En un ejemplar del libro de Oscar Masotta titulado Conciencia y Estructura -se trata de una recolección de artículos sobre arte, literatura y psicoanálisis, publicada por la Editorial Jorge Alvarez en 1968 -, en la página 13 de la “Advertencia” con la que su autor quería avisar a su lector, encuentro subrayada por mí en Enero de 1978 la siguiente frase: “La historia (pienso la palabra con mayúsculas) no está en los libros, sino en nosotros, que la vivimos y la hacemos sólo a condición de soportarla”.
Es, sin duda, una definición bastante psicoanalítica de la historia, la que cada uno construye y reconstruye, cada vez desde un lugar y momento distintos, para soportarla como puede. La Historia, en mayúsculas, no existe. La historia no es lo que ocurrió sino el propio hecho de explicar lo que ocurrió, no es un conjunto de enunciados más o menos exactos sobre una realidad tomada como supuesto referente sino el acto mismo de enunciación que intenta atrapar y decir una verdad del sujeto que habla. El propio Oscar Masotta solía indicarlo cuando hablaba de los acontecimientos que habían marcado la suya: con la historia, hay que prestar atención, uno se ve siempre evolucionando y eso nos oculta la estructura de la cual se trata, de lo real que no se deja atrapar ni por la exactitud ni por el sentido. ¿Cómo atrapar hoy, entonces, el momento Oscar Masotta en la historia, ese momento que algunos han definido como el momento cero de la introducción del psicoanálisis lacaniano en lengua castellana?
Este modo de introducir mi intervención viene a cuento, en realidad, por un asunto más bien personal. Y es que no podría tratar de hablar de la obra y la figura de Oscar Masotta sin referirla, una vez más, al momento que significó para mí el encuentro con el texto de Jacques Lacan y con el psicoanálisis, allá por el año 1976, cuando en la Barcelona del desencanto postfranquista – para retomar el título de una película de aquella época – asistí por primera vez a sus conocidos grupos de estudio sobre Lacan. Con dieciocho años recién cumplidos y ya desencantado del saber universitario, encontré en esa voz de claro acento porteño, aquella noche de Octubre en el taller del pintor Josep Guinovart donde se desarrollaron por un tiempo esos grupos, un lugar de enunciación que me llevó de cabeza a leer a Lacan, con la certeza de que allí había algo digno de ser investigado durante toda una vida. Le debo a Oscar Masotta haber contribuido a encontrarme no sólo con esa certeza sino también con los medios para darle una forma, un contexto, hasta un estilo.
(Añadiré entre paréntesis, si me permiten seguir por un momento con el tono personal, que en el contexto de esa misma época otros contribuyeron a poner a mi alcance algunos buenos medios, tanto epistemológicos como de disciplina de lectura, para hacer algo con esa certeza. Las sabias contingencias han querido que uno de esos otros, mi estimado Jorge Belinsky, esté hoy aquí, a mi lado, para compartir con él esta mesa redonda dedicada a Oscar Masotta. Circunstancia que aprecio de veras).
Momento cero, pues, del psicoanálisis de orientación lacaniana en lengua castellana, momento que tuvo que cruzar el Atlántico desde Argentina para poder encontrarnos aquí con lo que sucedía más allá de los Pirineos, en el país vecino. Hay cierta paradoja en este cruce de discursos, de lenguas y fronteras, con la serie de encuentros y desencuentros que implica, cierta paradoja que tiene ya un rasgo decididamente masottiano, si me permiten decirlo así. Nada estaba, en realidad, donde se lo esperaba, nada estaba en su lugar sino en otro lado, como en los happenings que realizaba Oscar Masotta en los años sesenta, en el prolífico ambiente de vanguardia generado alrededor del Instituto Di Tella de Buenos Aires. Podía ser un “Happening de la participación total”, o también el “happening para un jabalí difunto”, hasta llegar al más que interesante “Antihappening” cuyo objetivo quedaba enunciado así: “Nos proponemos entregar a la prensa el informe escrito y fotográfico de un happening que no ha ocurrido”[1]. Se trataba con este happening inexistente de desencadenar una serie de informaciones que transformaran el acontecimiento mismo, “el lugar del momento de la creación de la obra, situándolo dentro de los medios de comunicación”, dejando así “librada su constitución a su transmisión”. Y todo ello para mostrar que el significante prima en sus avatares sobre los efectos de significado que produce, y que el goce y el sentido de ese acontecimiento está siempre desplazado a otro lugar que el que suponemos en sus enunciados. Otro de esos happenings, denominado El Helicóptero, hizo de ese hecho de discurso, de sus cruces y malentendidos, un hecho de estructura. Pues bien, ese rasgo masottiano del desencuentro me parece hoy crucial para situar su lugar de enunciación, al menos en el psicoanálisis de orientación lacaniana en castellano, pero intuyo que está también presente en sus idas y venidas entre el arte y la literatura. El desencuentro es una de las figuras mayores en las que el psicoanálisis sitúa lo que se revela finalmente como un verdadero encuentro con lo real, a condición de que el sujeto de ese (des)encuentro sepa analizar los efectos en su propia experiencia.
Es que también intuyo, por lo que leí muy pronto en varios textos de Oscar Masotta, que también para él el encuentro con el texto de Jacques Lacan y con el psicoanálisis fue una suerte de momento cero en su historia, un momento de viraje crucial después de una crisis subjetiva en la que bordeó los límites del sinsentido. La lectura de su texto de 1965, “Roberto Arlt, yo mismo”, dice lo suficiente para medir el peso subjetivo de esa crisis y de ese encuentro.
