Un debate se ha iniciado desde antes del verano en las reuniones de Ciutat de les Lletres (nudo de la Red Zadig en Catalunya) sobre la ideología y el lugar que tiene en el psicoanálisis. El artículo de Oriol Alonso Cano publicado en su Web, «Veus del no-res: Althusser i els Aparells ideològics d'Estat», vale la pena de ser leído a la luz de este debate. Citamos sólo este párrafo para motivar algunas preguntas:
«La ideología no son simples ideas deformadas de la relación subjetiva con la realidad, sino que son actos, rituales, prácticas inscritas y prescritas por las diferentes instancias, dispositivos y agentes que se encargan de diseminar la ideología dominante. Así pues, más que actuar, el sujeto es actuado por la ideología que atraviesa las diferentes instituciones y realidades sobre las que se asienta y configura su día a día.»
¿Estarían pues el discurso y la experiencia del psicoanálisis exentos de ideología? ¿Lo deberían estar? La función y el deseo del analista, ¿está fuera de cualquier posición ideológica en nombre de una supuesta y siempre dudosa neutralidad? Cuando el discurso del psicoanálisis se extiende, siguiendo la apuesta de Zadig, al campo de la política, ¿puede hacer el analista una intervención fuera de cualquier ideología? Nada más incierto si entendemos por ideología el conjunto de ideas que cada uno tiene sobre un sistema de vínculos —económicos, sociales y finalmente siempre políticos— para preservarlos, transformarlos, restaurarlos o también subvertirlos. ¿Podría ser entonces la posición del psicoanalista la de un observador neutral de los acontecimientos políticos y sociales, incluso cuando forman parte del discurso del sujeto de la experiencia analítica? Nada más incierto también. Las intervenciones de los psicoanalistas que encontramos hoy en los medios de comunicación pueden también ser leídas a menudo como ideológicas, con y desde una ideología determinada. Por otra parte, a menudo se hace un recurso al calificativo «ideológico» para criticar la posición y la acción de un psicoanalista cuando se produce fuera del dispositivo analítico. A veces con razón. ¿No podría, sin embargo, hacerse también esta misma atribución en relación a sus intervenciones dentro del propio dispositivo analítico? Su posición, irreductible, en relación a las formas simbólicas que ordenan la vida, las «formas de gozar» como solemos decir, deja muchas veces fuera de juego su supuesta neutralidad. ¿Y no es Lacan mismo quien puso de relieve «la ideología edípica» (1) que los psicoanalistas de su época —y también de la nuestra— transmitían, sabiéndolo o no, en el campo de la sociología confundiendo la estructura edípica con la familia nuclear? La atribución de una ideología al analista está a la orden del día y no es seguro que se pueda sacar de encima este sambenito con el silencio de su «neutralidad». Más bien al revés, es poniendo en cuestión los acuerdos tácitos que vehiculan su posición como podría deshacerse de él.
Vistas desde una perspectiva histórica, las propias asociaciones psicoanalíticas —empezando por la institución heredera de Sigmund Freud, la IPA— han sido objeto de crítica en nombre de una ideología determinada. Recordemos solamente la nefasta operación en los años 30' de Ernest Jones, entonces presidente de la IPA, permitiendo representar la institución analítica berlinesa en el llamado Instituto Göring de Psicoterapia, de clara inspiración hitleriana. Con el argumento de preservar la «neutralidad» de la institución, negó así el apoyo que Freud mismo pedía para una parte de analistas judíos que tuvieron que excluirse de la institución y huir perseguidos por el Tercer Reich. No era cuestión de alimentar el monstruo en el exterior, podía argumentar, o de promover el debate en el interior de la institución para supuestamente dividirla. La «neutralidad» ha sido desde entonces la túnica de Neso con la que los analistas han pensado resguardarse de toda ideología, una túnica ardiente de ideología finalmente. Y no de las mejores.
Es cierto que Freud, tal como recordaba Jacques-Alain Miller, quiso mantenerse en estos asuntos más bien al margen. No fue el caso de Lacan, que implicó al psicoanálisis en la política, y no sólo a partir de su Seminario XVII de 1969 sobre «El reverso del psicoanálisis». Y no es, sobre todo, el caso de Jacques-Alain Miller, que ha propuesto con la red Zadig llevar esta implicación hasta las consecuencias que estaban implícitas en la enseñanza de Lacan. El Campo Freudiano, crisol de las siete Escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, ¿podría entonces hacer un análisis biopolítico y una acción lacaniana exenta de cualquier ideología? Nada más incierto también, si recordamos el hecho que desencadenó la apuesta que Jacques-Alain Miller dirigió a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) en el año 2017: la red Zadig tiene su origen en la respuesta clara y decidida de los colegas de la escuela de la École de la Cause freudienne ante el posible ascenso al gobierno francés del partido de ideología xenófoba y de inspiración fascista de Marine Le Pen. Desde entonces, toda posición de una supuesta neutralidad o equidistancia del analista deberá argumentar por qué no se piensa, ella misma, como una posición ideológica.
Habrá que profundizar, pues, en la pregunta: ¿Cuál es el lugar de la ideología en el discurso del psicoanalista? ¿Se puede declarar exento de ella sólo con el silencio como argumento? Con el fin de seguir abriendo un camino para el debate, van aquí algunas referencias al término «ideología», pocas pero jugosas, que he encontrado.
