1- ¿Las
consultas a los analistas en el siglo XXI son por padecer la soledad? ¿Cómo son
las soledades actuales?
Aun cuando no sea un motivo explícito de
consulta, la soledad del sujeto contemporáneo se hace escuchar desde el primer
momento en la consulta del psicoanalista. “Testimonio de la soledad”, escribía
Jacques Lacan ya en los años 30’ para evocar la función del que toma acta de
esta condición inherente al ser que habla. Y sigue siendo así. Lo que permite
también preguntarse qué sería una soledad sin testimonio, una soledad elevada a
la segunda potencia por decirlo así, hasta una soledad que no se sabe a sí
misma. “Estaba solo y no lo sabía” podemos decir siguiendo la paradoja de aquel
sueño freudiano: “estaba muerto y no lo sabía”.
Hay pues soledades muy distintas, en plural,
diversas y singulares a la vez. No he escuchado a un sujeto que me hable de su
soledad igual a la de otro.
En todo caso, podemos distinguir de entrada
dos soledades. Hay una soledad con el
Otro, de la que por ejemplo hablaba ya D. W. Winnicott en su clásico artículo
“La capacidad para estar solo”. Es una soledad con un Otro que él igualaba a la
madre. Es incluso una soledad para el
Otro. Y hay una soledad sin Otro, una
soledad más radical de hecho, sin representación posible en el lugar del Otro.
Es esta soledad la que encontramos especialmente cuando el sujeto se confronta
con el goce femenino, ese goce sin representación significante, más allá del falo.
Es la soledad a la que se refiere Lacan , por ejemplo en su Seminario Aún, como una soledad de la que nada
sabemos, una soledad que es “ruptura del saber”. Llega a decir incluso algo más enigmático
todavía: es la soledad “que de una ruptura del ser deja huella”. ¿Cómo ser, en
cada caso, testimonio de esta soledad? ¿Dónde y cómo leer la huella que deja en
la experiencia analítica?
Ya ve que finalmente no encuentro nada mejor
para responder a la pregunta que otra pregunta.
2-¿ Qué
puede responder un psicoanálisis a ese malestar?
La primera operación que el analista debe
propiciar con el malestar del sujeto es, precisamente, vincularlo al lugar del
Otro a través de lo que llamamos transferencia. Se trata de hacer pasar el
estado autoerótico de la pulsión, que anida en el malestar del síntoma, al
estado heteroerótico de la transferencia. Cuando se trata de soledades, esta
operación es condición necesaria para pasar de una posición a otra. El amor de
transferencia es aquí lo que permite a la pulsión condescender, por un “falso
enlace” como calificaba Freud a la transferencia, al lugar del Otro y a la
pregunta por su deseo. Como dice el monstruo Chapalu, según el párrafo de
Apollinaire evocado por Lacan al final de su Seminario III: “el que come ya no
está solo.” Pues bien, el que come significantes en la transferencia también
deja de estar solo, hace representar en todo caso su soledad en el lugar del
Otro. Todos los analistas pueden dar cuenta de los efectos terapéuticos de esta
solución oral de la soledad. La paradoja es que, por el hecho de que el
analista no responde al amor de transferencia con el espejismo de la
contratransferencia, el sujeto puede confrontarse por ahí a esa otra soledad a
la segunda potencia a la que antes nos referíamos. De una soledad a otra. O
para ser más rigurosos con la lógica lacaniana: de la soledad con el Otro a la
soledad del Uno, del Uno del cuerpo hablante que nos convoca al próximo
Congreso de la AMP en Rio de Janeiro.
3- Nos
gustaría que retomes las diferencias que establecés en tu texto “Soledades”,
entre el sentimiento de soledad y el estar a solas y entre
el único (le seul) y el solo (seul), a solas.
Me llamó la atención esta diferencia que el
uso de la lengua nos ofrece: una cosa es “estar solo” y otra “estar a solas”. Se
puede estar solo con una multitud alrededor. Muchas veces somos testimonio como
analistas de esta soledad tan contemporánea. Es también la imposibilidad de
estar a solas. Por otra parte, se puede “estar a solas con” en muchas situaciones
y maneras, pero siempre marcadas por una asimetría, incluso por una no
reciprocidad: se puede estar a solas con alguien más, también con uno mismo, con
un buen libro, hasta con Dios. La sesión analítica es un modo muy singular de
“estar a solas” sin “estar solo”.
Este “estar a solas con” es ya un modo de
renunciar a la soledad que no tiene otro horizonte que el autoerotismo de la
pulsión. Tal como ha recordado y comentado Jacques-Alain Miller, es la soledad
a la que decidió renunciar Jacques Lacan en el momento de fundar su Escuela con
en el ya famoso: “Solo, como siempre he estado en relación a la causa
analítica…”
Digamos que la relación con la causa
analítica, en la que cada uno experimenta la soledad extrema, esa soledad que
no se sabía a sí misma, implica un “estar a solas” que nos lleva necesariamente
a la experiencia de la Escuela, entendida como una suma de soledades. Es el
modo de hacer productivo aquel saldo cínico que se encuentra al final del
análisis, un saldo inherente a la no existencia del Otro, sin verse llevado a
esa otra soledad, criticada muy pronto por Lacan en la comunidad analítica de
los años 50’, de las Beatitudes que se bastan a sí mismas. Es también la
diferencia que establece en la homonimia que existe en francés entre “être le
seul” —ser el único— y “être seul” —estar solo— el estar solo del analista en
su función.
Si se me permite el excurso topológico que
Lacan evoca en un momento para distinguir estas dos formas de soledad: es el
pasaje de la soledad de la esfera, cerrada sobre sí misma en una suerte de
mónada, a la soledad del toro, que abraza dos agujeros distintos, el interior y
el central. La soledad de la esfera es la soledad que se piensa única. La
soledad del toro es la que puede permitir engarzarse a otra soledad sin ninguna
ilusión de complementariedad o de completitud.
Gràcies.
ResponEliminaMuchas gracias por su valioso aporte
ResponEliminasilvia bermudez
EOL AMP
bs as
Muchas gracias por tan valioso
ResponEliminaaporte
Silvia Bermudez
Bs As
EOL AMP
Gràcies Vicent per la seva lectura. Y gracias también a Silvia por la suya.
ResponEliminaYa estamos un poco menos solos...