugar, pero que debe tener en cuenta el saber en lo real. El
científico produce el saber, por el semblante de hacerse su sujeto. Condición
necesaria pero no suficiente.”[2]
Desde cierta perspectiva, parece difícil
sostener que hay un saber en lo real, un saber ya inscrito en él, un saber que
le sería natural e inherente. Aunque este es, en efecto, un supuesto que
encontramos en muchos desarrollos de la ciencia actual: habría un saber ya
escrito en lo real biológico —en el gen o en la neurona, por ejemplo—, un saber
que habría que descifrar según la máxima de Galileo: “la Naturaleza está escrita
en lenguaje matemático”. Pero esta Naturaleza, escrita entonces en mayúsculas,
es la naturaleza que antaño se igualaba a lo real, la misma naturaleza que la
ciencia moderna ha encontrado en un desorden cada vez más manifiesto, en
especial con la física del pasado siglo (cf. E. Schrödinger, por ejemplo) que
se sigue en el actual. En la época de Galileo, tal como señalaba Jacques-Alain
Miller, “la Naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo
real”. Lo real sin ley al que nos acercamos en la experiencia analítica
orientada por la última enseñanza de Lacan se separa así de la Naturaleza[3]
gobernada por un sujeto supuesto saber, Dios para el caso o cualquier otro
escritor de las leyes matemáticas que deben regir la trayectoria de los cuerpos
celestes o el saber de cada célula para cumplir su función.
Veamos entonces un poco más de cerca el
párrafo de Lacan.
“Hay saber en lo real”. Se trata en el texto
en francés de un partitivo, siempre resistente a pasar a la lengua castellana:
“Il y a du savoir dans le réel”. No
se trata de que haya un saber, tal o
cual saber, determinado o indeterminado, inscrito de entrada en lo real sino de
que “de saber”, hay algo en lo real. Como quien dice: de agua, hay algo en el
mar[4].
¿Cuánta? No lo sabemos, hay que medirla, con metros cúbicos por ejemplo. Sólo
que en esta operación, por interminable que sea, estamos haciendo dos cosas a
la vez. La primera: estamos introduciendo el número y la cantidad en ese mar
incontable que, como el pase, siempre debemos recomenzar. Estamos introduciendo
aquello que el lenguaje, lo simbólico, vehiculiza de lo real con el número[5].
La segunda: estamos de hecho vaciando el mar de agua, al considerarlo ya como
continente vaciable del agua que pretendemos contabilizar. El número, pues,
vehiculiza un real y vacía a la vez a ese real de significado, lo convierte en
algo tan inimaginable y sin concepto posible como un mar sin agua. Es una
imagen que nos acerca a lo más irrepresentable de lo real. Ese vacío de un mar
sin agua es también el sujeto del significante una vez lo concebimos como una respuesta
de lo real.
Supongamos así que el agua es el saber y que
el mar es lo real. El científico aloja entonces el saber del agua contable en
el mar, siempre incontable, de lo real. Es un saber que no está allí desde
siempre, esperando a ser leído y descifrado, sino que es un saber que el
científico ha alojado en el mar para hacerlo representable, en la misma
operación de su descubrimiento. Más todavía, ese saber, el científico “tiene
que alojarlo” necesariamente para simbolizar lo real, aunque sea al precio,
como dirá Lacan en otros lugares, de enmudecerlo. Y lo hace a través de una
operación que es inversa a la de la transferencia, si entendemos por
transferencia la suposición de un sujeto supuesto saber —ya sea la suposición
de un saber al Otro o la suposición de un sujeto a lo real—. La operación del
científico va a contrapelo de la transferencia al hacerse él mismo sujeto de
ese saber que aloja en lo real. O al menos lo hace parecer, hace “semblante” de
hacerse sujeto de ese saber. ¿Qué querría decir en realidad hacerse sujeto de ese
saber? Querría decir en primer lugar identificarse a su significado, al Otro
que determina el sentido del saber, al Otro del Otro incluso que diría ese
sentido, si existiese. Lo que es pura y simplemente delirante. En realidad, ni
los cuerpos celestes ni la célula tienen saber alguno de sujeto, por mucho que
el científico se los atribuya —en los dos sentidos de la expresión: que el
científico les atribuya ese saber de sujeto o que él mismo se atribuya ser el
sujeto de ese saber—.
El analista, por su parte, aloja Otro saber,
el saber del inconsciente, y en Otro lugar, el lugar del Otro que sólo existe
por la transferencia. Pero Lacan no lo sitúa en una disyunción absoluta en
relación a la ciencia. Su saber y su lugar deben tener en cuenta ese saber que
el científico aloja en lo real, aunque éste no sea suficiente.
Entre lo necesario y lo suficiente, lo real
del saber del inconsciente no cesa pues de insistir, todavía. También en la
ciencia.
[1] Seguimos la versión en castellano publicada
en http://www.congresamp2014.com
[2] Jacques Lacan, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires 2012, p. 328. En francés, Autres écrits, Editions du Seuil, Paris
2001, p. 308. Modificamos ligeramente la traducción allí donde nos ha parecido
conveniente siguiendo nuestro comentario.
[3] “Se observará que he hablado de lo real,
y no de la naturaleza” escribe Jacques Lacan en su “Introducción a la edición
alemana de los Escritos”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires
2012, p. 583.
[4] Este partitivo existía en castellano
antiguo: “Cogió del agua en él y a sus primas dio” (El Cantar de Mio Cid, 2800).
[5] En efecto, “el lenguaje
vehicula en el número el real con el que la ciencia se elabora”.
Jacques Lacan, “Introducción a la edición alemana de los Escritos”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires 2012, p. 585.
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