Intervención en la presentación del libro de Patricio Alvarez, El autismo, entre lalengua y la letra. Editorial Grama, Buenos Aires 2020.
Diré en primer lugar lo que he encontrado en el libro de Patricio Alvarez después de una primera lectura —digo primera porque ya sé que es para leerlo varias veces— y de seguir sus precisas articulaciones: es una valiosísima actualización de la clínica del autismo a la luz de la última enseñanza de Lacan. Pero es una actualización no a la manera acumulativa, siguiendo una supuesta evolución de saber —desde un primer Lacan hasta un último Lacan— como si hubiera una superposición de etapas. No, es una actualización al modo, digamos, «transversal», mostrando que hay unas líneas de fuerza muy intensas en la enseñanza de Lacan que la atraviesan y que tienen un valor clínico muy importante. Y esta operación de lectura que nos da el libro de Patricio —es casi una operación clínica en sí misma— se hace siguiendo un trabajo minucioso sobre dos nociones fundamentales de Lacan, dos líneas de tensión que están en el título del libro como su cifra: lelangua y la letra. Son dos nociones que no tienen nada que ver con lo que habitualmente se entiende por ellas en el discurso común, y también en otros campos y prácticas.
1. Lalengua no es aquí un instrumento de comunicación (como lo entiende buena parte de la lingüística o también de las llamadas ciencias cognitivas). Lalengua —escrito todo junto, en un solo bloque— es un impacto, es una colisión, es un golpe que el lenguaje produce en el cuerpo, en el goce del cuerpo hablante. No sabemos de hecho qué es un cuerpo hablante, y esta pregunta se nos hace especialmente significativa leyendo este libro así como cuando tratamos al sujeto con autismo. Porque por un lado constatamos, percibimos que el sujeto con autismo es un cuerpo hablante, que no está fuera del lenguaje, pero que está habitado por la lengua de un modo singular, sin una «intención comunicativa» por decirlo así. Lalengua se revela entonces como un medio de goce del cuerpo antes de ser un medio de comunicación, como también saben muy bien los poetas.
2. La segunda línea de tensión es la letra. La letra no es una inscripción, no es la impresión, no es una representación gráfica de los sonidos de la lengua. La letra es para Lacan un recorte en el saber y en el cuerpo del goce, es lo que permite la constitución de un borde alrededor de los agujeros del cuerpo. La letra es «un soporte material» —es una definición temprana de Lacan—, un soporte en el cuerpo para organizar en él los recorridos pulsionales alrededor de sus diversos agujeros. Y la clínica del autismo nos muestra qué ocurre cuando la letra no puede recortar, bordear los agujeros del cuerpo para enlazar la pulsión con el campo del Otro.
Lo que nos muestra Patricio de un modo muy clarificador es la gran operatividad de estas dos nociones —lalengua y la letra— en la clínica y en el tratamiento del sujeto con autismo. Y lo muestra también con la exposición de cuatro breves secuencias clínicas, en cuatro casos concretos expuestos en el capítulo 7. Son tres casos atendidos por él y un cuarto por nuestro colega Carlos Rossi. Son tres niños y un adulto. El segundo, el caso llamado «El contador», es un hombre de 35 años que Patricio ha acompañado durante ocho años en un tratamiento que tiene como instrumento fundamental los números (p. 144-148). Es un caso muy interesante por varios motivos. Por la operación de anudamiento entre lalengua y la letra que se produce con un uso muy singular del número y en su modo de experimentar la transferencia con su analista, al que llama «el profesor de las cosas sin sentido». El contador llega a aislar en las intervenciones de Patricio «16 modos de intervenir», que no son 16 frases concretas sino 16 modos de responderle que él ha ido contabilizando. En efecto, el número es en cada lengua aquello que no tiene sentido pero que puede servir para contabilizar distintos modos de sinsentido, modos de anudar lalengua y la letra. El caso de «el contador» nos plantea también una cuestión que no se suele tratar y que es el destino del sujeto con autismo en la edad adulta, especialmente cuando faltan estos recursos como los que sí tiene «el Contador» de Patricio. Dejo solo planteada la cuestión.
