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28 de desembre 2014

Crisis y estafa del goce
















“No es una crisis, es una estafa”*. La frase fue uno de los lemas acuñados por el movimiento del 15-M en España cuando una multitud salió, el 15 de Mayo de 2011, a las calles de distintas ciudades haciéndose eco del creciente malestar producido por las nuevas políticas de recortes y de eliminación de derechos sociales. El lema hizo fortuna y se ha ido instalando cada vez más como una interpretación individual de lo que se imponía como un malestar en el orden social producto de la llamada crisis del sistema financiero. El lema era de hecho el índice de un nuevo sujeto de lo colectivo, un sujeto que surge de una reformulación de las coordenadas simbólicas que intentan ordenar el malestar del síntoma contemporáneo, un sujeto que traduce hoy en términos de delito, de fraude y de engaño, lo que en otros momentos y desde otro lugar se diagnosticaba como un momento de transformación, de cambio —argumentado como necesario desde el cinismo político—, un cambio supuestamente inherente a los procesos de reorganización social.

Vale la pena subrayar lo que la interpretación de este lema supone como cambio de discurso para responder a la desigualdad en la distribución social de los bienes y recursos. No se trata ya de un momento de crisis del sistema sino de su propia perpetuación sostenida sobre la figura de un Otro del goce que se revela finalmente en su dimensión más radical y traumática como imposición de un orden social fundado en el fraude y en el engaño, en el expolio sistemático de los bienes de muchos por unos pocos. El sistema simbólico imperante, lejos de proponerse “gestionar la crisis”, se revela entonces como un sistema que se alimenta él mismo de su propia crisis, dejando velada tras una cortina de humo la figura de Otro goce. Es un goce de los bienes y recursos tanto más codiciado cuanto más supuesto en el Otro, pero igualmente menos decible por el discurso que lo impone como necesario para todos, como un sueño del que sería mejor no despertar. Es la lógica del discurso capitalista tal como Lacan pudo formularla en su momento[1] al hablar de la llamada “crisis” del discurso capitalista que toma el relevo del discurso del amo. Es una crisis que se consuma en su propia consumición, o también una crisis que se consume en su propia consumación. Es una crisis finalmente que se alimenta de sí misma de un modo asintótico, sin que parezca llegar nunca al mismo límite que ordena su lógica y su movimiento internos.

Del mismo modo, el superyó que Freud describe en “El malestar en la cultura” se alimenta de las renuncias que impone a la satisfacción pulsional del sujeto, engordando cuanto más adelgaza el bienestar que el principio del placer intenta mantener en el aparato psíquico. En esta coyuntura, la figura del Otro goce —siempre Otro, siempre un poco más— que el superyó tiene a bien imponer —y siempre, precisamente, en nombre de un Bien—, se hace cada vez más consistente cuanto más supuesto. Es este imperativo de goce del superyó el que se escondía bajo la piel de cordero de las mejores intenciones enunciadas en nombre de la creación de riqueza y bienestar social.

El análisis lógico de Lacan indica que se trata, en la estructura de sus cuatro discursos, de una simple pero decisiva mutación, una permutación de los términos del sujeto ($) y del significante amo (S1) en los lugares que ocupan en el Discurso del amo. Allí donde en el Discurso del amo se sitúa el significante agente que comanda las significaciones y ordena el goce, allí mismo se sitúa en el Discurso capitalista la crisis del sujeto dividido por el imperativo de ese goce pulsional que lo habita. Hacer de este sujeto y de su malestar permanente el agente y el motor del propio discurso, la llave de vuelta de la maquinaria de producción de un “plus de gozar” que viene al lugar de la famosa “plusvalía”, y todo ello dejando velado el significante que ordena ese goce, es tal vez el invento más sutil del capitalismo en sus formas contemporáneas. Dicho de otro modo: hacer de la crisis del sujeto el alimento de la propia maquinaria que lo determina en su relación con el goce. Dicho todavía de otro modo: ¡Consúmase usted mismo… para consumar la crisis en la que se consume!

Constatación clínica. Debajo de la crisis, se esconde el superyó con su imperativo de goce imposible de cumplir. Querer curar la crisis —la de angustia, de pánico, de duelo, de insatisfacción, pero también la que carcome el orden social actual—, puede ser a veces la mejor manera de alimentar ese imperativo y sus efectos devastadores si no se analiza antes el significante que ordena —en todos los sentidos de la palabra “ordenar”— ese goce impuesto en nombre del Bien. La clínica del psicoanálisis, tal como indicó hace tiempo Jacques-Alain Miller, es en primer lugar una clínica del superyó y sus paradojas[2].

Constatación política. Conviene no confundir la justicia distributiva de los bienes y recursos, —tan defendible como la que se funda en los derechos humanos—, con la justicia distributiva del goce, incluida la del goce de esos mismos bienes y recursos. Esta última, más bien inhumana y de ascendencia siempre dudosa para Lacan, topa con un real imposible de “gestionar” de modo colectivo cuando se trata de la economía individual del goce pulsional. En realidad, ordenar la cosa pública no dirá nunca en qué consiste ni qué ordena el goce privado de esa cosa. Y hace falta a veces estirarse en la privacidad de un diván para descifrar lo que públicamente permanece como indecible de la Cosa que Freud llamó das Ding, el objeto indecible del goce. En este punto, la crisis está siempre asegurada.

