(Entrevista para el Aperiódico Psicoanalítico Transgénero realizada por José Manuel Ramírez.)
—Este nuevo Aperiódico Psicoanalítico que dirige Edit Tendlarz, nº 31, lleva por nombre convocante “Transgénero” respondiendo con su título a las problemáticas de la época actual.
Para comenzar: a este nuevo concepto Transgénero, ¿qué valor le asigna en el marco del discurso psicoanalítico.
Deberíamos en primer lugar interrogar la noción misma de género que ha sido utilizada en sentidos diversos y que ha producido muchos equívocos desde que Robert Stoller la introdujera para distinguirla del sexo. La propia traducción del término inglés gender por “género” ya es a veces discutida. Algunas veces se define como una pura construcción social de un rol para dar representación a las diferencias sexuales entre hombres y mujeres, como un conjunto de rasgos asignados de manera normativa por la sociedad para representar esa misma diferencia. Pero esta diferencia binaria se desvanece muy pronto cuando se ve la necesidad de multiplicar los géneros, cosa que ya ha pasado al uso común: a cada uno su género. El término “transgénero” aparece precisamente con la concepción queer para poner en cuestión la idea de una diferenciación binaria de las identidades sexuales. Lo queer es lo torcido, aquello que no puede definirse por un binarismo, aquello que escapa a la lógica binaria de la diferencia mínima entre dos significantes.
Desde el psicoanálisis podemos decir que la aparición de los estudios de género, con la respuesta añadida del transgénero, es un síntoma más de la imposibilidad de representar la diferencia de los sexos como tal. La sexualidad y el goce introducen en el ser hablante una alteridad que no puede representarse de ninguna forma con la diferencia significante. La idea freudiana de que en el inconsciente no hay una representación de la diferencia de los sexos está de hecho en el principio de esta imposibilidad y de todos los equívocos que produce. Por su parte, Lacan insistía: hay dos sexos y no más, son “deux” (dos) pero también “d’eux” (de ellos o de ellas). Hay el Uno y hay el Otro, pero no hay modo de atrapar con la lógica del significante la diferencia que se extiende entre los dos. La alteridad del Goce del Otro es precisamente imposible de representar con la lógica binaria del significante. Entre el 1 y el 0 hay una infinidad de números más. Las iniciales podrán multiplicarse al infinito: LGTBI… Habrá que crear nuevos abecedarios. Pero la alteridad del sexo y del goce seguirá sin poder representarse en el lenguaje.
—¿La emergencia potente y masiva de las Teorías de género, a qué las atribuye?
Precisamente a esta misma imposibilidad, la de lo real del sexo como imposible de ser representado por el lenguaje. Si seguimos la idea lacaniana de que no hay modo de hacer una Teoría del goce sexual sin caer en una Teología, sin suponer en algún lado un dios —en minúsculas o mayúsculas— como el Otro lado del goce femenino —véase el Seminario 20, “Aún”—, entonces hay que concluir que finalmente todo este asunto de las Teorías de género se parece mucho a la discusión teológica sobre el sexo de los ángeles. Se puede aprender mucho de ella, no hay que menospreciarla en absoluto. No fue sólo una cuestión “bizantina”, como se suele decir, hubo que movilizar en varios Concilios significantes tan fundamentales como el Padre, el Hijo y la Trinidad para combatir las herejías. El problema de la alteridad del goce, del Goce del Otro, —mejor decir incluso en español el Goce de “lo Otro”— sigue siendo motivo de disputas identitarias, de segregaciones y de fenómenos de grupo. No vamos a acabar nunca con lo real del sexo y del goce.
—En esta línea de pensamiento ¿Cuál sería para usted la diferencia de hablar de sexo o de género?
Sigue siendo fundamental mantener esta distinción. Del mismo modo que podemos decir que la identidad del sujeto del inconsciente es siempre una identidad vacía, una identidad que huye definitivamente, debemos decir que no hay una identidad sexual definible en relación al goce, que el sexo es precisamente la falta de identidad del sujeto consigo mismo. Es la definición lacaniana del sujeto dividido, $. Y es por eso mismo, porque el sujeto es un vacío de identidad en relación al sexo, que hacen falta las identificaciones, fundadas en un rasgo significante tomado del Otro, de la cultura, de la familia, de la sociedad. Lo que hoy llamamos “género” se define en el campo de las identificaciones, no de la identidad.
—¿Qué influencia, o mejor qué incidencia cree ha tenido el psicoanálisis en estas modificaciones que van de hablar de géneros a hablar de “transgéneros”?