Entender esta función de anudamiento del número entre lalengua y la letra, entre el cuerpo del goce y el lenguaje, requiere una lectura transversal, no acumulativa, de la enseñanza de Lacan. Entonces, el trabajo de Patricio no es solo una actualización epistémica pivotando sobre estos dos operadores —lalengua y la letra—, sino que es una actualización clínica que decide, finalmente y como él mismo lo recuerda, una posición ética frente al sujeto llamado autista. Es verdad, como decimos con frecuencia, que no hay clínica sin ética. Y en el caso del autismo la cuestión se ha convertido ya en una elección de civilización: qué hacer con el sujeto con autismo: ¿Integrarlo, no integrarlo? ¿Respetar su aislamiento, modificarlo para adaptarlo a su entorno, modificar el entorno para adecuarse a él? La operación de acompañarlo en la construcción de un objeto autístico —como muestra el uso de los números del contador de Patricio— es una operación que escapa a estas falsas alternativas.
Entonces, lalengua y la letra. En realidad, vemos que sin estos dos operadores no pueden explicarse los fenómenos más importantes de lo que llamamos autismo, y que tampoco puede abordarse un tratamiento que respete la singularidad del sujeto. Pero tampoco puede explicarse sin ellos, finalmente, lo que hay de autista en cada ser hablante, el goce de lalengua que toma como soporte el cuerpo de la letra.
Quiero «detenerme» en una expresión que Patricio toma de Lacan a propósito del autismo y que desarrolla en varios momentos de su libro en sus consecuencias clínicas. Es una expresión que no sólo describe fenómenos que encontramos siempre en el registro de los trastornos del habla en el autismo, sino que apunta a lo más estructural del ser hablante. Es «la detención del lenguaje». No se trata de una detención en el sentido evolutivo, psicológico, de la detención en una supuesta fase de desarrollo del lenguaje, como se piensa en psicología evolutiva. No hay, de hecho, evolución del lenguaje en sentido genético. El lenguaje funciona de manera sincrónica, como el inconsciente, más bien en bloques, sintácticos y semánticos. No se trata de la detención del desarrollo de la lengua. Tal como observó Lacan —y Patricio vuelve sobre ello en varios momentos— los sujetos con autismo pueden ser muy «verbosos». Se trata de una detención más bien en el sentido de parálisis, incluso de fijación, de congelamiento, de momentos de interrupción, de desconexión. Es también la detención de lo que llamamos «iteración» para distinguirlo de la repetición. En la repetición hay diferencia entre los dos acontecimientos que se repiten, una diferencia que es condición del surgimiento de algo nuevo. En la iteración, que encontramos con frecuencia en las estereotipias reiteradas de sujetos con autismo, no hay tiempo, no hay diferencia, no hay aparición de lo nuevo hasta que, de manera siempre contingente, puede enlazarse con el campo del Otro.
Este fenómeno de la detención del lenguaje nos plantea, cada vez, la pregunta sobre qué es hablar, qué quiere decir hablar, qué es este «enigma del cuerpo hablante», como plantea la última enseñanza de Lacan, enigma que es de hecho el propio enigma del psicoanálisis que trata solo con el cuerpo hablante. Nada en la naturaleza de un cuerpo indica que deba ser un cuerpo hablante. La ciencia de nuestros días se encuentra con muchas dificultades al querer definir un cuerpo como hablante, al querer localizar en tal o cual parte suya la función misma del habla. Es mucho más fácil distinguir y localizar, por ejemplo, la función orgánica de la digestión. Pero ¿de dónde le viene el habla? El habla, se suele imaginar de manera tan ambigua, es una función, una adquisición que se aprende. Toda la psicología, evolutiva o no, se funda en esta idea: el niño aprende a hablar, aunque para sostener esta idea haya que recurrir, como hizo Noam Chomsky, al supuesto de una «estructura profunda» que estaría inscrita de algún modo en el genoma del individuo. Así, un cuerpo hablante nos parecería algo bien natural. Pero un cuerpo hablante no tiene nada de natural, y la clínica del autismo nos lo muestra cada día.
