Prólogo al libro de Marco
Focchi:
“Síntomas sin inconsciente de una época sin deseo”
Editorial Tres Haches, Buenos Aires 2012.
El título con el que nuestro colega Marco
Focchi nos invita a leer este libro es ya un preciso diagnóstico del sujeto de
nuestra tiempo: un sujeto que reduce su síntoma a un trastorno —genético,
neuronal pero también social o conductual,— sin referencia al saber inconsciente,
es también un sujeto que se extravía, que se esfuma con su deseo. La fórmula, tan
bien construida, incluye una paradoja que el autor abordará de hecho bajo
diversas formas en estas páginas: si el deseo es por definición inconsciente,
entonces no hay modo alguno de detectar las dos ausencias —la del deseo y la
del inconsciente mismo— de manera directa o empírica en los síntomas de la
época en cuestión. Son dos “sin” que sólo pueden escucharse como un hecho de
discurso, ordenados en una estructura de lenguaje. El deseo inconsciente escapa
así a toda objetivación, ya sea por vía de la medición o por la de su
reproducción experimental, tal como requeriría cierta condición de
cientificidad, bien discutible por otra parte. Dicho de otra manera, tanto
inconsciente como deseo son términos que no admiten negación, no admiten
antítesis que lleve a síntesis posible, como tampoco admiten un método de verificación
por la contraprueba que sea válido para todos los casos. Lo no-inconsciente no
es lo consciente, y es también una impropiedad conceptual hablar de un
no-deseo, lo que en todo caso sería un deseo-de-no. Inconsciente y deseo son así
inherentes al ser que habla, insisten en él cuanto más evasivos se hacen para
él mismo. Entonces, uno y otro están destinados a retornar, a repetirse —la
repetición es abordada en diversos momentos de este libro—, para hacernos escuchar que no hay síntoma sin
inconsciente, y que no hay tampoco época sin deseo. Sólo que estas dos
afirmaciones son verificables únicamente caso por caso, sin posibilidad de
producir una ley universal o necesaria. Es necesario entonces un método que nos
permita escuchar en los síntomas de la época los modos singulares de retorno
del deseo, inconsciente para cada uno. Y ese es el método propio del
psicoanálisis, acorde con su propio real abordado por el concepto de
inconsciente.
Vemos entonces la absoluta necesidad del
debate que nos propone Marco Focchi, de suma actualidad tanto para el
psicoanalista como para cualquiera que quiera tener los oídos abiertos a la
subjetividad contemporánea. “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su
horizonte la subjetividad de su época” escribía Jacques Lacan[1] en
los años cincuenta. Pues bien, nuestro colega no sólo no renuncia sino que nos
da las claves para leer esta subjetividad en diversas vertientes: en la clínica
del caso por caso, en la lógica propia del discurso del psicoanalista, en la lógica
del vínculo social donde este discurso tiene lugar cada vez de una manera
distinta e inédita, y en el debate, siempre por rehacer, del psicoanálisis con
la ciencia de nuestro tiempo.
Si la referencia a la clínica, también a
través de la casuística, es aquí constante no es como una ejemplificación de
una teoría que se propondría a la vez como garantía suya sino como el lugar de
la puesta en cuestión continuada del discurso del psicoanalista. Es un uso de
la clínica que no sitúa el saber supuesto en el clínico como observador del
fenómeno sino que parte del malestar de cada sujeto tomado como supuesto saber de
su inconsciente y del deseo que lo habita. Y es así un uso de la clínica como
respuesta a la clasificación actual de trastornos para los que tantas veces ya se
ha diseñado previamente el tratamiento, en la falsa lógica problema-solución
propia de la época del “trastorno sin sujeto”. Por el contrario, el síntoma tal
como lo entiende el psicoanálisis es él mismo un intento de solución que hay
que descifrar para entender de qué pregunta singular se ha constituido como una
respuesta. El lector podrá seguir en estas páginas la lógica de esta clínica,
por ejemplo, en el análisis específico de los llamados “ataques de pánico”,
llevado a cabo con la brújula de la angustia tal como el psicoanalista la
encuentra en la experiencia.
Así, el psicoanálisis se distingue como “una
terapia no supresiva del síntoma”, según la sugerente expresión de Marco
Focchi. Muestra entonces que el síntoma tiene ya una función de goce para el
sujeto, una función que es posible analizar para que ese sujeto pueda funcionar
con él de otra manera, sin ser él finalmente el suprimido en su singularidad
con la supresión supuesta de esta función sintomática. Esta “supuesta
supresión”, siguiendo la lógica del retorno del inconsciente y del deseo, se
suele verificar en el caso por caso sólo como un nuevo desplazamiento de su función
de goce, pero con una nueva exclusión del saber que requeriría su
desciframiento. Así, citamos a Marco Focchi, “el psicoanálisis tiene la misma
posibilidad [que tiene el arte] de perturbar la lógica utilitaria y
espectacular. Aquello que en el arte es el aura, en el psicoanálisis se llama agalma: la apariencia de objeto, la agalma que sostiene la traslación, es el
punto de apoyo a partir del cual hacer saltar el dispositivo de la
Salud-Espectáculo, es lo que inserta en el circuito económico y productivo del
bienestar el excedente inestimable del goce”.
