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10 de desembre 2010

El sujeto del azar










El matemático Joseph Bertrand pudo escribir: "Una moneda no tiene conciencia ni memoria". Sin embargo, parece que se las atribuimos inevitablemente, por ejemplo después de haber salido "cara" cinco veces seguidas en lo que concebimos como tiradas al azar. La probabilidad de que salga cara o cruz sigue siendo la misma en cada tirada. A pesar de ello, el jugador cree que la moneda le "debe" ya una cruz, y puede perder su fortuna en esta creencia.


Sólo en la espera - fenómeno plenamente subjetivo - producida en una secuencia de tiradas tiene sentido hablar de probabilidad. Del mismo modo, sólo al efectuar una medida la realidad se convierte en probabilística.

El problema de las leyes del azar y sus probabilidades es, pues, enteramente subjetivo: ¿Por qué esperar a cinco "caras" para reclamar mi "cruz", y no cien, o mil, o incluso sólo una...?


En buena lógica, no hay absolutamente nada sospechoso en el hecho de que salga cara 100 veces seguidas. Todo un estudio como el excelente "El Azar" de Émile Borel (La Pléyade, 1974) está hecho para mostrarnos eso y para denunciar la "creencia antropomórfica" que supone esa "sospecha", en nada distinta a la superstición o a las "sincronicidades" que interesaron a Carl Gustav Jung y al físico Wolfgang Pauli. Simplemente, son hechos sucesivos pero independientes.


Sólo introduciendo el "sujeto de una espera" podemos empezar a hablar de probabilidad en una secuencia de hechos independientes. Es lo que la noción de "esperanza matemática", - criticada por Borel por esa misma razón como un puro eufemismo -, intenta aislar.


Pero con la introducción de ese sujeto de la espera, ¡es todo un mundo simbólico de determinaciones el que se nos ha colado en el interior del estudio objetivo de las leyes del azar y de las probabilidades!


Hay una excelente obra de teatro de Tom Stoppard (versionada en una no menos excelente película) titulada "Rosencrantz and Guildenstern are dead". Empieza con una impagable escena en la que los dos personajes juegan a cara y cruz. Han lanzado 90 monedas, todas han salido cara, una vez tras otra, y han ido a parar al bolsillo de Rosencrantz que sigue apostando cara.


La escena, por absurda que parezca, muestra que suponer que las monedas están trucadas es tan supersticioso como creer que saldrá cruz en la siguiente.


Puede verse la escena en este enlace.


Imposible entender la extrañeza, casi siniestra en lo cómico, que produce dicha escena sin introducir en su estudio objetivo, así como en el propio estudio de la estadística, lo que hemos llamado provisionalmente "sujeto de la espera".


Es lo que la lectura del libro de Émile Borel nos sugiere también. Aquí va una de sus observaciones, aparentemente inocua:


"Es sobre lo que 'yo sé', y no sobre mi ignorancia, que basaré la afirmación de que la probabilidad para que la carta elegida sea el siete de pique es precisamente 1/32, si el mazo es de 32 cartas". ("El azar", La Pléyade, p. 34)


Borel toma aquí el problema a la inversa de lo habitual, no a partir de lo que 'yo ignoro' sino a partir de lo que 'yo sé', para mostrar que ese saber previo es determinante en el juego. La afirmación - ampliamente sostenida - de que el azar es el nombre dado a nuestra ignorancia resulta entonces impropia, si no absolutamente fuera de lugar.


Es fundamental, por ejemplo, 'saber' de antemano la diferencia entre Cara y Cruz, para que el juego de Cara o Cruz tenga el más mínimo sentido para alguien. Puede parecer una obviedad pero las consecuencias de la observación de Borel son mucho mayores de lo que parece a simple vista. Como buen matemático, estudiará las 'leyes del azar'; como buen pensador, conducirá el problema del azar y de la probabilidad a un problema totalmente anclado en el lenguaje con el que interpretamos lo real.


