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21 de setembre 2005

O el Tiempo del Psicoanálisis o el Dios de Bush



Cada tanto recibimos la noticia, repetida, de la muerte de Sigmund Freud. Suele venir acompañada de las críticas más severas dirigidas contra el psicoanálisis. Estas críticas no han variado mucho en su contenido desde su origen y ya Freud tuvo que vérselas con ellas, con el rechazo más brutal de su descubrimiento, de sus textos y de su práctica. Las mismas críticas vuelven una y otra vez, con más o menos crudeza, y Freud parece sobrevivir a cada una. Es cierto, hay algo incombustible en la verdad del descubrimiento freudiano del inconsciente: nadie se molestaría en amenazar de muerte, una y otra vez, a un moribundo. La última que leemos es en el diario “El Mundo”, firmada por Ivan Tubau (IT), quien ha coqueteado de modos diversos con el diván analítico. Empieza con “Bush ayuda a Dios en América” para informarnos después de que “Freud agoniza en París”. La frase, aparentemente nueva, reedita la de López Ibor en su libro titulado “La agonía del psicoanálisis”, aparecido en pleno franquismo (1951).

Se supone, según IT, que esta agonía empezó con la distribución masiva del Prozac y la fluoxetina, los antidepresivos promocionados con grandes inversiones por las multinacionales de los laboratorios farmacéuticos. Omite señalar, sin embargo, el amplio debate generado, a ambos lados del Atlántico, por los efectos demostrados en casos de suicidio inducido por estos medicamentos. Estos efectos, que no deberían escapar a ningún clínico, se deben al simple hecho de los efectos desinhibidores – rápidos, sí muy rápidos - que tienen sobre el sistema nervioso. Respecto a este tema, el director del Institut Català de Farmacologia señalaba no hace mucho, y no sin cierto humor involuntario, que “se toman antidepresivos con demasiada alegría”. Y sí, la promesa de la felicidad inmediata, tan estimada por los que ayudan a Dios, suele tener, a la corta o a la larga, efectos de retorno desastrosos. Tanto en política como en salud mental.

IT supone después que la agonía del psicoanálisis continuaría con el tristemente famoso informe del llamado Inserm promovido por los defensores de la evaluación estadísitica y de la “Evidence Based Medecine” en Francia. Pero omite señalar que el propio ministro de la Salud francés anunció su puesta en suspenso inmediata con la frase: “el sufrimiento psíquico no es evaluable ni mesurable”. El debate generado por este episodio atraviesa hoy la vida política e intelectual francesa, y es un debate en el que el psicoanálisis orientado por Jacques Lacan ha tomado la palabra a favor de la libertad de elección del practicante “psi” por parte de los ciudadanos. Es un “no” decidido a los monopolios sobre el sufrimiento psíquico de las personas. El psicoanalista Jacques-Alain Miller, citado por IT en el artículo, es en efecto el impulsor y agitador intelectual de esa respuesta antiautoritaria.

IT sigue suponiendo que el psicoanálisis ha sido abandonado ya “en los países avanzados” y que sólo sobreviviría “malamente” en París, en Buenos Aires… y en Barcelona. Por fin se dice, aunque sea “malamente”: Barcelona, es cierto, es hoy una ciudad con un intenso movimiento psicoanalítico. Pero también Madrid, y Valencia, y muchas otras ciudades de España, y también muchas ciudades de Italia, y de Brasil, y de.... En Estados Unidos, donde como dice IT ayudan a Dios y donde el sistema de sanidad deja a los ciudadanos sin cobertura social y a merced del libre mercado de la eficacia de las compañías aseguradoras, el psicoanálisis, es verdad, se transformó ya hace años en una burda psicología de la adaptación social, la llamada Psicología del Yo. De ahí derivaron, vemos ahora, buena parte de los impulsores de las prácticas de sugestión o de “autocoerción mental inducida” que conocemos bajo el nombre de “terapias comportamentales y cognitivas” y que se quieren importar desde hace años por todos los medios a Europa. Son fáciles de usar, no requieren largas formaciones y sobre todo venden rapidez. El precio subjetivo de esta eficacia puede medirse y evaluarse con la famosa frase del conductista Skinner: “We can’t afford freedom”, “no podemos permitirnos la libertad”.

Cada uno de estos puntos están hoy juego en un debate que es largo, que viene de lejos, y que seguirá sin duda. Es un debate en el que se trata de una elección ética para cada sujeto sobre su estilo de vida, sobre cómo arreglárselas con el malestar de los síntomas y del sufrimiento psíquico.



