Pàgines

31 d’octubre 2016

Los Écrits de Jacques Lacan, cincuenta años...

























Entrevista para el Dossier de la Escola Brasileira de Psicoanálise-Minas Gerais, celebrando los cincuenta años de la publicación de los Écrits de Jacques Lacan.


1.     ¿Cuál fue la repercusión de los Écrits de J. Lacan en el momento de su aparición, en 1966?

Es sabido que la publicación de los Écrits de Jacques Lacan significó un rápido éxito de ventas en las librerías francesas en aquel momento de gran ebullición intelectual. El propio Lacan lo recordaba con cierta sorpresa irónica diciendo que tuvo más suerte que Freud, cuya Interpretación de los sueños vendió muy pocos ejemplares en el momento de su publicación a principios del siglo XX. Y añadía: “mis libros son incluso demasiado leídos”. ¿Por qué demasiado? No era falsa modestia en alguien que sostenía  a la vez que sus escritos estaban hechos para no ser leídos, al menos no como son leídos otros textos en el campo del saber académico y universitario. Los concebía de hecho como el producto irreciclable de su enseñanza oral, la de su Seminario, allí donde Lacan desarrolló semanalmente, pacientemente, su elaboración de la experiencia analítica durante treinta años. De modo que los “escritos” no eran los de alguien que se identifica como su autor sino los de alguien que se sabe efecto suyo, lector en primer lugar de aquello que los ha causado.
Es lo que distingue radicalmente a estos Écrits de la gran producción escrita de otros “maîtres à penser” de aquella época. A diferencia de ellos, aquello que para Lacan es el motivo de sus escritos es la causa analítica, la propia relación del sujeto con el inconsciente, no la exposición de un saber ya sabido al modo académico, un saber referencial, como dirá un poco después, un saber teórico aplicable a la práctica desde el exterior. Es por eso que no hay modo de adentrarse en el texto de Lacan sin la elaboración del saber que él llama textual y que es el saber del texto del propio inconsciente, articulado según la lógica del significante y de la letra.
Entonces, se entiende que Lacan mismo abra uno de esos escritos, “La instancia de la letra en el inconsciente…”, diciendo curiosamente que está “a medio camino entre lo escrito y el habla” y que por eso mismo ese texto no puede considerarse un escrito. Parece incomprensible, es como si inscribiera en la tapa de su Écrits: “Esto no es un escrito”. ¡Ya me dirá entonces cómo lo leemos! Pero dice también cómo leer el texto: “no debe dejar al lector otra salida que la de su entrada, que yo prefiero difícil”. Entonces se entiende perfectamente, a condición sin embargo de no haber querido comprender demasiado rápido. Este escrito de 1957, por ejemplo, no se entiende sin las claves de su Seminario sobre “Las psicosis” del año anterior. Jacques-Alain Miller nos dio muy pronto la lógica de este movimiento interno en la enseñanza de Lacan y el modo de descifrarla.
Así, esos “escritos” son más bien restos, desechos depurados de una enseñanza oral que requiere de un trabajo constante para orientarse en ellos. Y es por eso que encargó a Jacques-Alain Miller el índice razonado que figura al final del volumen, instrumento que sigue siendo necesario. Es un mapa hecho —y sabemos por él que fue hecho en la urgencia— por el “al menos uno en leerme”.
De modo que los escritos de Lacan, siguiendo su propia indicación, siguen siendo como las flores japonesas que deben ponerse a bañar en el agua de sus Seminarios para que se abran un poco, y siempre desde adentro, llamando desde su interior, como decía del propio lugar del saber del inconsciente.
Su apreciación era que bastaban diez años de trabajo para que esa abertura se produjera de modo conveniente para el lector más abrumado. Mi impresión es que Lacan se quedó corto. Yo vuelvo una y otra vez a los Écrits, cuarenta años después de haberme encontrado por primera vez con ellos, y sigo abriendo pétalos que me habían pasado desapercibidos. ¡Son una mina que nunca defrauda!


