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10 de juliol 2016

Las psicosis, ordenadas bajo transferencia





















La solidez de un concepto clínico se mide por la efectividad de su uso, especialmente cuando da cuenta de un campo de fenómenos para el que no existía antes un mapa establecido*. Desde esta perspectiva podemos decir sin duda que el concepto de “psicosis ordinarias”, acuñado por Jacques-Alain Miller a finales de los años noventa, ha llegado a ser un concepto clínico ya establecido, un concepto de enorme efectividad dado su uso ampliamente extendido desde entonces en el Campo Freudiano… y más allá. Las psicosis ordinarias dan cuenta así de una serie de fenómenos que a veces pasan desapercibidos por su aparente normalidad pero que escuchados desde la enseñanza de Lacan indican las condiciones de estructura que hemos aprendido a localizar en el campo de las psicosis. Discretos acontecimientos de cuerpo, sutiles plomadas de sentido en el deslizamiento de la significación, velados fenómenos de alusión, suplencias minimalistas en las que el sujeto sostiene la frágil estabilidad de su realidad. Estos fenómenos estaban ahí, a la vista de todos, pero se confundían con el paisaje de la normalidad en su frecuencia. Tal como indicaba el propio Jacques-Alain Miller en la hoy conocida “Convención de Antibes”: “Hemos pasado de la sorpresa a la rareza, y de la rareza a la frecuencia”[1]. Es decir, hemos pasado de la sorpresa por el encuentro de lo excepcional y lo extraordinario a reparar en fenómenos que por su frecuencia se nos hacían ya familiares.
Pero allí donde opera el prejuicio de la normalidad, ese fantasma que adquiere en nuestros días categoría de verdad estadística, se trata siempre de encontrar la extrañeza del rasgo clínico en su detalle más singular. Así, las psicosis ordinarias se nos revelan ahora como una suerte de carta robada de nuestra clínica: estaban tan a la vista de todos que se escondían a la de cada uno. Bastaba un ligero desplazamiento del foco clínico para hacer aparecer en estos fenómenos la estructura de las psicosis en sus diversas formas de anudamiento, y de revelar con este cambio de perspectiva que lo más extraño habitaba en lo más familiar de la clínica. Las psicosis ordinarias son así también lo Unheimlich (lo siniestro, lo extrañamente familiar) de nuestra clínica. Y no es raro obtener este afecto vinculado a lo Unheimlich en el psicoanalista practicante cuando se señala la dimensión de lo extrañamente familiar de estos fenómenos.
Entonces, si el concepto de psicosis ordinarias ha venido a delimitar  el mapa de lo que era hasta entonces una terra incognita de nuestra clínica, es también porque muestra que la orografía de su terreno está presente en cada uno de los continentes previamente definidos por la cartografía clásica, la cartografía repartida según las categorías de psicosis, neurosis y perversión. Dicho de otra manera, el mapa crea aquí el terreno antes que representarlo, hasta confundirse con él. Lo que es decir también que el lenguaje, incluido el de la clínica, antes que tener una función de representación de la realidad está anudado en la misma operación de la construcción y de la percepción de esa realidad. Es algo tan extraño como familiar para alguien formado en la orientación lacaniana más clásica: la percepción eclipsa la estructura allí donde esta estructura revela el modo en que se construye esta percepción.