El punto final del artículo de IT dice, sin embargo, algo de la verdad escondida en todos esos reproches dirigidos a Freud y al psicoanálisis. Es sin duda una provocación calculada, con lo que él llama “una deliciosa boutade”, una frase atribuida, no sabemos si de manera exacta, al académico Francisco Rico refiriéndose al siglo XX: “Tuvo a Hitler, tuvo a Stalin… Y tuvo a Freud, que hizo más daño que los otros dos juntos”. Es una frase algo más que insultante, después de la cual no cabe poner un punto final como si no hiciera falta explicar más. Su enormidad no es en nada ajena a los párrafos que la anteceden. El lector puede intentar descifrar el horror que supone esa frase, dicha así, tan a la ligera. Puede intentar acercarse a la herida sangrante que esa frase toca. Es una herida que quien la dice y quien la escribe no puede ignorar que toca. Quien la dice no puede ignorar que Sigmund Freud era judío, que al final de su vida tuvo que huir del nazismo desde su Viena natal y que tuvo que exiliarse en Londres para terminar ahí sus días. No puede ignorar que las cuatro hermanas de ese mismo Sigmund Freud, -- Rosa, Dolfi, Paula y Mari -- murieron en Auschwitz. Tampoco puede ignorar que el psicoanálisis fue una práctica reprimida y condenada en la Unión Soviética, que se quedó con el Ivan Pavlov del estímulo – respuesta en los centros de represión.

No puede no saberlo. Pero a la vez, quien ha escrito esa infamia necesariamente tiene que ignorarlo, tiene que ignorarlo aún sabiéndolo, necesariamente ha olvidado que ese horror existió, ha olvidado aquello que le haría presente lo más inhumano, lo más imposible de soportar, lo más imposible de decir. ¿Evocaremos aquí a Valente, o a Celan para recuperar algo de esa verdad intratable? No he podido verificar si la frase es una cita textual de Francisco Rico, el académico español editor de El Quijote. Sería una terrible paradoja, que sólo podría producirnos vergüenza ajena, si además tenemos en cuenta que Freud mismo manifestaba con agrado haber aprendido castellano de muy joven para leer… el Quijote.



En efecto, hay que tomar en serio esta frase, es un toque de alerta, un signo para quien quiera combatir la intolerancia y la segregación que brota como si fuera por generación espontánea, esa segregación con la que ya convivimos, la que está también en cada esquina, en cada centro y periferia de nuestras ciudades. El tristemente famoso episodio de la Unidad de Toxicomanías del Hospital de Vall d’Hebron en Barcelona es un ejemplo, para citar el más reciente y dado a conocer por los medios de comunicación.

Para alguien que ha llegado a la convicción de que la verdad habla más allá de las intenciones de la persona, de que habla incluso en la más cruel inexactitud, esa frase encierra un eco verdadero que no se puede rechazar. Tiene el único acierto de separar precisamente la verdad de la exactitud, y lo hace de modo brutal. Se sabe inexacta pero toca así esta verdad subjetiva: Freud abrió una herida muy dolorosa, es cierto, una herida que latía escondida en lo más íntimo del sufrimiento del sujeto, una abertura que roza lo inhumano, el sufrimiento más indecible que cada uno puede experimentar, una abertura que el propio Lacan no dudaba en decir que no volvía a abrir sino con el mayor de los cuidados y de la que no tenemos ninguna razón para pensar que queramos saber nada. Y llamó “Inconsciente” a esa abertura precisamente para indicar que no queremos saber nada de ella. Pero descubrió también que el precio de obliterarla es el sufrimiento del síntoma y del malestar en el vínculo social, y que rechazarla es la mejor manera de asegurarse el retorno de los “dioses oscuros”, los mismos que la frase invoca.

Los psicoanalistas, pero no sólo ellos, son hoy los que deben tratar esa abertura con la palabra, único medio para no cerrarla totalmente, porque ella misma sólo se hace presente por la palabra.

Y sí, hay hoy mucho más psicoanálisis y muchos más psicoanalistas en Barcelona que en aquel 1976 que evoca IT y que es, en efecto, una fecha muy significativa para nuestro país. También lo es para la historia del psicoanálisis en España de orientación lacaniana. Desde entonces se investiga, se abren centros de atención pública, se hacen innumerables jornadas de trabajo, cursos de formación, publicaciones, exposiciones y discusiones de casos, reuniones clínicas a cielo abierto... Los que se orientan con el psicoanálisis pululan cada vez por más lados y bajo formas a veces insospechadas. Y es que el psicoanálisis se expande un poco como la peste – la metáfora fue del mismo Freud, que sabía algo de la epidemia del deseo – sobrevive de forma irreductible al aburrimiento académico y a las leyes del mercado del saber en las que la investigación se mide demasiado a menudo por la rentabilidad y la eficacia inmediatas.



Muchas personas, cada vez más, prefieren hoy ser tratadas como un sujeto y no como una máquina destinada a la eficacia inmediata. (Pero este término, “sujeto”, este término que ha significado para el psicoanálisis de Jacques Lacan una apuesta ética tan radical ¿querrá decir algo para el que ya ha reducido el malestar del síntoma a un asunto de genes y neuronas?) Los psicoanalistas debemos saber explicar qué es este sujeto lo más claramente posible, porque es lo que nos encontramos en nuestra práctica diaria, la del caso por caso, donde se demuestra la verdadera eficacia, tanto en las consultas privadas como en los servicios públicos. Y allí, muchas personas, cada vez más, prefieren y piden ser tratadas como un sujeto y no como un órgano-objeto, como un sujeto de la palabra y no como una máquina cibernética, como un sujeto del deseo y no como el perro de Pavlov sugestionable y manipulable a golpe de campana.




(Nota: artículo enviado a la redacción de “El Mundo – Catalunya”, donde salió publicado el artículo al que responde el pasado 20/09/2005.)

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