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13 de febrer 2017

El sujeto-mercancía en la era de Internet















Entrevista publicada en el BlogSección de la EOL en La Plata

-Acerca del éxito del gadget y su función en la subjetividad actual, ¿sería equivalente con el triunfo de la religión que Lacan avisoró? ¿O lo sustituye implicando otra función?

Podemos hablar sin duda del triunfo del gadget en nuestra época pero es en todo caso un triunfo poco esplendoroso, menos todavía que el triunfo de la religión vaticinado hace tiempo por Lacan y que verificamos cada día. El gadget, como objeto producido por la tecnociencia, no ganará nunca al sentido religioso por la simple razón de que se dedica a alimentarlo, le va siempre a la zaga. Era la hipótesis de Lacan y me parece que podemos darla también por verificada. No hay que olvidar que la primera bomba atómica fue bautizada precisamente con el nombre de Gadget por los científicos del Proyecto Manhattan, lo que era ya un mal augurio de lo que conocemos, según la frase del propio Lacan, como “el ascenso al cenit social del objeto a”. Es cierto que esta ascensión del objeto tecnológico a las alturas tiene algo del fenómeno de lo sagrado, de la elevación del objeto a la dignidad de la Cosa, del das Ding freudiano, objeto imposible de representar finalmente. Las largas colas ante los concesionarios de Apple para adquirir en primicia el nuevo iPhone son tal vez hoy una nueva versión de las colas de peregrinación al lugar del milagro.
Hay sin embargo una función suplementaria, por decirlo así, cuando se trata del objeto tecnológico y es que en el momento de poseerlo somos nosotros mismos los que nos convertimos en objetos de intercambio en el circuito de producción de la mercancía. Creemos que sólo compramos una mercancía pero en el mismo momento que la adquirimos y la usamos somos nosotros los que nos convertimos por arte de birlibirloque en una mercancía de un nuevo tipo, inédita hasta ahora. A partir del momento en que estamos hiperconectados estamos ya hipercontrolados, hiperconvertidos en hiperdatos que servirán a la hipermaquinaria de la contabilidad general del mercado, y a la vez quedamos hipersometidos al hiperbombardeo de una publicidad tan idealmente personalizada como nuestras huellas dactilares. El juego de la relación entre sujeto y objeto se invierte, lo que tiene todos los rasgos de la lógica del fantasma que Lacan escribió con su fórmula ($<>a) en la que un término incluye al otro en una relación de conjunción y disyunción. Pues bien, el objeto tecnológico realiza hoy este fantasma. Somos objetivados por el objeto, incluso se hace de eso un ideal de tratamiento del malestar, dejando fuera de juego al sujeto y su singularidad como cuerpo hablante. Así, la religión promete el paraíso para pasado mañana, lo que tiene sus ventajas para mantener algo de su esplendor. Pero el objeto tecnológico lo promete para hoy mismo, lo que implica que hay que renovar ese esplendor de manera incesante, en cada una de las nuevas versiones del gadget en cuestión. Esta pequeña gran diferencia exige que la maquinaria del sentido no pueda detenerse ni un momento para que el sujeto-mercancía siga en el circuito. Es una carrera agotadora, pero nada indica que ella misma vaya a agotarse en su voracidad.

-¿Cómo impacta en la práctica y experiencia analítica el uso de los gadgets? Con respecto al lugar y y al lazo transferencial, ¿considera viable o posible un analista hiperconectado?

Es obvio que los gadgets tienen una incidencia inmediata. Los móviles suenan en cualquier momento para interrumpir al sujeto que habla en la sesión analítica y hay quien introduce incluso al que llama en la propia sesión: “¿Ve usted? Es ella de nuevo. Déjeme que le responda y le diga lo que se me acaba de ocurrir.” Hay analistas que obligan al analizante a desconectar el móvil de entrada, hay otros que dejan que se incluya en el discurso del sujeto como una variable más, con los mismos derechos que cualquier otra contingencia de su discurso. La incidencia de la tecnociencia y sus objetos es ya tan general, tan criticada y tan deseada a la vez, que no tenerla en cuenta como un hecho de discurso sería un simple anacronismo.
Sea como sea, el analista de nuestro tiempo no es ni un nuevo profeta de las maravillas del objeto tecnológico ni un catastrofista de sus virtudes aparentes. Sabe que el objeto a es finalmente el verdadero partenaire del sujeto del inconsciente, el gadget por excelencia del fantasma al que se reduce finalmente cualquier relación con la tecnología.
Por otra parte, digamos que la experiencia analítica es la hiperconexión más conseguida que se haya visto. Recordemos aquella primera definición que Freud dio de la transferencia como un “falso enlace”, como una falsa conexión que, por el arte inconsciente de la metonimia y de la metáfora, del desplazamiento y de la condensación, conecta al sujeto con el lugar del analista a partir de los significantes primordiales de su historia. La transferencia, como puesta en acto de la realidad del inconsciente, es un falso enlace que hace aparecer la verdad del deseo del sujeto que él mismo ignoraba. Así, debemos concluir que el analista es en primer lugar un hiperconectado de la transferencia y debe saber responder a ella desde ese lugar con la interpretación, singular para cada caso.

