Una lectura interesante que debería añadirse a la bibliografía de nuestras Jornadas*: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain (Ed. Trama, Madrid 1996). Conocí el librito gracias a nuestra colega Gradiva Reiter y su lectura es tan aconsejable como la de aquel Drama muy parisino de Alphonse Allais que Lacan citaba a menudo para mostrar la no relación entre los sexos. El relato conecta además el tema de las anteriores Jornadas de la ELP - las soledades – con el del último Congreso de la AMP – sinthoma y semblantes – y podría muy bien acompañarse con la revisión de aquella película de Marco Ferreri de finales de los años setenta, Ciao maschio! (Adiós al macho), que vapuleaba la imagen de una masculinidad ya hacía tiempo en declive.
Veamos sólo el inicio de este nuevo Génesis, que parece reescrito por Mark Twain como una posible respuesta a la fórmula lacaniana: “no hay relación sexual”.
Fragmentos del diario de Adán
"Lunes. La nueva criatura de pelo largo me sale al paso a cada momento. No deja de rondarme y de perseguirme. No me gusta, no estoy acostumbrado a tener compañía. Preferiría que se quedara con el resto de los animales… Día nuboso, con viento del este. Creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿De dónde he sacado esa palabra? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.” (p. 9)
El primer hombre no parecía en efecto muy proclive, según el relato de Twain, a dar un lugar a la alteridad, a la alteridad de Otro goce que no fuera el goce de su soledad. Parece incluso, ese primer hombre, un poco paranoico: no llega a entender que si el Otro anda por ahí no es necesariamente para perseguirle a él, el hombre que se siente tan a gusto en su introversión libidinal… Tal vez sea esa ceguera – más bien fálica – la misma que le impide entender que la presencia de aquella criatura en el paraíso es muy distinta a la del reino animal con la que tiende a confundirla. Y es una criatura distinta, en primer lugar, porque está afectada por el lenguaje. Aunque, es cierto, parece afectada por un lenguaje un poco distinto al suyo, al de ese pobre y ciego primer hombre que sólo sabe declinar verbos en primera persona del singular.
Y, de repente, el primer hombre se siente contagiado por el virus de la lengua del Otro que habla en él, con un deseo tan íntimo como ignorado, y que habla en un plural que no es mayestático, un plural que, en realidad, lo divide ya para siempre en su ser. El primer hombre entiende entonces, a su manera, que una lengua y un deseo lo antecedían, aunque sólo se le hayan hecho presentes en esa alteridad sobrevenida y posterior a él. “Mi vida no es tan grata como solía ser”, dirá después con cierto pesar, más allá ya del principio del placer que regía su paraíso.
Es lunes y el primer hombre puede muy bien añadir en el mejor estilo freudiano (cf. “El Humor” de 1927): “¡Bonita manera de empezar la semana!”
Veamos el martes.
“Martes. He estado observando la gran catarata. Es el lugar más llamativo del Estado, creo. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara, ella sabrá por qué. Dice que se parece a las Cataratas del Niágara. No es una razón, no es más que un capricho, y una majadería. Jamás llego a tiempo de ponerle nombre a nada. La nueva criatura se lo pone a todo lo que se le cruza en el camino, antes de que pueda protestar siquiera. Y siempre con el mismo pretexto: parece esto o aquello. Por ejemplo el dodo. Dice que basta con mirarlo para saber al instante que “se parece a un dodo”. Está claro que tendrá que quedarse con ese nombre. Me fastidia molestarme por esto, y de todos modos no me sirve de nada. ¡Dodo! Se parece a un dodo lo que yo.” (p. 9-10)
¡Ah, el parecer! Es precisamente uno de los nombres, el mejor tal vez desde nuestro barroco, del “semblante” lacaniano. Si parece las Cataratas del Niágara, entonces es ya las Cataratas del Niágara. Como por encanto, el semblante crea la cosa, el parecer crea el ser sin necesidad de tener otra cosa, ni necesidad de objeto original alguno al que referirse en la realidad. A partir de ese día, para el primer hombre el mundo es un mundo de semblantes, semblantes que podrán parecerle tan insustanciales como el goce que lo habita… Buena forma de introducir la lógica del falo a partir de la nada, de un goce surgido de ella, tan sólo de un parecer.
El primer hombre no sabe, sin embargo, que comparte de hecho con esa “Nada” del goce que agujerea el falo algo más que su nombre, – Adán – su anagrama. Es esa nada, pura creación de lenguaje, la que lo divide de arriba abajo en todo su ser a partir de ahora para descompletarlo de manera irreversible. Y no podrá encontrar ya su complemento en ser alguno.
Al primer hombre hecho de la nada, ese encanto del parecer femenino, ese encanto del deseo del Otro, le parece primero un capricho más bien inútil, hecho para confundir el orden del mundo. Pero - ¡oh paradojas del parecer del objeto! – el primer hombre también encuentra en ese deseo inútil y extravagante – ella sabrá por qué – la anticipación del suyo, hasta el punto que terminará por identificarse con él.