Es conocido el fenómeno en algunos casos de sujetos para los que el habla parece que llegaría a des-aprenderse de un modo que ninguna determinación genética o biológica, ningún proceso evolutivo o regresivo puede explicar. Veamos, por ejemplo el interesante testimonio del escritor francés Pascal Quignard, en su precioso relato titulado «El nombre en la punta de la lengua», donde explica que en sus primeros años llegó a perder dos veces el habla. Son precisamente dos «detenciones del lenguaje». No se trata de «perder el habla» como quien se queda pasmado, o aturdido por un acontecimiento traumático, o de alguien que encuentra a faltar una palabra por un olvido más o menos episódico. Se trató para Pascal Quignard de perder absolutamente la función misma del habla, de quedar desconectado de ella, de quedar desconectado del lenguaje en bloque y por entero, durante un tiempo: «Perdí dos veces el lenguaje —escribe—. A los dieciocho meses me callé. Comía en la oscuridad sobre una mesa azul de cañizos de la que me acuerdo mejor que de mí mismo. Se plegaba. Era mi mesa de silencio. Es por esta razón que nunca he podido escribir sobre una mesa o un escritorio y que nunca tendré ninguno.»(1) A los dieciséis años el habla volvió a abandonarle, como si se tratara de una sombra que se desprendía de su cuerpo para dejarlo inerme en el mutismo. El conjunto del lenguaje en bloque funcionaba para él como un nombre imposible de atrapar: «No era un nombre en la punta de mi lengua sino en la punta [en el borde] de mi cuerpo». El testimonio de Pascal Quignard, alguien que por otra parte no desconoce los textos de Lacan, transmite una concepción del cuerpo hablante que no se adecua en modo alguno al de una función cognitiva u orgánica, fruto de un aprendizaje. El habla, sigue escribiendo, «no es un acto reflejo […] no somos animales que hablan del mismo modo que ven», podemos conocer su abandono. Lo que quiere decir que el conjunto del lenguaje funciona como una suerte de parásito en el cuerpo —incluso como un virus— y no como una memoria almacenada por paquetes de información en alguna parte suya, en el cerebro por ejemplo, como todavía creen y siguen buscando confirmar algunos en nombre de una falsa ciencia. También a propósito del autismo.
Es desde ahí que la experiencia del sujeto con autismo nos enseña algo fundamental sobre qué es un cuerpo hablante. Lo que hace que un cuerpo sea hablante no es una función biológica o una función cognitiva que se aprenda. Más bien, el habla se «aprehende» (con hache intercalada), se contagia, se transmite como una epidemia. Y es sabido que uno debe sumergirse en la lengua del país para que prenda en el cuerpo, para que las resonancias de esa lengua, propia de cada lugar, lo aprehendan a uno. Siguiendo esta vía nos damos cuenta muy pronto que el habla del cuerpo hablante no es del registro del aprendizaje, pero tampoco finalmente es del registro de la lingüística —de la «lingüistería» como terminó llamándola Lacan— que no puede dejar de estudiarla como un sistema de comunicación verbal. Y es por ello que Lacan tuvo que crear este neologismo para el habla del cuerpo hablante, el término «lalangue» que traducimos por «lalengua» (escrito todo junto). La introducción de este nuevo término va a la par de la introducción de otro término que vendrá a substituir el que había utilizado hasta entonces con el nombre de sujeto del inconsciente, el sujeto representado por el significante. Este otro término, lo conocemos y citamos con frecuencia, es el «parlêtre», término del que ninguna traducción agota sus múltiples resonancias y que incluye la letra, el ser hablante, el hablante-ser, pero también «por-letra», «por-el-ser». Todo se juega entonces entre lalengua del goce y la letra del cuerpo.
El sujeto con autismo es precisamente el que se mantiene en una posición «congelada», detenida, de modo re-iterado (son varios los términos que Patricio aísla en Lacan para definirla), una posición «entre lalengua y la letra». Hay el «entre» en el título del libro de Patricio, un «entre» que me parece fundamental para seguir esta elaboración de la clínica del autismo: es un lugar entre lalengua y la letra. El «entre» nos indica la importancia de este lugar tan singular del sujeto con autismo que, por su misma estructura, no es tanto un lugar como la falta de un lugar. En lugar del lugar, lo que encontramos es, por una parte, un cuerpo sin lugar y, por la otra, una lengua privada que no puede conectarse con el campo del Otro.