Constatación epistémica. Todo sistema simbólico incluye entre sus principios la imposibilidad lógica de dar cuenta del nuevo real que él mismo engendra, si es que no se ha fundado ya en él. Los momentos críticos que se producen en todo sistema son momentos privilegiados para dar cuenta de ese real. Este teorema, que supuso en la historia de la ciencia su propio momento crítico (cf. Kurt Gödel), tiene para el psicoanálisis de orientación lacaniana su transcripción lógica: S(/A), significante de la falta del Otro; y su concepto: el inconsciente real.

Detengámonos entonces un momento más en este desplazamiento actual del malestar del síntoma y de su discurso que va desde la crisis estructural hacia la estafa de un goce que estaría en su reverso. Intenta dar cuenta de un nuevo real en el que se fundan tanto la crisis como la estafa. De hecho, el lema “No es una crisis, es una estafa” quiere decir también que toda crisis tiene algo de estafa, de pérdida de un goce que ha sido hurtado en el juego de manos de la maquinaria del discurso en la producción de su “plus de gozar”. Estafa pues, pero más bien estafa de un goce que no puede hacerse equivalente ni reducirse a los bienes que se trataba de distribuir. Cada sujeto puede hacer la experiencia, a veces de modo especialmente traumático, de esta diferencia cuando constata que el goce del objeto no estaba en el objeto mismo: tal vez estaba sólo en la adquisición del objeto, a veces en su misma pérdida, y casi siempre como un goce primeramente supuesto en el Otro.

Es una experiencia de verdad que sólo el psicoanálisis ha llevado a su condición de experiencia ética. Y tiene consecuencias decisivas para el estatuto de la propia verdad.
Cada crisis en un sistema simbólico de significantes, de semblantes, es así en primer lugar una crisis de la verdad que se sostenía en ellos. Desde esta perspectiva, como señalaba Jacques-Alain Miller citando a Gilles Deleuze[3], el tiempo siempre pondrá en crisis la verdad de cualquier sistema porque la verdad es tributaria de su tiempo interno, relativa al flujo de sus significaciones. No hay verdades eternas, como se suele decir, pero es porque, —al decir de Baltasar Gracián para quien el término “crisis” obtuvo su justa medida con El Criticón—, “la verdad siempre llega la última, y tarde cojeando con el tiempo”, siempre a contrapié y marcando un momento de crisis del sistema de significantes que requerirá su nueva ordenación. Es en este punto donde la verdad muestra su parentesco con el goce, un parentesco de fraternidad que Lacan había señalado muy bien en su Seminario XVII[4]. La verdad es allí hermana del goce. Cada crisis de la verdad es entonces en su reverso irrupción de un goce, de una satisfacción pulsional que el sistema del discurso no podía prever ni representar, un goce que siempre aparece marcado por una pérdida, hasta como un goce perdido. De ahí que en la experiencia subjetiva que aprehendemos en lo más particular de cada análisis, los momentos de crisis comporten siempre, de una manera o de otra, una pérdida del valor libidinal que algunos objetos tenían para el sujeto y un retorno de ese valor libidinal en otra satisfacción que no siempre se adecuará al placer. Lo que puede ser experimentado muy bien como una estafa por poco que esa pérdida se atribuya al Otro, a cargo de la contabilidad general de la justicia distributiva. La actualidad de la crisis nos muestra sin embargo que esos momentos puedan ser experimentados también como un momento privilegiado de elección, hasta de oportunidad como quiere hacer suponer aquella falsa verdad que, desde que John F. Kennedy la pusiera en circulación, da ese sentido de “oportunidad” al término chino de “crisis”.

De una forma o de otra, los momentos de crisis son siempre momentos de pérdida de un goce que retorna bajo las distintas formas del síntoma. Implican, cada vez, la irrupción de un real que exige una respuesta al ser que habla. Es la respuesta que el psicoanálisis de Jacques Lacan designó primero con el término “sujeto” para indicar el lugar de responsabilidad sobre ese goce imposible de contabilizar por el Otro, por ese Otro… si existiera. Es en esta respuesta, cada vez singular, donde la palabra “crisis” recupera su sentido genuino, el que la etimología le da también al traducirla como un “yo decido, yo separo, yo juzgo”.



* Texto de preparación del Congreso de la NLS, Ginebra 9 y 10 de Mayo de 2015, sobre el tema “Moments de crises”.
[1] Especialmente en su intervención del 12 de Mayo de 1972 en Milán recogida en Lacan in Italia 1953- 1978, La Salamandra, 1978, pp. 32-55.
[2] Jacques-Alain Miller, “Clínica del superyó”, en Recorrido de Lacan, Caracas 1984.
[3] Citado a su vez por Gil Caroz en su texto de presentación del Congreso de la NLS, “Moments de crise”: http://www.amp-nls.org/page/fr/170/le-congrs
Ver Jacques-Alain Miller, “Introduction à l’érotique du temps”, La Cause freudienne, nº 56, Navarin éditeur, Paris 2004, p. 69.
[4] Jacques Lacan, Seminario XVII, “El reverso del psicoanálisis”, Paidós, Barcelona, p. 57.

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