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Sólo repasar el «Índice razonado de los conceptos mayores» de los Écrits de Jacques Lacan, elaborado por Jacques-Alain Miller en el momento de su publicación en 1966, encontramos en la página 902 todo un apartado dedicado a la «Teoría de la ideología». Habría que recorrer cada referencia en su contexto, con las referencias a las páginas de la edición de Du Seuil:
B. THÉORIE DE L'IDÉOLOGIE
1. L'idéologie de la liberté : théorie du moi autonome, humanisme, droits de l'homme, responsabilité, anthropomorphisme, idéaux, maturation instinctuelle, etc. : 121-122, 127, 137-139, 262-264, 421, 485, 490, 517, 576, 590-591, 771, 777, 783, 808, 867.
2. L'idéologie de la libre-entreprise : American Way of life, human relations, human engeneering, braintrust, success, happiness, happy end, basic personality, pattern, etc.: 245-246, 335, 357, 376, 395, 397-298, 402-403, 416, 441-442, 475, 591, 604, 833, 859.
Hay, pues, un hilo que atraviesa la primera enseñanza de Lacan y que va desde la ideología de la libertad sostenida por la teoría del Yo autónomo, que sigue con el humanismo, la defensa de los derechos humanos, el antropomorfismo, los ideales de la maduración de los instintos, y que podríamos seguir con la ideología del evolucionismo y del cientismo contemporáneo. Y hay otro hilo que sigue las consecuencias de la ideología americana de los ideales de la felicidad y de los valores individuales y de la persona autónoma que fueron promovidos también por una parte de psicoanalistas, precisamente los que encontraron allí refugio tras la diáspora y el exilio huyendo del Tercer Reich.
Sería, sin embargo, demasiado reduccionista quedarse sólo en una crítica a la ideología de los ideales de autonomía del Yo con sus identificaciones imaginarias. Lacan llevará después más allá el término «ideología» para hablar en «Radiofonía» de la ciencia como una «ideología de la supresión del sujeto» (2). Se trata de una operación constitutiva de la ciencia desde el momento en que funda su campo de manera correlativa al cogito cartesiano, que reduce el sujeto al Yo de la conciencia. Por otra parte, el mito científico de la psicología se funda también en esta ideología de la supresión del sujeto al igualarlo al Yo de la conciencia o de la cognición. Incluso declarándose fuera de este mito científico, ¿quedaría, sin embargo, el psicoanálisis exento de todo fundamento ideológico? No, si seguimos al menos otra referencia de Lacan en «L’étourdit», cuando define el punto de partida de su enseñanza:
«Es por ello que parto de un hilo —ideológico, no tengo elección—, con el que se teje la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué lo rechazaría yo, si este hilo proviene de la trama que mejor se ha puesto a prueba para sostener juntas las ideologías de un tiempo que es el mío? ¿En nombre del goce? Pero precisamente, mi hilo se caracteriza por alejarse de él: es incluso el principio del discurso psicoanalítico tal como, él mismo, se articula» (3).
Posición ideológica, sin elección posible que no lo sea de algún modo. La crítica lacaniana a la ideología se hace pues mucho más compleja de lo que podríamos pensar, y ello desde el momento en que no habría manera de partir de un hilo que no fuera ideológico cuando se trata de la experiencia del psicoanálisis. Se trata, siempre, de una elección ideológica en el contexto de las ideologías de la época. Y rechazar este hilo del tejido que forman las ideologías de la época es también una elección ideológica. Sólo se podría rechazar esta elección desde una supuesta posición extraterritorial de goce, es decir desde una elección política en el sentido más estricto, la que funda el lazo social del ser que habla. La extraterritorialidad es también una forma de vida. El psicoanálisis no podría, sin embargo, inscribirse fuera del tejido que forman los discursos de su época, no podría pretender ser extraterritorial, a-ideológico en el sentido que Lacan da ahora a este término. Aunque sí puede, y debe, mantenerse alejado de las posiciones de goce que sostienen a los otros discursos, y saber hacerse su desecho. En este punto, la posición ideológica del discurso del psicoanalista se separa necesariamente de las formas de goce que suponen los otros discursos. Siguiendo, sin embargo, a Lacan, no es una posición menos ideológica. Es para pensar en ello, sin duda, pero no es para quedarse pensándolo demasiado rato porque es una posición que implica una acción, la acción propiamente analítica en el contexto de la subjetividad de nuestra época.
En todo caso, cuando Lacan dirá más adelante, en el momento de disolver su Escuela, «yo soy freudiano, si ustedes quieren ser lacanianos les toca demostrarlo», no es en nombre de una infatuación de maestro o de amo sino en nombre de una posición que es ideológica en este sentido de la palabra, una posición que es también una identificación con el Yo de la ética freudiana, «Donde Ello era, Yo debo advenir». Y podemos entonces preguntarnos si esta máxima leída por Lacan no implica necesariamente una identificación, también una ideología en sentido estricto.
1. Lacan, J. «Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste del l’Ecole». Autres écrits, Editions du Seuil, Paris 2001, p. 256.
2. Lacan, J. «Radiophonie». Autres écrits, opus cit, p. 437.
3. Lacan, J. «L’etourdit». Autres écrits, opus cit, p. 476.
(Traducido del catalán al castellano por el autor)
Artigo bastante compricado de entender sendo profano na materia. Supoño que un certo nivel de ideoloxía, polo menos, é consustancial ao ser humano. Quizáis con algunhas excepcións non é bo caer en fanatismos. As ideoloxías fixeron moito ben e moito mal ao mundo. Algúns fanatismos, quizáis poucos poden ser bos para un mesmo e/ou para o mundo. A Madre Teresa de Calcuta pode ser un exemplo entre tantos outros. Tamén pode haber fanatismos de outro tipo, incluído contrarios a este caso, pero que sexan bos para un e/ou algún/s máis. Certas prácticas sexuais sadomasoquistas, por exemplo. Pero xeralmente convén ter certo control, a maioría das veces, cos fanatismos.
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