Recordemos el título de otro interesante libro de Dona Williams, una mujer que explica su experiencia autista en su conocido libro: «Nadie en ningún lugar. La historia extraordinaria de una autista desde su infancia hasta su juventud.» Nadie, en ningún lugar. Es una fórmula que se pone en serie con la fórmula que Eric Laurent ha utilizado y que Patricio trabaja en varios lugares para situar la posición del autismo en el mundo del lenguaje: «la forclusión de un agujero». La forclusión —es decir, la no inscripción— de un agujero es la imposibilidad misma del lugar. Allí donde no puede inscribirse un agujero en el cuerpo no hay posibilidad de hacerse un lugar en el mundo. Es, en efecto, «nadie en ningún lugar». La posibilidad de construir un objeto autístico es también la posibilidad de construir un lugar desde el que el sujeto pueda soportar ser un cuerpo hablante. Este objeto, con mucha frecuencia, se instala precisamente en el soporte de la letra. Y es por ello que Patricio puede rescatar esta función de soporte de la letra, a través de la observación de Eric Laurent, que permite «un abordaje no social del lenguaje», un puente posible entre la lengua privada del autista, de lalengua reducida muchas veces a sonidos, incluso a ruidos, con la lengua común del Otro del que está separado, detenido, congelado, en el borde entre el Uno del goce y el Otro del discurso.
El autismo nos plantea entonces de manera privilegiada la cuestión de este lugar del «entre». Situar el autismo en un espacio «entre lalengua y la letra», entre el goce de la lengua y el agujero que la letra recorta en el cuerpo, es ya una buena manera de dar un lugar al sujeto con autismo. Darle un lugar ahí donde no lo tiene en absoluto como cuerpo hablante. No es pues que en el autismo haya un lugar vacío, deshabitado. En este punto debemos contradecir el título del libro clásico de Bruno Bettelheim, «La fortaleza vacía. Autismo infantil y el nacimiento del Yo». No, en el autismo no se trata de un lugar vacío, se trata precisamente de la forclusión de todo lugar, se trata de que no hay un lugar para habitar o deshabitar, es la imposibilidad misma del lugar. Y no se trata tampoco del nacimiento del Yo, sino del nacimiento del Otro, como titularon Rosine y Robert Lefort su clásico libro sobre el tema, y que es una mejor referencia tomada por Patricio para el estudio del autismo. Se trata primero del nacimiento del Otro para hacer un lugar al sujeto. Y todo el tratamiento posible del sujeto con autismo desde la orientación lacaniana —también en lo que llamamos «práctica entre varios»— toma su apoyo en esta inversión: no es el nacimiento de un Yo sino el nacimiento del Otro desde el que inscribir un lugar al sujeto. Y este lugar sólo puede generarse «entre lalengua y la letra», como indica el título de Patricio.
Aquí, como suele suceder, nos resulta siempre muy valioso el testimonio del poeta. Citaré aquí a un artista llamado Perejaume, un artista con quien estoy trabajando actualmente en la traducción y edición en lengua catalana de un complejo texto de Lacan titulado «Lituraterre», un texto del que podemos aprender mucho también para la clínica y tratamiento del autismo. Perejaume escribe (traduzco del catalán): «Cuanto más se examina un lugar, más verdad se encuentra en él. Bajo una forma u otra de atención, la singularidad es inagotable, desbordante […] A veces me he preguntado si los lugares pueden habitar en personas»(2).
Pues bien, la investigación sobre el autismo que Patricio nos presenta y propone en su libro me parece de este mismo orden, casi poético: examinar ese extraño lugar que es un no lugar, el lugar del autismo en la singularidad de cada caso, examinar cómo el lugar puede llegar a habitar a un sujeto que de entrada no lo tiene, ni en el lenguaje ni en el discurso del Otro.