Se trata aquí de la mínima oposición entre dos términos, dos significantes diremos: Cara - Cruz. Es sólo a partir de esta oposición significante que el sujeto - el sujeto de la espera, de la "esperanza matemática", del deseo también - hace su entrada en el juego de manera irreversible para no poder ya salir de él.


Y no habrá modo de quitárselo de encima con exorcismo alguno de "objetividad" a lo largo del juego en el que es la combinatoria de los significantes, ordenados en la serie de acontecimientos de que se trate, la que determina a ese sujeto, sin que él lo sepa en realidad. Tenemos, pues, de nuevo al sujeto reentrando en el cajón de nuestra supuesta objetividad, y determinado (sobredeterminado, para ser más precisos) por una mínima estructura de lenguaje.


"Sin que él lo sepa", hemos escrito. En este punto, la hipótesis del inconsciente me parece muy bien fundada. Podríamos tomar, en lugar de "Cara" y "Cruz", cualquiera de los significantes en juego en una formación del inconsciente (sueño, lapsus, síntoma, acto fallido, "sincronicidad" incluida) para seguir la misma lógica. Es lo que el propio S. Freud hizo en cada caso, especialmente en su "Psicopatología de la vida cotidiana", para situar al sujeto del inconsciente.


Corolario: es sólo este "sujeto de la espera" el que nos permite 'creer' en el azar y en las probabilidades. También en el propio inconsciente.


03 de desembre 2010

El inconsciente de la ciencia










Mathematics is not real, but it 'feels' real. Where is this place?
Esta enigmática frase es de Richard Feynman, uno de los físicos más notables del siglo XX, Premio Nobel en 1965. No sé muy bien cómo traducir el feeling de su frase para que no quede como algo demasiado "sensible": "Las Matemáticas no son algo real, pero 'parecen' algo real. ¿Dónde está ese lugar?"
¿A qué lugar se refiere la pregunta de Feynman? No creo que pudiera ser tildado de alguien trascendentalista o esotérico. Pero está claro que no pensaba en lo real observable empíricamente desde una perspectiva positivista. ¿Hay otro real?
Arriesguemos una hipótesis: ese lugar es el lugar del símbolo en el lenguaje. Vayamos más lejos y digamos: es el inconsciente real.
El inconsciente, ¿un lugar? Estos días en los que se ha anunciado la triste clausura del lugar llamado Chillida-Leku - buen lugar para preguntarse por esa clase de "lugar" - podemos citar a quien lo abrió: "Ocupar un lugar y no tener medida: ¿no será esto el espacio?" (Eduardo Chillida)

¿Espacio o lugar vacío?
Una vez ahí, y siguiendo la propia exploración del artista, podemos muy bien preguntarnos: ¿se trata de un espacio o de un lugar vacío? Aparece en este punto un pequeño "gran problema". Para la Física actual - que me corrijan los especialistas - parece que el vacío está lleno, muy lleno de otras cosas: sede frenética de rapidísimos procesos cuánticos... superposición de infinitas vibraciones... Lo real, inesperadamente, sigue manifestando un horror vacui radical.
¿Será entonces el vacío sólo una ficción, una ficción necesaria sin embargo, una ficción generada por el lenguaje para hacernos representable un lugar y habitable lo real del espacio, del espacio que llamamos real?
Evoquemos aquí la imagen de aquel niño autista recorriendo frenético el perímetro, imposible de construir en su repetido deambular, del patio de la escuela. Es un patio demasiado lleno, sin posible lugar vacío donde estar, un patio donde juegan unos seres inexistentes para él. No, no quiere salir del patio saltando su valla, sólo intenta inscribir algún lugar en su espacio real, demasiado real e imposible de vivir.
Esta ficción del lenguaje ¿no sería finalmente la condición de existencia de "ese lugar" feynmaniano donde habitan las matemáticas y donde se hace posible la propia ciencia?
¿No será ese, precisamente, el lugar del inconsciente en la ciencia de nuestro tiempo?
It feels real... so real, Mr. Feynman.