Vayamos ahora a considerar la naturaleza del terreno que hoy conocemos con el término de “psicosis ordinarias”. Imaginemos una suerte de Google Earth de la clínica en el que podamos visualizar el terreno y las localizaciones geográficas con sus nombres y fronteras. Encontramos ahí, siguiendo nuestra clínica clásica, claramente establecidos los dos grandes territorios de las neurosis y de las psicosis, con sus fronteras y subfronteras, con la histeria y la obsesión por una parte,  con la paranoia y la esquizofrenia por la otra. Podemos localizar también la melancolía, también las perversiones, aunque a veces se desdibujen un poco más en algunas de sus fronteras para revelar su condición de rasgos que pueden compartir países distintos. Existen, en efecto, rasgos melancólicos en varios lugares de los continentes delimitados, así como rasgos de perversión, para retomar el tema de un En Encuentro internacional del Campo Freudiano de hace ya unas décadas.
Si escribimos ahora “psicosis ordinarias” en este buscador imaginario del Google Earth de la clínica para ver cómo los zooms sucesivos nos conducen a una localización precisa, ¡oh sorpresa!, la lista de lugares que aparecen en la ventanita de búsqueda se alarga más y más, hasta hacerse presumiblemente infinita. Hasta tal punto que parecería que las “psicosis ordinarias” pueden estar hoy en cualquier parte del mapa, sin poderse reducir su descripción a un rasgo ni tampoco constituirse en un continente en sí mismo. Si clicamos en uno cualquiera de esos nombres nos conduce sin embargo a lugares ya conocidos. Y si seguimos verificando la lista tal vez podríamos concluir entonces que la psicosis ordinaria es en realidad el propio Google Earth en su conjunto, el propio sistema de representación con el que intentamos localizar los lugares de nuestra clínica clásica. Es una clínica hecha de rasgos discretos, que valen por la diferencia que existe entre unos y otros, al estilo del sistema estructural de la lengua que conocemos desde la lingüística de Saussure. Pero aquí los rasgos son tan discretos —permítanme el equívoco de esta palabra—, tan sutiles que desaparecen a la vista general y sólo aparecen en la singularidad de cada caso, y cada vez de manera distinta. Difícil construir un mapa general y un buscador precisos con estas condiciones de representación, a no ser, como decimos, que el lugar en cuestión que buscamos no sea finalmente el propio sistema de representación en el que operamos.

Digamos de inmediato que esta paradoja no nos parece nada extraña a los lectores de Jacques Lacan. Está presente desde muy temprano en su enseñanza. Él mismo leyó su propia entrada en el psicoanálisis, la que lleva el título de su famosa tesis de 1932, On Paranoiac Psychosis in its Relations to the Personality, diciendo unos años después que la personalidad es la paranoia y que es por esta razón que no hay de hecho relaciones entre la una y la otra. Nada más normal que la personalidad, nada menos discreto también, tómese el término “discreto” con el equívoco que hemos señalado.
Pero entonces, ¿es que la categoría de “psicosis ordinarias”, que nos parecía tan efectiva en su uso, se nos evapora ahora precisamente por la extensión y efectividad de ese uso? ¿No nos estará ocurriendo lo mismo que señalaba Lacan en los años cincuenta cuando estudiaba el uso de la interpretación en el medio analítico a partir de las observaciones de Edward Glover? Les recuerdo su indicación al respecto en su escrito sobre “The direction of the treatment and the principles of its power”: Edward Glover, a falta del término de significante para operar en la experiencia analítica, —escribe lacan— “finds interpretation everywhere, being unable to stop it anywhere, even in the banality of a medical prescription.”[2]
Un extravío tal sería sin duda nuestra segura confusión de lenguas, confusión que se añadiría a la Babel actual de la clínica, una clínica que parece desaparecer, ella misma, en el mundo de las nosografías cada vez más desordenadas y hoy alimentadas por la crisis del sistema DSM. Es sabido que la crisis de este sistema, en sus nuevas versiones, ha extendido de tal manera las descripciones de lo patológico en la vida cotidiana que no hay un solo rincón que no sea diagnosticado como un posible “disorder”. Hasta el punto que alguien ha dicho que si uno no se encuentra descrito en alguna de las páginas del manual es porque realmente debe tener un grave “disorder”.
Se trata en realidad de un error de perspectiva homólogo al que describíamos con el modelo Google Earth. Con la introducción de la categoría de las “psicosis ordinarias” en la clínica nos encontramos —como señalaba Jacques-Alain Miller en el momento mismo de introducir el término— “divididos entre dos puntos de vista contrastados, pero que no son excluyentes uno de otro”[3]. Desde la primera perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la primera enseñanza de Lacan, hay discontinuidad entre neurosis y psicosis, hay fronteras más o menos precisas, hay elementos discretos y diferenciales, tributarios de la lógica con la que funcionan los Nombres del Padre y la lógica del significante que opera de modo discrecional, por las diferencias relativas entre los elementos. Cuando hay una frontera en el mapa, hay diferencias discrecionales entre dos territorios, hay también posible reciprocidad entre ellos para definir lo que uno es y no es en relación al otro. Desde la segunda perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la última enseñanza de Lacan, se pone más bien de relieve la continuidad entre territorios, aquello que los hace contiguos, como dos modos de responder a un mismo real, como dos modos de goce ante una misma dificultad de ser. No se trata ya en esta segunda perspectiva de establecer fronteras sino de constatar anudamientos y desanudamientos entre hilos que están en continuidad.

