El sábado 2 de Junio tiene lugar en la ciudad de Sevilla el Forum 3 con un tema especialmente actual y punzante: “Lo que la evaluación silencia: la infancia bajo control”. Señalemos algunos puntos que nos ha sugerido la enunciación de este tema[1].
1) La infancia no existe desde siempre. Es un hecho que
pusieron ya de relieve estudiosos como Philippe Aries y la llamada Historia de
las mentalidades. El tiempo designado como “infancia” ha variado bastante a lo
largo de la historia, lo que nos indica que la infancia es, en primer lugar, un
hecho de discurso. Lo que hoy
entendemos por “infancia” se constituye necesariamente como “un tiempo pasado”,
más o menos idealizado, como un lugar localizado en y desde el discurso
del Otro. Por otra parte, no estará de más recordar, como subrayó Lacan en su
momento, la etimología del termino “infancia” que proviene de infans: (in-fari) alguien incapaz de
hablar, no tanto de articular palabras sino de hablar en público, de
representarse públicamente como sujeto de la palabra. De entrada, pues, la
infancia se constituye retroactivamente desde el discurso como un lugar
anterior y exterior a él. El lugar de objeto le está destinado desde un
principio. El niño es así el que debe permanecer necesariamente a cargo del
Otro, sin poder hacerse sujeto de una responsabilidad social.
2) ¿Por qué habría que “controlar” este hecho de discurso,
construido él mismo por lo simbólico del lenguaje? Porque la infancia ha venido
a designar también algo ignorado en la vida de cada sujeto, algo que queda
también fuera de discurso, como lo más íntimo y extraño a la vez, lo más
idealizado y a veces también lo más escondido. Si Freud pudo decir que todo
recuerdo es encubridor, la infancia, como experiencia de un tiempo subjetivo,
es el recuerdo encubridor por excelencia para cada sujeto: esconde siempre un
secreto familiar, es él mismo un velo, una pantalla de algo siempre ignorado.
3) ¿Y cuál es este secreto? En primer lugar es el secreto de
lo que llamamos “el goce”, una experiencia vinculada a los objetos pulsionales.
La infancia tiende así a hacer presente el objeto de una experiencia de goce
para cada sujeto. La “infancia bajo control” es entonces la infancia como
objeto de las prácticas de control del Otro, prácticas de poder, de vigilancia,
de castigo (cf. Michel Foucault). La infancia como objeto es también,
necesariamente, el lugar de una segregación, haciendo serie históricamente con
el loco y con la mujer. Recordemos la observación de Jacques Lacan en 1968, en
su “Discurso de clausura de las Jornadas sobre las psicosis en el niño”: la
segregación aparece allí como “el factor, el problema más candente en nuestra
época, en la medida en que es la primera que ha de sentir en sí misma que, a
causa del progreso de la ciencia, se hayan puesto en cuestión todas las
estructuras sociales”. Lacan anticipaba así la segregación como el fenómeno
“cada vez más acuciante” de nuestra época.
A pesar de las buenas intenciones de toda política de
integración, ¿no podemos decir que la infancia es hoy también objeto de una
segregación, en tanto la segregación es inherente a la función misma del objeto
como resto de un goce? No es seguro que la mayor atención a la infancia extraiga
por sí misma a la infancia de este lugar de segregación. Podemos ver varios
ejemplos de este efecto en políticas de integración del niño “diferente”, una
integración a cualquier precio que redobla finalmente ese efecto de segregación.
Debajo del ideal normativizante del niño hay siempre el lugar del objeto segregado
como objeto de una satisfacción pulsional, como resto de un goce.
4) El niño ha sido y es objeto del goce del Otro,
especialmente como objeto sexual: se supone que esta observación forma parte,
ya asumida, del descubrimiento freudiano.
