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09 de febrer 2023

Exilio y retorno de la verdad desterrada

 

Introducción de la conferencia pronunciada el 13 de enero de 2023 en el San Telmo Museoa de Donostia. Para escuchar la conferencia al completo, seguir este link.


 

La relación del psicoanálisis con el exilio tiene al menos dos vertientes que, es lo que intentaré argumentar hoy ante ustedes, no parecen finalmente tan separadas ni independientes.

1) La primera vertiente se refiere a la propia historia del psicoanálisis. Es una historia que está hecha de exilios diversos desde sus comienzos a principios del siglo XX. Desde muy pronto, la sociedad psicoanalítica constituida alrededor de Freud acogió un buen número de inmigrantes en cada país donde existía. Y esto siguió con la experiencia del propio Sigmund Freud que, como es sabido, se vio obligado a exiliarse a Londres al final de su vida, después de que su Viena natal cayera bajo el poder de Hitler y del Tercer Reich. Desde entonces, la historia del psicoanálisis parece ser un ir y venir de migraciones y de exilios, voluntarios o no. Por lo que se refiere a la historia del psicoanálisis en España, podemos decir también que está profundamente marcada por diferentes exilios, ya sea desde el interior hacia el exterior, o también desde el exterior hacia el interior. Podemos evocar la figura del psicoanalista bilbaíno Ángel Garma que emigró en 1938 a Buenos Aires, donde colaboró activamente en los principios del gran movimiento del psicoanálisis en Argentina y Latinoamérica. Podemos evocar también la figura del psiquiatra y psicoanalista catalán Francesc Tosquelles, que fue alumno de Lacan y que difundió su famosa tesis de 1931 sobre la paranoia en el instituto Pere Mata de Reus solo un año después, en 1932. Francesc Tosquelles emigró a Francia en 1939 y fue uno de los iniciadores de la fecunda corriente denominada “psicoterapia institucional”. Es motivo estos días de una interesante exposición en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. Podemos evocar igualmente la figura y el trabajo del psicoanalista argentino Oscar Masotta, que emigró de Buenos Aires a Barcelona en 1975 y cuyo trabajo está en los orígenes del movimiento lacaniano en España con la creación de Bibliotecas y grupos de trabajo en varias ciudades. Fue motivo también, hace poco tiempo, de una excelente exposición sobre su figura en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Decididamente, la historia del psicoanálisis está marcada por exilios y migraciones diversas, es un hecho que parece inherente a su propia naturaleza.

2) La segunda vertiente se refiere al exilio como una experiencia de extrañamiento en la que cada sujeto se siente fuera de su lugar natural y más familiar. Es una experiencia que parece inherente a la insistencia del inconsciente cuando nos hace sentir a veces habitantes o también habitados por un extraño lugar. El inconsciente descubierto por Freud es, de alguna manera, una tierra extranjera en cada uno y para cada uno de nosotros. Basta con haber tenido la experiencia de una pesadilla y de haberse detenido, por poco que sea, en sus sentidos y sinsentidos, para entender que, desde la perspectiva del inconsciente, cada uno está un poco exiliados de sí mismo, cada uno tiene al menos un pie en tierra del Otro, en el discurso del Otro, tal como muyyh pronto definió Jacques Lacan al inconsciente freudiano. Incluso cuando se trata de un sueño agradable, nos parece al despertar que hemos estado en otro lugar, en un lugar tan extraño como familiar a la vez. El inconsciente descubierto por Freud es, para cada uno de nosotros, una tierra extraña que irrumpe en lo más cercano y familiar. Hasta el punto de que podríamos hablar de la experiencia del psicoanálisis como la experiencia de una suerte de “exilio interior”, de un recorrido por lo más ajeno, extranjero e ignorado de uno mismo.

Tal vez estas dos vertientes que he señalado no sean independientes la una de la otra. Tal vez las dos compartan una misma lógica. Es lo que quiero considerar ahora con ustedes.

(Link para escuchar la conferencia)

03 de febrer 2023

Es un decir

 

 

Es con esta muletilla —“es un decir”— como se suele terminar un enunciado, un dicho, para marcar su sentido irónico. Llueve de buena mañana, llueve mucho, torrencialmente. Llego a casa y el saludo con el que establezco el vínculo con el Otro de la palabra toma el significante habitual que la lengua ha instaurado como fórmula de cortesía: “¡Buenos días! Bueno… es un decir”. Curiosamente, a ese “decir” se le llama en realidad “un dicho”, una frase hecha, un refrán, una expresión que tiene una forma fija y que se convierte en una significante separado de su significado supuesto, con un sentido siempre figurado. 

Cuando el dicho se vacía de significado se convierte en un puro significante, un significante para todo uso, se convierte en índice de un sujeto de la enunciación separada de su enunciado, apuntando al sujeto del significante que no puede ser representado si no es para y por otro significante, igualmente vaciado de significado. Este decir apunta entonces al vacío de significado que anotamos con la $ del sujeto del significante. Pero se convierte también en un objeto de intercambio, en aquella “tésera” cuya función de pacto simbólico señaló Lacan en la palabra desgastada por su uso al pasar de mano en mano. Es el objeto que anida en la experiencia de satisfacción de un decir. Algo se satisface, en efecto, en esa ironía que “es un decir”, algo cercano a la función del superyó cuando la función del humor, como señaló Freud, lo convierte en un tránsfuga que apacigua un mal día para el sujeto. El humor es también un decir, el mejor tal vez para tratar lo real cuando se hace insoportable.

La interpretación analítica apunta a este “decir” que anida en cada dicho, un decir que anuda al sujeto de la enunciación con su objeto indescriptible.

Es también a este decir al que Lacan apuntaba en su enigmática frase de apertura de El atolondradicho: “Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que oye”. Y no es un decir cualquiera.