1) La propia idea de que el orden simbólico ya no es lo que era proviene, de hecho, de un efecto de lo simbólico del lenguaje sobre nosotros mismos.* Es un efecto de sentido que, por lo tanto, no debería tener nada en sí mismo de irreversible. Solo desde el registro de lo simbólico puede darse la experiencia de un tiempo subjetivo que nos permita representarnos un pasado, un presente y un futuro, y encontrar así las diferencias en el tiempo, encontrar a faltar o a sobrar el motivo de esta diferencia, —”ya no es lo que era”—, ya sea dicho con un sentimiento más o menos imaginario de la pérdida o de la ganancia de un goce.
Estamos, pues, ante una paradoja: es únicamente desde lo simbólico en el siglo XXI como podemos decir que lo simbólico ya no es lo que era. Y podríamos preguntarnos con razón si esta afirmación no estaba de algún modo ya presente en lo simbólico del siglo XX, —con la irrupción de un postmodernismo que se pensaba como el final de la historia—, o en lo simbólico del siglo XIX, —con el romanticismo melancolizante de un clasicismo perdido e imposible de recuperar—, o en lo simbólico del siglo XVII, —con el barroco que cambió, con el nacimiento de la ciencia, la visión renacentista de la realidad—, hasta en lo simbólico de los siglos VII al IV antes de Cristo —cuando la noción pre-socrática de la verdad iluminó lo real con el relámpago de la aletheia, del desvelamiento de la palabra, tal vez ya imposible de recuperar según el filósofo—.
Aunque también podría argumentarse que la noción de lo simbólico, tal como la utilizamos en esta expresión, se refiere a una perspectiva y a una experiencia que solo puede tomar cuerpo a partir de la enseñanza de Lacan, a partir del momento en que el propio Lacan nombra el registro de lo simbólico para diferenciarlo de lo imaginario y de lo real. Podríamos sostener entonces que con este acto de nominación de los tres registros se produce algo profundamente real e irreversible, un acto de invención que se realiza con un anudamiento y que demuestra a estos tres registros solidarios y a la vez equivalentes, dispuestos en una continuidad. Por mi parte, me parecería una vía más lacaniana de abordar el problema, más lejos de los espejismos imaginarios inducidos por lo simbólico del sentido del lenguaje. Con lo simbólico, hay que ir con cuidado: imposible pensar el lenguaje desde el propio lenguaje, menos todavía desde algún supuesto lugar exterior a él. Es el error de perspectiva propio de la psicología de nuestro tiempo, una psicología que sigue siendo lo que era, es decir, como indicaba Lacan en su Seminario XXIII, “la imagen confusa que tenemos de nuestro propio cuerpo”[1].
2) De lo real, por su parte, ¿podríamos decir en algún momento que “ya no es lo que era”? Nada menos cierto. Lo real es siempre idéntico a sí mismo, vuelve siempre al mismo lugar hasta el punto de confundirse con él, de llevar ese lugar pegado a la suela sin poder dejarlo nunca. De ahí su valor traumático, fuera del tiempo, tal como Freud lo descubrió bajo el velo del fantasma, como algo irreversible en la experiencia subjetiva y sin posibilidad de una realización simbólica, sin una imagen posible que llegue a reproducirlo también de manera fija. No hay fotografía ni escáner posible de lo real. La sexualidad y la muerte siguen siendo los dos ejes de coordenadas mayores con los que el sujeto intenta localizar en el discurso ese agujero negro de su universo particular, aquello que no cesa de no escribirse, de no representarse en él y que llamamos lo real. De ahí que Lacan lo igualara a lo imposible lógico. Lo real es lo imposible en la medida que no puede llegar a simbolizarse ni a imaginarizarse, que no cesa de no escribirse en los otros dos registros. Si lo real es siempre el que es, si no cesa de no escribirse fuera de toda temporalidad cronológica y solo puede aprehenderse como un imposible lógico, parecería difícil entonces proponer un Congreso con un tema así: “El orden real en el siglo XXI. No es más lo que era. ¿Qué consecuencias para la cura?”