Desde el principio de los llamados “estudios de género” la influencia del psicoanálisis ha sido decisiva. Antes evocaba a Robert Stoller, psicoanalista, que está en los mismos orígenes de los gender studies. La referencia a Freud y a Lacan sigue siendo constante. También encontramos esta incidencia a propósito del estudio y la clínica del “transgénero”. Hay incluso revistas especializadas en la aplicación del psicoanálisis a la clínica del “transgénero”, como Transgender Studies Quarterly”. El psicoanálisis lacaninano es trans- por definición: transnacional, transidentitario, translingüístico… ¿Cómo no iba a tener su incidencia en los estudio sobre el “transgénero” y la “transexualidad”?
—En el mismo sentido que la pregunta anterior ¿Qué relación entiende hay entre los movimientos feministas y lo transgénero?
Que haya sido desde el feminismo, —es decir a partir de la pregunta constante sobre qué es y qué quiere una mujer— que se haya incidido en el interés actual sobre el transgénero no me parece una contingencia colateral. Lo diré de manera directa: lo femenino, si no queremos reducirlo precisamente a un rol social con el que identificarse, no es un género. Es la alteridad del goce con la que es imposible identificarse. El aforismo lacaniano “La mujer no existe” no quiere decir otra cosa. No hay significante que pueda representar a lo femenino en un universal. Podemos decir incluso que lo femenino es transgénero, que es lo transgénero por excelencia, aquello que no se deja ni se dejará atrapar nunca por la lógica de las identificaciones de los llamados géneros. Entonces la relación entre feminismo y transgénero es y será estructural.
—Los movimientos feministas se caracterizan por una intensa y desembozada práctica política. Si bien su estudio correspondería a la sociología, ¿Cómo entender esos movimientos desde una Psicología de las masas?
Creo que el texto de Freud “Psicología de las masas y análisis del Yo” no da para un análisis de los movimientos feministas que ponen en cuestión precisamente la lógica vertical del poder del líder sobre la masa, la autoridad del jefe y su reducción a un rasgo de identificación colectiva. Hay feminismos diversos pero su aparición ha ido siempre vinculada a un hecho estructural: imposible hacer con “lo femenino” una masa del estilo estudiado por Freud en su texto. Lacan señaló muy pronto que era necesario estudiar la prevalencia del eje horizontal —no tan prevalente en el texto de Freud— sobre el eje vertical en el estudio del grupo. Su interés por el estudio de la lógica del grupo sin “jefe”, sin un significante amo dado de entrada, le llevó a construir por ejemplo la lógica del cartel donde el Uno no funciona como rasgo de identificación del grupo sino como el Más Uno que pone en cuestión la homogeneidad y completud del grupo. Es sólo una idea, pero sería interesante estudiar la lógica de los movimientos feministas con la lógica del cartel lacaniano, una lógica que está sin duda más del lado femenino que masculino.
—Entre los movimientos feministas hay también diferenciaciones entre la que se destaca, por su separación de los mismos, las llamadas teorías queer (cuir en castellano). Con respecto a estas últimas, ¿Qué decir desde el psicoanálisis?
Hay que decir: ¡Bienvenidas! Ya he indicado antes que la noción queer pone en cuestión la lógica de la diferencia binaria del significante para intentar representar la alteridad del goce sexual. La reivindicación queer es una apuesta por lo torcido, ¡tan torcido como los famosos “Culebra” que fumaba Lacan! Lo queer, lo torcido, lo extraño, lo inusual, lo que está fuera de la norma, requiere de otra categoría para ser escuchado que la categoría de la “diferencia”, la diferencia que siempre remite a la relación entre dos elementos que ya estarían ahí para ser diferenciados o que incluso se definen por esa diferencia. Lo queer, en el campo de la sexualidad, es una anti-categoría, es la categoría de los que no tienen categoría ni quieren tenerla. Lo queer no quiere definirse por la diferencia entre dos significantes. En francés hay una palabra que tiene todo su interés —el filósofo François Jullien la utiliza— para intentar abordar el campo de lo queer: es écart, que no puede traducirse por diferencia. Es lo desviado, separado pero no segregado, diverso pero no aislado, en un intervalo abierto que no puede recorrerse desde Un lugar al Otro con la idea de diferencia significante. Desde esta perspectiva, lo queer es un buen modo de hacer aparecer la singularidad que atraviesa cada forma de gozar.
—Valerie Solanas fue una militante feminista y lesbiana que sostuvo una actitud separatista radical dentro del feminismo. Escribió un Manifiesto que llamó “SCUM (basura) Manifiesto de la Organización para el Exterminio del Hombre”. Se dice que su odio al hombre era consecuencia de haber sufrido una violación en la infancia por parte de su padre. ¿En este sentido qué relación podría haber entre las violaciones sufridas por muchísimas mujeres y la violencia de algunos movimientos feministas?