El psicoanálisis encuentra apoyo de este modo
en una doble lógica. Por una parte, se trata de la lógica del significante que
produce las significaciones descifrables en la vida del sujeto, un sujeto
siempre afectado por una falta de ser. Por otra, se trata de lo que el autor
designa con otra feliz expresión, el “evento o acontecimiento pulsional”, un
evento que no inscribe en la experiencia del sujeto una falta que debería
colmarse con más significación sino que “hace surgir un exceso de plenitud”.
Esta otra lógica, introducida desde la vertiente de la pulsión, es la que nos
conduce a la clínica del “ser que habla” —el parlêtre lacaniano— como irreductible a la lógica del significante y
“refractaria a la perspectiva empírica en la que se mueve la ciencia”. No se trata, en efecto, en el acontecimiento
pulsional de un hecho empírico, observable, no se trata de un episodio
semántico, explicable por medio del significante. El sujeto sólo se introduce
en este evento por la dimensión del acto, a partir del cual hay un antes y un
después. De estos acontecimientos, como señalaba Luís Buñuel a propósito de los
que marcaron su propia experiencia hasta su “último suspiro”, hay pocos en la
vida, y a veces sólo se producen con carácter traumático, como testimonio de un
real que no cesa de no escribirse. El evento pulsional deja así
marcas que no son del mismo orden que las marcas significantes. Será precisa la
noción de letra para seguir su lógica, lógica que el autor invocará a
propósito, por ejemplo, de la llamada “psicosomática”.
En esta nueva perspectiva investigada a lo
largo de estas páginas, tendrá un lugar preeminente el uso de la “apariencia”
tal como Lacan lo orientó con la categoría de semblant. En efecto, ¿cómo reutilizar los semblantes, la dimensión
de la apariencia, en la época del espectáculo globalizado? ¿Hay una verdad a
demostrar más allá de la apariencia? La verdad es ya apariencia, o “aparición
de una apariencia”, como señalaba Octavio Paz en su estudio sobre la obra de Marcel
Duchamp. ¿Volvemos entonces a un uso de la apariencia según la época del
barroco? No deberíamos ahorrarnos, al menos, su estudio siguiendo las múltiples
indicaciones de Jacques Lacan al respecto. “El psicoanálisis no trabaja para
sostener la apariencia” pero, tal como sugiere Marco Focchi evocando la obra de
otros autores en el campo del arte, tampoco para destruirla o invalidarla.
Y es aquí, en un nuevo uso del “semblante”
como vía de acceso a lo real donde el psicoanálisis puede invocar la necesidad
de una nueva epistemología para la ciencia contemporánea. El autor nos acompaña
en esta vía siguiendo un debate, ya clásico, con la crítica epistemológica al
psicoanálisis de un Karl Popper pero también, en la línea más neopositivista,
de un Adolf Grünbaum. La última parte del libro conducirá al lector por algunos
de sus interesantes vericuetos donde la anécdota sobre “la molécula del amor” le
dará un bonito ejemplo del encuentro actual entre el cientificismo y el
amarillismo de las publicaciones en el que se alimenta. El lugar y la función
fundamental de la creencia, antes que de la certeza, en las leyes necesarias no
parece así excluible ni de la falsabilidad popperiana ni de la exigencia
demostrativa grunbaumiana. A diferencia de la ciencia, el psicoanálisis, tal
como indicará Marco Focchi, no accede a lo real por la creencia en las leyes
necesarias sino por una demostración entre lo imposible de escribir —la
relación entre los sexos— y lo contingente del encuentro —especialmente del
encuentro en la transferencia—.
Digamos por nuestra parte que, ante los
impasses cada vez mayores a los que conduce el determinismo de las leyes
necesarias, empezamos a percibir un movimiento de retorno, no sólo en la
opinión pública sino en el ámbito de las propias ciencias, hacia el lugar
irreductible de lo contingente en el encuentro con lo real. A veces es con el
nombre de “serendipia” como la ciencia intenta dar lugar a este encuentro
inesperado. Es allí donde el psicoanálisis encuentra la brújula para dilucidar
su experiencia. Y es también el encuentro al que estas páginas convocan a su
lector.
Crec, senyor Bassols que el devenir de la psicoanàlisi va paral·lel al de la Història i és ben cert que en aquesta s'està donant un nou vaivé de tornada a una essència o un símptoma provinent del desig, que tot i amagat no deixa d'existir, mai no es pot somniar un món de normòpates com tampoc una ciència d'artistes, però una certa essència d'escolta s'observa, jo en la meua humil visió veig en la ciència, un dir, hem arribat massa lluny i hem d'arribar més lluny, d'ací l'aparició de la física quàntica i les seues demostracions gairebé espirituals, una ciència sense el subjecte deixa de ser-ho sota el meu parer.
ResponEliminaBé, potser és només la meua interpretació o un sentiment d'escolta personal que s'allunya de la profunditat de la seua resenya.
Vicent Adsuara i Rollan
Gràcies pel seu comentari, Vicent! I salut.
ResponElimina