Por ejemplo, terminará por identificarse con el dodo: “Se parece a un dodo lo que yo”, dice el primer hombre sin saber muy bien a qué se identifica en este nuevo mundo de semblantes surgidos del capricho del Otro.
¿Y qué es el dodo?
El Pájaro Dodo, según nos informa la ornitología, se vio por primera vez alrededor de 1600 en la isla Mauricio. Sólo quedan hoy dos cabezas de Pájaro Dodo y dos patas repartidas en varios museos europeos. El Pájaro Dodo se extinguió hacia 1681 y ha quedado de él alguna buena ilustración como la que encabeza este breve comentario.
Esperamos que haya causado el deseo de seguir la lectura del sabroso relato de Mark Twain que, por lo demás, tiene en el diario de Eva otras interesantes derivaciones… Sin desperdicio para entender por qué la masculinidad requiere hoy de nuevos semblantes.
*Este texto es una aportación al boletín Too Mach! de preparación de las IX Jornadas de la ELP sobre "Los hombres y sus semblantes".
Sí quizá tenga razón o lógica la nueva corriente de feminización de la historia o quizá estemos ante su fin, pero el deseo de la mujer es el deseo del hombre, en eso estoy de acuerdo.
ResponElimina¿La feminidad de las mujeres radica en su discurso?
Todo es muy complicado y se mueven muchos intereses particulares, aunque desde luego, individualizados.
La verdad es que para mí la teoría psicoanalítica es complicada.
Un saludo cordial de Vicent.
Leeré el libro de Twain ¡no puedo dejar este hilo a la deriva!
¡Gracias por sus artículos!
Sí, el hilo del relato de Twain sigue con otros nudos tan interesantes de deshacer como el del dodo... Bona lectura!!
ResponEliminaMuy interesantes el articulo!
ResponEliminaUnas breves líneas sobre el primer hombre que nombra su artículo:
Ese primer hombre “parece” estar más cerca del animal que del hombre a pesar de poseer la facultad de "la" lengua, es decir, "el" lenguaje (aunque, según dicen, hay lengua-je en los animales, sobre todo en aquellos de alto vuelo).
Es curioso verme y ver a muchos hombres que, como el primero, ignoran al arte de las palabras tanto como a otros goces. Curioso es, también, ver a grandes adiestradores de las letras perdidos en sus letras, es decir, "sin saber" que devienen de esas letras que dicen, dicen y dicen. Letras que se repiten como un motivo -que son su motivo-
Gracias, nueva.mente, por mostrar y dejar el libro abierto.
De hecho, "el primer hombre" es un mito más sobre los orígenes, pero también lo es el "lenguaje de los animales". Y sí, cada uno ignora "el arte de las palabras" del que es el resultado; es eso precisamente lo que llamamos inconsciente... Gracias por su lectura.
ResponEliminasin duda ha causado el deseo de continuar con la lectura de los diarios y seguir preguntándonos (en plural) los avatares de los nuevos semblantes que necesita el hombre
ResponEliminaprecioso post, gracias
Gracias por tu lectura, singular y plural... tan singular como el objeto a, tan plural como sus innumerables formas!
ResponEliminaSi una lengua antecede al hombre, y cada uno ignora "el arte de las palabras" del que es el resultado: ¿Qué entecede a la lengua? ¿Cual es entonces el origen? Si se puede decir que una cosa es efecto de otra, siendo el que lo dice el efecto: o no lo es o puede entonces decir también, por capaz, el antecedente de tal causa.
ResponEliminaEs una cuestión lógica. Y criticar ilógicamente una cuestión lógica o es un error o un acto canalla.
¿Cuál es entonces según usted el origen o la causa de la lengua? Y no me recurra, por favor, al sentido del sin-sentido, pues parece obvio que no se puede escapar de él, ni en una pseudodefinición por la negativa de lo real donde hay sentido también. ¿O no lo señala Miller?
La pregunta "¿qué antecede a la lengua?" incluye una paradoja que hace imposible una respuesta en buena lógica: sólo puede hacerse desde una lengua determinada. No hay lengua ni lenguaje que pueda decir su causa, ni su origen. Dicho de otra manera: no hay metalenguaje posible para responderla. El tema es para troncharse de risa, hasta el punto que la "Societé française de lingüistique" incluyó en sus estatutos la prohibición expresa de tratar sobre el abstruso problema del "origen del lenguaje". Algunos (psico)lingüistas todavía le están dando vueltas al asunto.
ResponEliminaHay entonces una tercera opción, más allá del error o del acto canalla: leer la leyenda del origen como un mito más, uno más para responder a la infantil pregunta: "¿de dónde vienen los niños?".
Pero no, no se lo crea: en lo real no hay sentido alguno. Esa es la opción religiosa.