2.     Pasados 50 años de su publicación, ¿cuál es según usted la actualidad de los Écrits en el “debate de las luces”?

Decir que los Écrits de Lacan no dejan de estar nunca de actualidad es decir poco porque ellos mismos ponen en cuestión la actualidad a la que se refieren. De modo que es necesario poner esos escritos en acto, por decirlo así, es necesario ponerlos en práctica, hacer lo que dicen para alcanzar esa misma actualidad. Uno puede simplemente ahorrarse el trabajo de hacerlo y dejarlos pasar al depósito de la biblioteca para que sigan durmiendo, no fuera que nos conduzcan a la pesadilla de la historia, como decía Joyce, sin poder ya despertar de ella. Es lo que le ocurre por ejemplo a una parte de la intelectualidad, especialmente la española que dice estar ya de vuelta de Lacan. Pero es un estar de vuelta sin haber ido nunca, sin haber ido en realidad a la verdadera actualidad de la enseñanza de Lacan, la que sigue poniendo en acto los nudos del debate más contemporáneo.
Por cierto, siempre me gusta subrayar este rasgo distintivo de los escritos de Lacan: hacen lo que dicen, ponen en acto aquello que quieren transmitir. Cuando Lacan quiere explicar la metáfora del síntoma, nos propone una metáfora, cuando quiere explicar la sutil topología del inconsciente, que sólo nos abre la puerta de su saber si llamamos “desde adentro”, Lacan escribe un texto cuya puerta sólo se abre “llamando desde el interior”. La actualidad de sus escritos es entonces la que le sepa dar el lector al seguir las consecuencias de ese acto. Las tiene siempre, es la constatación que hago cada vez que pongo a resonar en ellos cualquier tema de lo que llamamos, precisamente, “la actualidad”.
Pero su pregunta se refiere sin duda al “debate de las luces” que la propia contratapa del libro de los Écrits evoca como el nudo en el que encuentran su razón de ser: el debate de la Ilustración, el debate que se abrió en el siglo XVII con el nacimiento de la ciencia moderna —“aunque pareciera quedar así fechado”, añade ese texto de contratapa evocando el momento de la subversión del sujeto que el psicoanálisis introduce en el “comercio cultural”.
Y es que estamos siempre en este debate, encore, siempre y una vez más, más allá de las fechas. Es también el debate en el que se encuentra hoy el psicoanálisis ante la ferocidad higienista y evaluadora del cientificismo actual. Lo estamos viendo, por ejemplo, en el campo de las políticas del autismo en Europa.
Los Écrits, en efecto, se anunciaban en 1966 como punta lanza en el debate de las luces contra el oscurantismo de “la falsa evidencia”, convocando a los psicoanalistas a intervenir en él de manera decidida desde el lugar que ocupan. Ese oscurantismo de la falsa evidencia, que no parecía tan manifiesto en aquel momento, se ha extendido hoy en nombre de una supuesta ciencia. Cada página de los Écrits resulta desde esta perspectiva de una actualidad pasmosa para responder a las coyunturas clínicas y políticas de hoy.
Algo así no envejece nunca: for ever young!


3.     J. Lacan dice que para leer sus Écrits es necesario “poner de su parte”. ¿Cuál fue su propia manera de tomar contacto, es decir de leer esta obra de Lacan?

Recuerdo muy bien mi primer encuentro con el texto de Lacan. Joven estudiante de primer curso de psicología, me topé con una cita suya en un libro crítico con la psicología académica que tildaba de “mito científico”. La cita es de su escrito de 1966, Posición del inconsciente, y la guardo subrayada en rojo: “La psicología es vehículo de ideales: la psique no representa en ella más que el padrinazgo que hace que se la califique de académica. El ideal es siervo de la sociedad.”
Para alguien desencantado de las promesas y de los ideales de ese momento, angustia mediante, fue como agua de Mayo, y no precisamente de Mayo del 68. Me lanzó de inmediato a buscar aquella cita en la edición española de los Escritos, la de la editorial Siglo XXI, volumen que todavía se anunciaba con el título, tan coyuntural para el comercio cultural del momento como inexacto con respecto al discurso que Lacan sostenía, de “Lectura estructuralista de Freud”. El chaparrón fue desmedido. La primera lectura del texto generó en mí un torrente de preguntas que no sabían encauzarse. Produjo a la vez la certeza de que ahí había algo realmente interesante, algo que pedía ser leído con cuidado y que merecía la pena descifrar. Pero ¿cómo? El alud de referencias, las explícitas y las implícitas que podía encontrar por mí mismo, me llevaba a un estado que he calificado en algún momento de traumático. Un trauma de entusiasmo, diría ahora.
Las contingencias ayudan: un amigo y colega me indicó que estaban por empezar en Barcelona unos grupos de estudio de lectura de Lacan impartidos por Oscar Masotta, sin duda el primer lector serio de Lacan en lengua española. Nos inscribimos de inmediato. Y el chaparrón se convirtió en tsunami. De ahí al diván había solo un paso, que fue para mí el paso necesario para empezar a medir las consecuencias de lo que iba descifrando del texto de Lacan.
Un tiempo después, estas mismas consecuencias me llevaron a la práctica del psicoanálisis. Para mí, la práctica del psicoanálisis ha sido desde el principio una consecuencia del encuentro con el texto de Lacan, nunca a la inversa. No recurrí al texto de Lacan para organizar una práctica ya adquirida. Seguramente es por eso que no entiendo que se recurra a veces a ese texto y a la enseñanza de Lacan como un modo de justificar o de aderezar una práctica “psi” para otros fines, generalmente para barnizarla sin conexión alguna con la propia experiencia analítica. Creo que en este punto, siguiendo la lógica de esa enseñanza, es mejor no ceder ni un palmo. El precio suele ser alto para el propio practicante y finalmente resulta fatal para el futuro del psicoanálisis.
Esta es la fuerza del texto de Lacan, con todas sus consecuencias en los registros clínico, epistémico y político que Jacques-Alain Miller ha sabido desentrañar. Hoy, para los miembros de las Escuelas de la AMP, aunque también para otros fuera de ella, el trabajo de transferencia con el texto de Lacan es inseparable del trabajo de enseñanza que sigue realizando Jacques-Alain Miller, quien lo ha sabido interrogar siempre de la mejor manera.