Así, podemos decir que no hay propiamente una descripción clínica de las psicosis ordinarias según el modelo clásico que ordena sus categorías a partir de una serie de rasgos presentes en el interior de un conjunto más o menos bien delimitado. Resultaría imposible entonces incluir una categoría así en la lógica del DSM o de los manuales de diagnóstico habituales, donde se enumeran los rasgos que deben estar presentes para cada categoría clínica. Desde el punto de vista descriptivo podrían definirse más bien por un rasgo que encontramos a faltar, nunca el  mismo por otra parte, por aquello que sentimos que falta en relación a las psicosis clásicas, pero también por lo que encontramos a faltar en relación a las neurosis clásicas. Nos vemos obligados entonces a definirlas, más que nunca, caso por caso, y siempre según el contexto en el que encontramos esa falta.
Si me permiten decirlo así, la categoría “psicosis ordinarias” incluye entonces a las categorías que no se incluyen a sí mismas: parece una histeria pero no es una histeria, no incluye los rasgos que conocemos de la histeria, parece una obsesión pero que no incluye los rasgos de la obsesión, parece una paranoia pero no incluye los rasgos de la paranoia… Lo que convierte a las psicosis ordinarias en una suerte de paradoja de Russell, la conocida paradoja de aquel conjunto que incluye a los conjuntos que no se incluyen a sí mismos. Hay varias maneras de ilustrar la paradoja de Russell, una es la del catálogo que incluye a todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos, sin poder concluir finalmente sobre la pregunta de si el primer catálogo se incluye o no a sí mismo.
De este modo, la categoría de las psicosis ordinarias hace estallar el sistema diagnóstico de la clínica estructural. Ocurre con ellas algo parecido a lo que ocurría en la primera clínica freudiana con la introducción de las llamadas “neurosis actuales”, las neurosis que Freud distinguía de las psiconeurosis clásicas y que se definían por su falta de historia infantil y por la falta de sobredeterminación simbólica de lo síntomas. Toda neurosis era una neurosis actual hasta que no se encontraran estos dos elementos estructurales que no cesaban de no escribirse… hasta el encuentro contingente que decantaba su significación.
Digamos que el único modo de verificar este hecho, el único modo de poner a prueba este real que no cesa de no escribirse en cada caso es la propia estructura de la experiencia analítica, la estructura que se pone a la luz del día en el fenómeno de la transferencia.
Dicho de otro modo y para concluir: las psicosis ordinarias sólo se ordenan clínicamente cuando sus fenómenos se precipitan, se ordenan, en la lógica de la transferencia. Sólo allí se revelan las psicosis ordinarias como ordenadas bajo transferencia.





* Intervención en el NLS Congress – Dublin, July 2016.
[1] Jacques-Alain Miller, en IRMA “La psychose ordinaire”, Agalma 1999, p, 230.
[2] Jacques Lacan, Écrits: a selection, Roytledge, London2002, p. 258.
[3] Jacques-Alain Miller, opus cit. p. 231.