-Teniendo en cuenta lo formulado en los "Principios rectores del acto analítico": "Los dos participantes son el analista y el analizante reunidos en presencia en la misma sesión analítica", ¿Es indiferente que los encuentros transcurran en el espacio de un consultorio o en el espacio de internet? ¿Se trataría de "presencia" y "sesión analítica" si dicho lazo se establece y transcurre exclusivamente por skype o por teléfono?

Hoy se ofrecen, en efecto, multitud de terapias y experiencias de todo tipo por Internet. Y algunos psicoanalistas, tal vez por el temor de quedar rezagados en la carrera, se han apresurado a ofrecer sus servicios en el medio virtual. He visto textos de algunos colegas de la IPA promoviendo esta vía como el futuro irrenunciable del psicoanálisis. Tal vez sea una más de las paradojas de aquel éxito del psicoanálisis que coincidía, como decía Lacan, con su extinción.
Por nuestra parte, siguiendo nuestro principio irrenunciable de la clínica “uno por uno”, tampoco aquí podríamos generalizar. Hay que considerarlo caso por caso. La palabra clave es, en efecto, la palabra “presencia”. La “presencia del analista en la cura” será precisamente el tema de la próxima Conversación Clínica del Instituto del Campo Freudiano que se realizará el próximo mes de Marzo en Barcelona con la presencia e intervención de Jacques-Alain Miller. Se trata de precisar qué es en cada caso la “presencia del analista”, mejor todavía, qué implica su presencia real, entendiendo por real algo muy distinto a la realidad empírica y observable. El propio Jacques-Alain Miller tituló en su momento uno de los capítulos del Seminario XI de Jacques Lacan, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, retomando esta expresión: “presencia del analista”. Y viene a cuento citar aquí esa referencia de Lacan comentando la expresión:
“hermoso término que sería un error reducir a esa especie de sermoneo lacrimoso, esa ampulosidad serosa, esa caricia algo pegajosa que la encarna en un libro publicado con ese título.” El libro en cuestión era del psicoanalista Sacha Nacht pero el aviso de Lacan sirve hoy también para cada uno. No se trata en esa presencia real de la “two body psychology” con su cortejo de afectos y contrafectos recíprocos. La presencia, real, del psicoanalista se incluye en el concepto de inconsciente, en la experiencia que hace de él el analizante. Es un producto suyo pero a la vez está causado por el acto analítico mismo.
Esa presencia real del analista sólo puede producirse entonces, como dice el texto de los “Principios” que cita en su pregunta, “con el analista y el analizante en presencia en la misma sesión analítica”. Lo que implica la presencia del cuerpo hablante, con todas sus resonancias, desplazado hasta el lugar de la sesión analítica. Imposible entonces un análisis por escrito, o por grabaciones de mensajes de uno y otro lado. La presencia del cuerpo hablante en ese espacio es inherente al tiempo tan singular de la sesión analítica, a la transferencia, al acto y a la interpretación analíticos que tocan a ese cuerpo hablante en vivo y en presencia directa.
¿Excluye esto cualquier recurso puntual a los medios técnicos que se nos ofrecen hoy, desde el teléfono hasta Skype, o a los que puedan producirse como formas de la llamada realidad virtual? De nuevo conviene ver el tema caso por caso, sin generalización posible. Responderé aquí desde mi propia experiencia. Utilizo a veces el teléfono o Internet sólo como una forma puntual de suplencia cuando, por las razones que sean, no es posible la venida de un analizante a la sesión. Pero también en estos casos, la presencia de analizante y analista en la misma sesión analítica es un momento que se verifica como una escansión temporal irreductible. En otros casos este recurso no me ha parecido nunca indicado. Por la misma razón he requerido la presencia del sujeto cuando alguien me ha dirigido una demanda de análisis que supuestamente quería desarrollarse por Internet. Y he verificado después la importancia de cumplir esta exigencia para esa persona. Simplemente, no parece que podamos contradecir la vieja referencia freudiana, no exenta de ironía, de que “nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie”. El acto de palabra propio de la experiencia analítica requiere de esta presencia.

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