Y, sin embargo, la pregunta no nos parecería tan ociosa si tenemos en cuenta la afirmación de Lacan, realmente increíble, fechada como conviene en 1976: “Yo he inventado lo que se escribe como lo real”.[2] Lo real, al decir de Lacan, es pues también una invención, una invención que lleva su nombre y que además puede llegar a escribirse gracias a esa invención. Otra paradoja, pero esta es una paradoja que tal vez pueda aclararnos la anterior, la que no nos dejaba ninguna salida desde dentro del registro de lo simbólico para abordar algo de lo real, sin exterior posible. La invención lacaniana sería entonces la posibilidad, la contingencia más bien, por la que lo real del inconsciente cesa de no escribirse. Es la posibilidad de un encuentro contingente, de la tyché, para atrapar algo de lo real en un tropezón, sin embargo, siempre fallido.
La transferencia, el amor de transferencia y su relación con el saber del inconsciente, es, en efecto, una contingencia de este orden, la que el psicoanálisis sostiene como la consecuencia mayor para cada cura. Pero es una contingencia que requiere, cada vez, de una invención del analista, de una invención cada vez nueva, que nunca será igual a la anterior.
3) Volvamos desde ahí al titulo de esta intervención: lo real del psicoanálisis. Diré para abreviar que es un real distinto a lo real de la ciencia moderna, un real donde ya todo parece escrito, ya sea en el gen o en la neurona, como el único saber del destino del sujeto de nuestro tiempo. Lo real del psicoanálisis es también un real distinto a lo real que el arte intenta atrapar con su saber hacer, con el saber hacer de la letra especialmente. Esta pasada semana hemos tenido el gusto y la oportunidad de dejarnos enseñar al respecto por el arte de Perejaume con las letras de su “Màquina d’alè” que hemos presentado en La Pedrera.
Lo real del psicoanálisis, el del inconsciente real, comparte algunas letras, por decirlo así, con uno y otro, con lo real de la ciencia y con el del arte, entre uno y otro. Pero solo se deja atrapar en uno y en otro como un real en lo simbólico del lenguaje. Este es el descubrimiento del psicoanálisis freudiano del que Lacan hizo su invención: hay un real en el lenguaje, un real vehiculizado por el lenguaje que la ciencia encuentra en el número y que el arte aborda con la letra.
Cuando Lacan se encontró en los años setenta con Noam Chomsky en los Estados Unidos, tuvo el cuidado de responder de forma radical a la pretensión científica del lingüista que cree localizar ese real del lenguaje en el cerebro mismo. Es también la pretensión actual del cognitivismo apoyado en las neurociencias. Y Lacan respondió a esa pretensión, no menos delirante que la que ha fundado siempre a cualquier religión, con una apuesta por otro real que solo la poesía puede hacer presente en cierto uso de la lengua, de lalengua sostenida en los equívocos de la letra. El encuentro, el desencuentro más bien, de Lacan con Chomsky es entonces de una enorme actualidad para medir el desencuentro de la ciencia con el psicoanálisis en este siglo XXI y puede leerse ya muy bien en la estela que dejó en el Seminario XXIII sobre El sinthome.
“El lenguaje come lo real”, podemos leer en este Seminario. El lenguaje carcome lo real, añadiremos incluso, para hacer de él un síntoma. “El lenguaje está ligado a algo que hace agujero en lo real”, leemos también en su respuesta a Chomsky. El problema no es ya el agujero en lo simbólico, cómo agujerear el Otro de lo simbólico, porque lo simbólico es ese agujero mismo. El problema es hoy cómo responder a eso que en lo real hace agujero.
¿Cómo transmitir hoy el lugar decisivo de este real que en el lenguaje solo reaparece como aquello que no cesa de no escribirse y del que, como nos muestra la clínica, depende el destino de cada sujeto y, con él, el del psicoanálisis? El debate no ha hecho más que comenzar en esta perspectiva.
El instrumento que Lacan encontró para hacer valer lo real del psicoanálisis en el lenguaje de su tiempo es el instrumento de la letra en lo real del inconsciente.
4) Para hacerlo entender de una manera simple, para hacer escuchar algo de este real de la letra en el inconsciente como un asunto de escritura en la palabra dicha, daré un pequeño ejemplo, una divertida historia explicada por Slavoj Zizek a los indignados que se congregaban hace poco en Wall Street. Es una historia que ya se explicó aquí en una sesión del Cursus.
Un hombre de la antigua Alemania oriental es deportado a Siberia. Antes de marchar, sabiendo que sus mensajes serán leídos por la censura, les dice a sus amigos: “Establezcamos un código. Si recibís una carta mía escrita en tinta azul, todo lo que os cuente es verdad. Si está escrita en tinta roja, es falso”. Al cabo de un mes les llega una carta escrita en tinta azul: “Aquí todo es estupendo. Las casas son amplias y espaciosas; en las calles hay todo tipo de tiendas y espectáculos; en los cines podemos ver todas las películas de Hollywood; podemos conseguir y comprar todo lo que queremos; lo único que no podemos conseguir es tinta roja”.