Psychosis, Ordered Under Transference






















The solidity of a clinical concept is measured by the effectiveness of its use, especially when it accounts for a field of phenomena for which there did not exist before an established map*. From this perspective, we can doubtlessly say that the concept of “ordinary psychoses”, coined by Jacques-Alain Miller at the end of the 90’s, has come to be an already established clinical concept, a concept of enormous effectiveness given its widely extended use since then in the Freudian Field… and beyond. The ordinary psychoses account for a series of phenomena that at times go unnoticed for their apparent normality, but that when listened to from the perspective of Lacan’s teaching indicate the structural conditions that we have learnt to locate in the field of psychosis. Discreet body events, subtle plumb lines of meaning in the sliding of signification, veiled and allusive phenomena, minimalist substitutes in which the subject sustains the fragile stability of its reality. These phenomena were there, for all to see, but in their frequency they were confused with the landscape of normality. As Jacques-Alain Miller himself indicated in the today well-known “Antibes Convention”: “we have passed from surprise to rarity, from rarity to frequency”.[1] That is, we have passed from the surprise at the encounter with the exceptional and the extraordinary to the registering of phenomena that by their frequency had already become familiar to us.
But precisely where the prejudice of normality operates, that fantasy that acquires in our days the category of statistical truth, what is stake is always the encountering of the strangeness of the clinical trait in its most singular detail. In this way, the ordinary psychoses reveal themselves to us now as a kind of purloined letter of our clinic: they were so open to the view of all that were hidden to that of each. A slight displacement of the clinical focus was enough to make apparent in these phenomena the structure of the psychoses in their diverse forms of knotting, and to reveal with this change of perspective that, in the clinic, the strangest was inhabiting the most familiar. The ordinary psychoses are also in this way the Unheimlich (the strangely familiar) of our clinic. And it is not infrequent to obtain in the practicing psychoanalyst this affect linked to the Unheimlich when the strangely familiar dimension of these phenomena is pointed out.
       So, if the concept of the ordinary psychoses has come to delimit the map of what was until then a terra incognita of our clinic, this is also because it shows that the orography of its terrain is present in every one of the continents previously defined by classical cartography, the cartography distributed according to the categories of psychosis, neurosis, and perversion. Put differently, the map here creates the territory before representing it, even to the point of becoming confused with it. Which is also to say that, before it has a function of the representation of reality, language – including that of the clinic – is knotted in the very operation of the construction and perception of this reality. This is something as strange as it is familiar to someone formed in the most classical Lacanian orientation: perception eclipses structure precisely where this structure reveals the way in which this perception is constructed.

We are now going to consider the nature of the terrain that we know today with the term “ordinary psychoses”. Imagine a kind of Google Earth of the clinic in which we can visualise the terrain and the geographical locations with their names and borders. We find here clearly established, following our classical clinic, the two great territories of the neuroses and the psychoses, with their borders and sub-borders, with hysteria and obsession on one side and paranoia and schizophrenia on the other. We can also locate melancholy and the perversions, although at times they blur a little bit more at some of their borders in order to reveal their condition of traits that can be shared by different countries. Melancholic traits exist, in effect, in various places of the delimited continents, just like traits of perversion, to take up again the theme of an International Encounter of the Freudian Field from decades ago.
       If we now write “ordinary psychoses” in this imaginary search engine of the clinical Google Earth, in order to see how the successive zooms lead us to a precise location, then surprise, surprise!, the list of places that appear in the search window becomes longer and longer, until it presumably becomes infinite. To such a degree that it would seem that the “ordinary psychoses” can be today in any part of the map, without it being possible to either reduce their description to a trait or constitute them as a self-enclosed continent. If we click on any one of these names, it leads us however to already known places. And if we continue to verify the list, perhaps we can then conclude that ordinary psychosis is in reality Google Earth itself as a whole, the very system of representation with which we try to locate the places of our classical clinic. It is a clinic made up of discreet traits, which count because of the difference that exists between each one of them, in the style of the structural system of language (la langue) that we know since Saussure’s linguistics. But the traits are so discreet here – allow me the equivocalness of this word – so subtle, that they disappear from the general view and only appear in the singularity of each case, and each time in a distinct manner. It is difficult to construct a general map and a precise search engine with these conditions of representation, without, as we said, the place in question that we are looking for finally becoming the very system of representation within which we operate.