Pero localizar la infancia como objeto no fue el punto más
subversivo y verdadero del descubrimiento freudiano. El verdadero
descubrimiento (ya desde los “Tres ensayos para una teoría sexual” de 1905) es
haber escuchado al sujeto de la infancia como un sujeto de pleno derecho en
relación al inconsciente y al deseo. Hay algo más escandaloso todavía que la
idea del niño como objeto sexual, es la idea de que hay un deseo sexual en la infancia, de que hay un sujeto,
responsable, de ese deseo y del goce en el propio espacio que llamamos “infancia”,
de que hay una responsabilidad en el sujeto del inconsciente freudiano que se
extiende a la infancia como lugar de un sujeto de la palabra y del lenguaje.
5) ¿Quién está dispuesto hoy, en los distintos campos del
saber y en las distintas prácticas, a hacerse cargo de esta verdad y de sus
efectos? Sobre la infancia como lugar de un sujeto del deseo y del goce, se
guarda más bien un silencio. Y ello se conjuga desde diversas vertientes.
El discurso científico, en su alianza con el discurso del
capitalismo, ha entrado decididamente en una estrategia de evaluación, de
control, de prevención, de la infancia como sujeto de un goce que se hace intolerable,
que augura a veces el peor de los destinos sociales. No está de más recordar
las iniciativas promovidas en algunos países para la prevención de la
delincuencia adulta a partir del control evaluativo de los niños en las
escuelas.
El discurso jurídico tiene hoy problemas para localizar la
responsabilidad del sujeto de la infancia: ¿a partir de qué momento podemos
hacer responsable jurídicamente al sujeto de sus actos? La aplicación de las
leyes hace retroceder ese momento cada vez más en el tiempo.
El discurso pedagógico, por su parte, se divide hoy claramente
entre una concepción del niño como objeto de control y de prevención de los
“trastornos” del mundo adulto y una concepción del niño como “educando”, sujeto
de una experiencia en relación al saber.
6) Para el discurso analítico el niño es, antes que nada, un
“sujeto supuesto saber” como el adulto. Fue la observación de Jacques-Alain Miller en su intervención
en la Jornada del Instituto del Niño de Marzo de 2011, El niño y el saber: “Es el niño, en el psicoanálisis, quien es
supuesto saber. En cambio, es al Otro al que hay que educar, es al Otro al que
hay que enseñar a comportarse. Cuando este Otro es incoherente y desgarrado,
cuando deja al sujeto sin brújula y sin identificación, hay que elucubrar con
el niño un saber que esté a su alcance, a su medida, que le pueda servir.
Cuando el Otro asfixia al sujeto se trata, con el niño, de hacerlo recular a
fin de devolverle la respiración. En todos los casos, el analista está del lado
del sujeto.”
Entender y escuchar a la infancia como sujeto supuesto saber
implica tomar a cada niño como un ser que habla, incluso allí donde es ya
hablado por el Otro como “infans”, como síntoma de ese Otro, responsable de un
deseo y de un goce que lo habitan, siempre fuera de control.
[1] Intervención
en el espacio preparatorio de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, hacia el
Forum 3, “Lo que la evaluación silencia: la infancia bajo control”, Sevilla 2
de Junio de 2012.
Sempre o històricament s'ha educat al xiquet a la manera conductista, prendre el noi com un suposat subjecte saber entra en xoc amb la normativització de la vida que pretenen els pares per al xiquet, i a això se suma la posició de les mares i fins i tot d'alguns pares de fer del xiquet la seua obra, és a dir, de posar-los en el lloc del fal·lus de la mare, és un greu problema però cal escoltar al xiquet i no sé fins a quin punt cal educar l'Altre o també al xiquet per a acoblar-lo a eixe Altre exhortatiu.
ResponEliminaSalutacions
Vicent
Escuchar al niño ¿es escuchar al adulto que lo bordea? … una topografía de palabras que se transmite, una red, una tela: el lenguaje.
ResponEliminaCompleja red aquella, que asfixia; compleja, también, aquella red que libera, permite: deja.
Gracias, una vez más, a su precisa letra.