En efecto, nos falta la tinta roja para decir la verdad, aunque sea en la forma de una mentira que le permita, a esa verdad, pasar la censura. Es una falta estructural, es el agujero mismo que el lenguaje introduce en lo real. Y no tenemos acceso a este real si no es por los equívocos y los semblantes de la verdad que el lenguaje nos permite articular en la letra azul de nuestro discurso.
Diré, pues, para concluir que lo real de la tinta roja del psicoanálisis es hoy lo que no cesa de no escribirse entre la ciencia y el arte, entre sus dos mundos simbólicos. Lo real de la tinta roja es y será siempre el mismo en ellos: lo llamamos inconsciente y nos falta cada vez que hablamos.
Aunque nos quede siempre un resto, una huella de lo real en el síntoma, es cierto que no disponemos de la tinta roja para escribir ese real que designamos a veces con el aforismo lacaniano “no hay relación sexual”. Lo que no debe impedir, sin embargo, que intentemos escribirlo, una y otra vez, con la letra azul de nuestro discurso.
*Intervención en el Seminario de la ELP preparatorio al VIII Congreso de la AMP, "El orden simbólico en el seiglo XXI. No es más lo que era".
Jo vaig intentar explicar-ho amb un article en el que ací a València hi havia cinc ninotets als seients dels autobusos per a persones handicapades, començant per l'esquerra o la dreta s'hi veien en segon lloc en ambdós casos, un una lletra -i o semblava i era ja un simbòlic desgastat hui, xiquet portats en braços jo vaig fer la correspondència amb la segona de l'altre sentit que representava una persona amb una cama trencada, hi havia coses o persones que ni eren ni no eren, ni existeixen ni no existeixen, però jo trobava o vaig trobar un lloc en eixe real on vaig posar allò simbòlic, però se'm va desgastar, i cada dia he de trobar eixe lloc que alguns el situen en el cas de Sòcrates com axioma de la Història, o en el cas d'allò real amb la relació amb el Nom del Pare, sexe i mort o sexe o mort.
ResponEliminaDarrerament he escrit un conte o una xicoteta conversa al meu bloc en la que com a colofó dic:
El concepte de concepte és el temps de deconstrucció de la cosa (Heidegger), alhora i tautològicament la crea i la destrueix.
Bé entendre he entés el seu article, posar-li paraules sota la meua experiència, això ja és... més difíocil.
Una forta abraçada d'un ¿Home? que l'aprecia en la seua justa mesura.
Gràcies per la seva lectura i comentari, Vicent!
ResponEliminaEn una segona lectura veig el següent:
ResponEliminaSi prenem una positura de gaudi, en el exemple següent, parlar valencià-català per reafermar la transgressió i així conformar la part masculina artificial, en el dir-ho, en el representar-ho el fet comença a tenir el valor de la teoria de Michel Foucault, el poder, el gaudi. És en la seua naturalitat, és a dir, desig, que pren valor, diguem-ne en la inconsciència, una altra cosa seria escriure la contrasenya amb sang.
Salutacions des de València
Vicent
Quizás sea el autista el que permanece más cerca de esa verdad no inscribible en el lenguaje, el que nos muestra ese lugar que está en otra parte antes de ser pronunciado, ajeno o libre de significantes y significados. Como una imagen que nos muestra una esencia de lo que todos somos y que nunca conoceremos. Una imagen fuera de contexto que no busca definirse. Una puerta a ese real y una prueba de su existencia. Un hombre cuya única tinta es su sangre roja y no puede ser escritura. Hay una colisión entre dos lugares, aquel en el que siempre estamos sin saberlo y este otro lugar donde vivimos. Una verdad acompañada de su mentira por su imposibilidad de comprensión.
ResponEliminaChapeau por su comentario, Eduardo!! Tal vez por el mismo argumento que indica, podemos afirmar que la pulsión es siempre un poco "autista".
ResponEliminaY gracias por su lectura.
Sí, creo que estamos abocados a ella, Siempre esta ese lugar de donde somos arrancados recordándonos su perdida y nuestra división. Detrás de cada palabra hay ya otro sentir y otro pensamiento que nos desubica de su origen. Y es que no estamos hechos de tinta aunque la usemos para querer entendernos.
ResponEliminaUn gran saludo.
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