We should immediately say that this paradox does not seem at all strange to the readers of Jacques Lacan. It is present from a very early point in his teaching. He himself read his entry into psychoanalysis, which carries the title of his famous 1932 thesis, On Paranoiac Psychosis in its Relations to the Personality, by saying a few years later that personality is paranoia, and that it is for this reason that there are not in fact relations between the one and the other. There is nothing more normal than personality, nothing less discreet too, if we take the term “discreet” with the equivocalness that we have pointed out.
But does the category of “ordinary psychoses”, which seemed to us so effective in its use, not then evaporate now precisely because of the extension and effectiveness of this use? Is the same not happening to us as what Lacan drew attention to in the 50’s when he studied the use of interpretation in the analytic medium starting from the observations of Edward Glover? I remind you of his indication concerning this in his Écrit on “The Direction of the Treatment and the Principles of Its Power”. Edward Glover, Lacan writes, lacking the term of the signifier in order to operate in analytic experience, “finds interpretation everywhere, being unable to stop it anywhere, even in the banality of a medical prescription.”[2]
Our confusion of languages would doubtlessly constitute such a going astray, a confusion that would add itself to the current clinical Babel, a clinic that itself seems to disappear in the world of increasingly disordered nosographies, further fed today by the crisis of the DSM system. It is well known that the crisis of this system, in its new versions, has extended in such a way the descriptions of the pathological in everyday life that there is no longer a single corner of human existence that is not diagnosed as a possible “disorder”. Up to the point that someone has said that, if one doesn’t find oneself described in one of the pages of the manual, this is because one really must have a serious “disorder”.
We are dealing in reality with an error of perspective homologous to the one we described with the Google Earth model. With the introduction of the category of the “ordinary psychoses” into the clinic we find ourselves – as Jacques-Alain Miller pointed out in the very moment in which he introduced the term – “divided between two points of view that are contrasting, but that do not exclude one another”.[3] From the first perspective, which we can order using Lacan’s first teaching, there is a discontinuity between neurosis and psychosis, there are more or less precise borders, there are discrete and differential elements, tributaries of the logic with which the Names-of-the-Father function, and of the logic of the signifier which operates in a discretional way, by means of the relative differences between the elements. When there is a border on the map, there are discretional differences between the territories, there is also a possible reciprocity between them in order to define what one is and is not in relation to the other. From the second perspective, which we can order using Lacan’s last teaching, it is rather the continuity between territories that is highlighted, what makes them contiguous, as two modes of response to the same real, as two modes of jouissance confronted with the same difficulty of being. We are no longer concerned in this second perspective with the establishment of borders, but instead with the verification of knottings and unknottings between continuous threads.

In this way, we can say that there is no proper clinical description of the ordinary psychoses according to the classical model, which orders their categories starting from a series of traits present in the interior of a more or less well-delimited set. It would be impossible then to include such a category in the logic of the DSM or the usual diagnostic manuals, where the traits are enumerated that must be present for each clinical category. From the descriptive point of view, the ordinary psychoses could be better defined by a trait that we find to be lacking, never the same one in any case, by that which we feel to be lacking in relation to the classical psychoses, but also by that which we find to be lacking in relation to the classical neuroses. We find ourselves obliged to define them, then, more than ever, case by case, and always according to the context in which we find this lack.
If you allow me to put it like this, the category of “ordinary psychoses” then includes the categories that don’t include themselves: it looks like a hysteria but it isn’t a hysteria, it doesn’t include the traits that we know of hysteria, it looks like an obsession but it doesn’t include the traits of obsession, it looks like a paranoia but it doesn’t include the traits of paranoia… This transforms the ordinary psychoses into a kind of Russell’s paradox, the well-known paradox of the set that includes the sets that don’t include themselves. There are various ways of illustrating Russell’s paradox, one is that of the catalogue that includes all the catalogues that don’t include themselves, without being able to finally conclude with the question of whether the first catalogue includes itself or not.
 In this way, the category of the ordinary psychoses explodes the diagnostic system of the structural clinic. Something similar occurs with them as occurred in the first Freudian clinic with the introduction of the “actual neuroses”, the neuroses that Freud distinguished from the classical psychoneuroses, and that are defined by the lack of an infantile history and the lack of a symbolic overdetermination of symptoms. Every neurosis was an actual neurosis until these two structural elements were found that didn’t stop not writing themselves… up until the contingent encounter that decanted their signification.
Let us say that the only mode of verifying this fact, the only mode of putting to the test this real that doesn’t stop not writing itself in every case, is the very structure of the analytic experience, the structure that is thrown into the light of day in the phenomenon of the transference.
Put differently and to conclude: the ordinary psychoses are only clinically ordered when their phenomena are precipitated, ordered, in the logic of the transference. It is only there that the ordinary psychoses are revealed as ordered under transference.



* NLS Congress – Dublin, July 2016
[1] Jacques-Alain Miller, en IRMA “La psychose ordinaire”, Agalma 1999, p, 230.
[2] Jacques Lacan, Écrits: a selection, Routledge, London2002, p. 258.
[3] Jacques-Alain Miller, opus cit. p. 231.