No conozco el caso de Valerie Solanas para decir nada al respecto. ¡Y Dios me libre de la impostura de interpretaciones salvajes! Con respecto al odio, tan cercano siempre al amor hasta encontrarse en su mismo reverso, digamos que puede ser a veces una consecuencia lógica del imperativo cristiano, un imperativo que está metido en la médula de todos los movimientos occidentales, feminismos incluidos: “amarás al prójimo como a ti mismo —o como a ti misma”. Lo que quiere decir también, cuando ese prójimo es tan prójimo que se hace extraño, diferente a ti mismo o a ti misma, que deberás odiarlo como aquello que no puede asimilarse a la imagen de ese “tú mismo/a”. Sabemos por qué Freud retrocedió ante ese imperativo que le pareció inhumano, pero cuando se trata del goce se trata también de lo inhumano que está en el corazón de lo más humano que podamos reconocer.
—¿Cómo pensar con respecto a la asunción de un sexo el concepto lingüístico del performativo, que implica que al enunciarse se realiza la acción en el mismo momento, por ejemplo cuando se dice ‘Yo juro’?
No había pensado nunca en una vinculación posible entre la asunción del sexo y los enunciados performativos, aquellos que hacen lo que dicen. El problema es que cuando se trata de asumir un ser sexuado no se trata nunca de un acto consciente, un acto del que yo pueda ser el sujeto agente. Si yo digo “Yo soy un hombre” no por eso me convierto en un hombre. La asunción del ser sexuado, si debemos sostener la hipótesis de que es un acto inconsciente, no tiene un sujeto de enunciación que pueda decir Yo. Es más bien cosa del Ello, de la pulsión acéfala, sin sujeto de enunciación. La pulsión dice más bien: “Ello es”. El problema es entonces: donde Ello es Yo debo advenir… o no. Ahí se produce la asunción, en el Yo debo advenir. Y no es seguro que el Yo, por mucho que diga, quiera lo que Ello desea. Diría más bien que es lo contrario de un enunciado performativo: Ello hace y Yo debo decir si consiento o no.
—Hablamos de asunción, de declaración, incluso de elección de sexo. ¿Qué valor asignarle a estas performaciones?
Se trata siempre de una elección sin sujeto gramatical, de aquella “insondable decisión del ser” de la que hablaba Lacan y que está en el principio mismo de la división del sujeto del inconsciente, de un saber que no se sabe a sí mismo. El acto que supone la elección sexual se distingue precisamente en eso del juego de los géneros y sus mascaradas, donde cada uno cree que es el Yo quien puede elegir. En el límite, podemos llegar a decir incluso, desde la perspectiva del psicoanálisis, que el objeto es finalmente lo más contingente. La elección fundamental, según Freud, es entre dos modos, o bien es una elección narcisista o bien anaclítica, o bien sostenida en el Uno o bien sostenida en la Alteridad. Podemos hablar entonces de elección homosexual o heterosexual de objeto de otra forma. Es la elección la que es homo- o hetero-, no tanto el objeto. Proust, por ejemplo, es un caso de elección homosexual de objeto, incluso ahí donde deseaba a Odette, una versión para él de La mujer que no existe. La última perspectiva de Lacan sostenía que Hétero- es amar a las mujeres, sea cual sea el sexo propio, pero en la medida en que esas mujeres hacen presente, una por una, la alteridad del sexo, no en la medida que sostienen la existencia de La mujer. Otra cosa es decidir convertirse en esa “La mujer” que no existe, que falta por definición a todos los seres hablantes. En este caso se trata de una transexualidad en lo real, sea desde el sexo que sea.
—Para ir finalizando ¿qué lugar al transgénero en el marco de una clínica continuista?
Creo que es precisamente desde esa clínica, no limitada a la clínica estructural ordenada por el Nombre del Padre en las neurosis y la forclusión en las psicosis, donde podemos hacer un estudio más preciso de lo que se nos presenta como transgénero. El transgénero es entonces también transclínico dentro de la variedad de soluciones sintomáticas que pueden anudar al sujeto con una identidad, que siempre es una cristalización de identificaciones. Con todo, hay que distinguir las soluciones transgénero de la transexualidad como tal. Por otra parte, la decisión del sujeto no es nunca transparente y en muchos casos no se hace de una sola vez. Hay que dejar siempre abiertas esas soluciones a las contingencias, en especial al encuentro con lo real del goce del cuerpo que supone la pubertad.
No seria, senyor Bassols, com dir que hi ha dos sexes, com deia Lacan, el yin o decimal i el yang o enter o sencer?
ResponEliminaI allò Queer és la pansexualitat de Freud que existix quan no hi ha significant "pansexualitat", sinó la mera intenció explicativa?
Vicent Adsuara i Rollan