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11 de novembre 2022

Nuestro discurso del amo

Diógenes en su tinaja rodeado de perros. De ahí viene el nombre de los cínicos, del griego

A veces los analistas lacanianos solemos referirnos al discurso del amo como uno de los males de nuestra época, un mal del que habría que curarse, o al menos resguardarse. Y seguramente hay buenas razones para ello, especialmente si tenemos en cuenta la alianza actual del discurso del amo con el discurso de la ciencia y del más feroz neocapitalismo. Sin embargo, si seguimos la enseñanza de Lacan [1], hay que concluir que el inconsciente mismo es el discurso del amo, que el inconsciente tiene su misma estructura, su misma ordenación desplegada en un discurso, la del inconsciente como discurso del Otro. Querer curarse del discurso del amo sería entonces querer curarse también del inconsciente, librarse de él de manera definitiva. Y seguramente hay también buenas razones para quererlo. No sería ésta la primera, ni la última, de las paradojas del psicoanálisis. 

Lacan abordó esta paradoja enunciando, a finales de los años sesenta y poco después de fundar su Escuela, que el discurso del amo es, o está en, el reverso del discurso del analista. Y todo el problema es cómo los analistas entendemos hoy este “reverso”, cómo operamos con él, tanto en la experiencia analítica, con cada analizante, como también en la propia experiencia de la Escuela, donde tratamos con este colectivo llamado por Jacques-Alain Miller la “Escuela-sujeto”. ¿Cómo servirnos del discurso del amo, reverso del discurso del analista, sin terminar sirviéndolo a él? Cada acto de Escuela está marcado por esta elección. 

Quiero detenerme con ustedes en la importancia de esta paradoja para situar lo que he llamado “nuestro discurso del amo”.

Decir “nuestro discurso del amo” supone una comunidad de experiencia nada obvia. ¿Podemos compartir, todos nosotros, de la misma forma un mismo discurso del amo? Nada es menos cierto. En realidad, la experiencia nos muestra todo lo contrario. El inconsciente, como discurso del amo, no se deja colectivizar por ningún “nosotros”. Considerado desde la experiencia analítica, —uno por uno, como solemos decir— hablar de “nuestro discurso del amo” sería tan contradictorio como hablar de un inconsciente colectivo, famosa idea jungiana que Freud contradijo punto por punto y que Lacan refutó: no hay colectivización posible del inconsciente. 

Y, sin embargo, conviene recordar en este punto el título que Jacques-Alain Miller dio a uno de los capítulos del seminario XI de Jacques Lacan de 1964: “El inconsciente freudiano y el nuestro”. ¿Sería un abuso de lenguaje hablar de “nuestro inconsciente”? No, si entendemos que el sujeto del inconsciente es, como indicará Lacan, transindividual. Lo es en el propio dispositivo analítico, y lo es también en la experiencia que hacemos de la Escuela-sujeto donde esta dimensión transindividual se pone en acto en sus dos dispositivos fundamentales: el cartel y el pase. 

Sigamos entonces el hilo de esta paradoja. Nuestro concepto de inconsciente depende de la experiencia singular que cada uno hace de él. Es decir, depende de lo que llamamos transferencia. Hay tal vez un solo caso en el que uno deja de estar en su mundo y puede encontrarse con el mundo del Otro, aun sin saberlo necesariamente. Es lo que llamamos transferencia. La transferencia, como el amor, es vivir en otro mundo, es vivir en el mundo del Otro. La experiencia de la transferencia, principio y motor del psicoanálisis, consiste en aceptar entrar en el mundo del Otro al que se le supone un saber, un lugar en el que se supone, también, un sujeto colectivo de este saber. Es por ello que podemos decir que la transferencia es finalmente nuestro discurso del amo, y no solo el de cada uno. 

Hay un problema de principio, que Lacan consideró precisamente en el momento de realizar su “Proposición del 9 de octubre…” y que enunció de varios modos: no hay una intersubjetividad de la transferencia, la transferencia no es un fenómeno entre dos sujetos, como sí lo había considerado al inicio de su enseñanza creyendo posible una comunidad de experiencia fundada en esta intersubjetividad. No hay intersubjetividad posible de la transferencia o, dicho con otra fórmula lacaniana, no hay transferencia de la transferencia. Cosa que complica bastante el mundo de los supuestos psicoanalistas cuando creen entonces que pueden seguir hablando del mundo del Otro desde su propio mundo, el de una transferencia que sería entonces el Otro del Otro, el mundo de todos los mundos. Es, digámoslo así, la pendiente de la impostura del sujeto supuesto saber, esa especie de enfermedad iatrogénica de los propios analistas. La no intersubjetividad de la transferencia es una de las formas de nuestra enfermedad —la de la Escuela-sujeto— pero es, a la vez, la posibilidad de su tratamiento si podemos hacer con ella, y de ella, una verdadera crítica recíproca, sin dejar a cada uno tranquilo en su rincón, en su mundo. ¿Puede fundar esta perspectiva una reciprocidad de la transferencia? 

Los impasses más difíciles en la comunidad analítica suelen llegar precisamente  cuando alguien cree que está ya fuera de transferencia, que ha atravesado ese mundo que llamamos transferencia para poder vivir y hablar ya desde fuera de él. Y a veces la comunidad analítica parece algo así: cada uno acepta entonces que el otro esté en su rincón sin ser demasiado molestado, cada uno en su mundo… y Dios en el de todos. 

El buen uso de la transferencia, de nuestro discurso del amo, es entonces la clave de la transmisión del psicoanálisis y de la experiencia de la Escuela-sujeto. Lo que se transmite no vale, entonces, tanto por lo que se dice, por los enunciados, sino por el lugar de enunciación en relación con la transferencia. Me ha parecido encontrar una clave de este uso en un texto de Jacques-Alain Miller en el que sostiene, precisamente, que «no hay atravesamiento de la transferencia» [2], frase que está en el reverso de esta otra, «cada uno está en su mundo». Si no hay atravesamiento de la transferencia, si no hay intersubjetividad posible, ¿es el llamado individualismo democrático la única forma posible de experiencia colectiva? 

Dicho de otra manera: fuera de la experiencia analítica ¿es necesaria una reciprocidad de la transferencia? ¿es necesaria la Escuela misma? Nada lo indica. Porque la reciprocidad de la transferencia es, de entrada, contingente, fruto de un encuentro. Y sólo por cierto deseo, como en el amor, puede transformarse en necesaria en un segundo momento. Es, entonces, entre la contingencia y la necesidad de  nuestro discurso del amo donde se juega el destino del psicoanálisis mismo.

Diré, pues, para concluir: si el psicoanalista de nuestros días no puede elaborar, de una manera lógica y consecuente, las paradojas actuales del discurso del amo, que son también las paradojas de la transferencia tal como las he expuesto, entonces lo que le espera es pura y simplemente su disolución en el discurso común de las psicoterapias, donde cada uno está, en efecto, en su mundo, y sirviendo a un amo al que tal vez ya no sabrá reconocer como tal.



[1] Por ejemplo, en su Seminario 17 de 1969-70, El reverso del psicoanàlisis. Paidós, Buenos Aires 1992.

[2] Miller, J.-A, “Una observación acerca del atravesamiento de la transferencia”, en  Cómo terminan los análisis. Paradojas del pase.  Navarin Éditeur – Grama, Buenos Aires 2022, p. 143-148.