Pero ¿hay algún otro modo en realidad de atrapar algo de lo real del que somos la pasión – “pasión” en el sentido del pathos griego -, la pasión en la historia singular que reconstruimos y soportamos? ¿Hay algún otro modo que no pase por ese límite del sinsentido? Creo que una lectura atenta de los textos de Oscar Masotta, ya desde los que trataban sobre filosofía, literatura y arte, como los últimos dedicados al psicoanálisis, nos enseña que la experiencia más verdadera del sujeto, la experiencia de lo más real y singular en su búsqueda de saber, está marcada por un profundo sinsentido, por el encuentro en tal o cual de las contingencias de su vida con un real irreductible al sentido y que marca al sujeto en una experiencia que, después de Lacan, podemos definir como una experiencia de goce, de goce-sentido si quieren para traducir la joui-sens francesa, y que es sólo desde ahí que podrá escucharse la verdad más íntima del sujeto.
Cada vez que vuelvo a leer un texto de Masotta, encuentro la huella de ese encuentro, a veces sin poder distinguir ya lo que corresponde al lugar de enunciación de ese texto y lo que corresponde al lector que topó con él en su momento.
La vida, nos enseña el psicoanálisis, está hecha de encuentros de este orden, a veces algunos son tanto más decisivos para cada uno cuanto más sinsentido nos parecen.
Algo así supongo que leí en su momento en la “Introducción” que Oscar Masotta escribió para lo que, a su vez, se publicó como su “Introducción a la lectura de Jacques Lacan” (Ed. Corregidor, Buenos Aires 1974, p. 9) y que quiero citarles para concluir:
“Con una chica, un perro y un neurótico (saludemos, al pasar, las transiciones - ¿entre qué y qué? – de Winnicott), imposible ganar un campeonato de béisbol. Con un breve seminario de seis clases sobre un seminario de Lacan sobre un cuento de Poe, una conferencia pronunciada en un instituto de música, y una nota periodística, no se puede pretender que el resultado sea un libro”. Ante una introducción así, uno se decía: este tipo dirá algo interesante en algún momento. Era la espectativa que sabía generar el estilo de Oscar Masotta, y la espectativa no quedaba nunca defraudada: entre el desencuentro de la crisis y el encuentro inesperado, uno terminó encontrándose, en efecto, con la causa analítica del texto de Lacan.
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*Intervención en la mesa redonda "Psicoanálisis, arte y literatura", organizada el 30 de Marzo de 2010 por Casa Amèrica Catalunya, con la colaboración de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. La mesa redonda versó sobre la figura y el pensamiento de Oscar Masotta. Ejerció de moderador Edgardo Dobry (Universitat de Barcelona) y contó con las intervenciones de Jorge Belinsky (Universidad Complutense de Madrid) y de Miquel Bassols (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis).
Puede encontrarse una reseña del acontecimiento realizada por Juan Ramón Lairisa el 7/04/2010 en el Blog de la ELP.
[1] Ver Ana Longoni, “Oscar Masotta: vanguardia y revolución en los sesenta”, en Oscar Masotta, Revolución en el arte, Pop-art, happenings y arte en los medios en la década de los esenta. Edhasa, Barcelona 2004, pp. 70-71.
Efectivamente he comprendido el porqué la historia no es lo que ha sucedido sino la explicación escrita u oral de lo que ha sucedido, gracias Miquel Bassols.
ResponEliminaYa que no puede ser con dinero yo había de pagarle en cierta forma sus sabios artículos, así en último término el ser humano es paranoico y el no adelantar acontecimientos siguiendo el tercer camino, el del medio, de la confianza es lo mejor, la Historia no es lo que se vive o se piensa sino lo que se escribe y habla, el arte dice mucho de quien lo hace, y no es artista o literato un cuentacuentos dicharachero sino un verdadero hombre como lo fue Masotta, un hombre responsable. Un saludo y hasta el próximo artículo.
ResponEliminaQuizá y disculpe si me entrometo, no deba escarbar más en la historia, hay un decir que en el no decir ya existe y se dice, el precio por desoir las órdenes de ese superego o conciencia es la locura o quizá algo peor, usted sabe los límites del psicoanálisis y aquí le transcribiré un texto de Eliot que dice mucho de lo que usted ya sabe:
ResponElimina“Aquí estoy, pues, en medio del camino
Después de haber pasado veinte años
Intentando aprender a utilizar las palabras;
Y en cada intento un comienzo totalmente nuevo
Y un fracaso de orden completamente distinto
Porque sólo se aprende a dominar las palabras
Para decir lo que uno ya no quiere decir
O para decirlo como a uno no le gusta
ya decirlo. Así cada empresa es comenzar
de nuevo; una incursión en lo inarticulado
con mísero equipo que sin cesar
se deteriora en el desarreglo general
del sentimiento impreciso: indisciplinadas
patrullas de la emoción. Y aquello que se trata
de conquistar por la fuerza y el sometimiento
ya lo han descubierto en una o dos, o en varias ocasiones,
hombres que uno no puede aspirar a emular;
pero no hay competencia, sólo existe
la lucha por recuperar lo que se ha perdido
y encontrado y vuelto a perder mil veces; y ahora
de nuevo en circunstancias que parecen adversas.
Pero tal vez no haya ni pérdida ni ganancia.
Para nosotros no hay sino el intento.
Lo restante no es de nuestra incumbencia.”
A veces los límites del número i es el número mismo.
Masotta quizá cayó en la soberbia o en la paranoia y no deba ser imitado, yo creo que todo o casi todo para ser exactos se ha dicho ya en la historia, el orden es lo que importa.
Que interesante
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