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27 de desembre 2018

Germán García, la Biblioteca



Me llaman de madrugada para darme la noticia. Con Germán muchas cosas, a veces las más importantes, ocurrían de madrugada. Después me escriben desde varios lugares para insistir en la noticia que ya me ha llegado, lacerante. Por favor, no me escriban más, ya me he enterado. Finalmente respondo por e-mail a uno de sus amigos, César Mazza, que me escribe desde Córdoba (Argentina): “Acaban de llamarme por teléfono para darme la triste noticia. Aquí son las dos de la madrugada y sé que esta noche no dormiré, como otras tantas noches de conversación incesante con Germán. Así que me tomo un whisky, como en las infinitas noches de Bocaccio —aquel resto infame de la izquierda-caviar barcelonesa en el que gastamos juntos tantas horas “de blableta”, yo vivía justo al lado— y lloro al saber que no podré ya volver a hablar con él. De momento no sé hacer nada más. Intento escribir algo, para seguir hablando con él… Un abrazo”. Y entonces escribo esto que sigue, para intentar hablar de él.

Lúcido conversador, nada conservador. Polémico es decir poco. Siempre excesivo —“punyent”, como decimos en catalán—, hasta agotar al interlocutor más paciente si había conseguido sostener la palabra con él hasta la madrugada. Agente provocador: de instituciones psicoanalíticas, de grupos literarios, de revistas, de bibliotecas inacabables, de sectas infames, de escuelas en proyecto, de escuelas disueltas por no haber estado a la altura del proyecto, de células subversivas tramando asaltos al poder de los impostores del saber, de descartes de barajas confundidas. Sí, “Descartes”, esta ha sido y será su apuesta final en el juego del significante que nos marca a todos. Sin cartas marcadas, sin embargo, porque Germán nunca jugaba en falso ni de farol, siempre con las cartas boca arriba. O lo tomas o lo dejas. Y era siempre difícil tomarlo en bloque.

La primera vez que lo conocí me dio un libro, un libro sobre retórica de la editorial Gredos, lo recuerdo con precisión. He escrito bien: “la primera vez que lo conocí”, porque lo conocí muchas veces más, sin llegar a conocerlo del todo. Germán era uno un día, otro el otro día —eso sin contar las noches— y uno no sabía a veces con cuál quedarse. La última vez que lo conocí, hace tan sólo unos meses, también me dio un libro, esta vez sobre filosofía del lenguaje. Era un buen libro, como todos los que, de una forma u otra, me dio a leer. Esta última vez fue en Buenos Aires, en un bar —dónde si no— en el que me citó para seguir la conversación. Él estaba siempre en Buenos Aires incluso cuando estaba en París o en Barcelona, donde vivió unos cinco años que fueron para muchos de nosotros —barceloneses todos de adopción—, fundamentales en nuestra formación, como psicoanalistas y como lectores. Porque Germán era un lector antes que psicoanalista. O mejor, era psicoanalista porque era primero un buen lector. Y por eso amaba a las librerías y a las bibliotecas (en mayúsculas y en minúsculas). Amaba a la Biblioteca Freudiana de Barcelona en primer lugar, la que había fundado su maestro Oscar Masotta. ¡Cuántas veces terminábamos con él en la única librería que quedaba abierta en Barcelona a altas horas de la noche! A él seguramente le recordaba las innumerables librerías abiertas en Buenos Aires hasta bien entrada la madrugada. Pero Tuset Street no era Corrientes de madrugada. Y Germán se volvió un día de 1985 a Buenos Aires después de dejarnos a todo un grupo —sí, era un grupo que quería dejar de serlo— un lápiz a cada uno en aquel bar de Tuset como signo de una alianza: “como los siete anillos que Freud dejó a sus alumnos” — nos dijo con cierta ironía. Éramos algunos más de siete. Y de ahí siguió una transferencia de trabajo que fue a parar al Campo Freudiano gracias a él también. Y de ahí, vía Jacques-Alain Miller que le rindió ya un homenaje, hasta donde estamos hoy. De hecho, fue él quien una noche —otra— me dijo: “Ves a París a hablar con Miller, a ver qué podemos organizar aquí en Barcelona”. Y le hice caso, y eso cambió las cosas, sobre todo para mí.

Germán era la conversación incesante y era también los libros. Siempre y cada vez, la generosidad intelectual, sin confort posible. El libro que Germán te daba a leer era siempre un buen libro, —empezando, por supuesto, por los “Escritos” y los Seminarios de Lacan. Siempre era un buen libro porque para Germán no había buenos o malos libros sino buenos o malos lectores. Siempre era un buen libro porque era él quien te lo daba a leer. Eso era la transferencia, recíproca porque él también leía lo que uno le daba a leer, si ese uno —no había tantos— merecía su confianza. Y nos dio muchos libros, a muchos, en muchos lugares de España. En realidad, nos dio una biblioteca entera. No es ninguna metáfora: la Biblioteca de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en Barcelona contiene en sus estanterías buena parte de la biblioteca que él juntó en sus años barceloneses. La otra parte quedó distribuida entre sus amigos. A mí me tocó Macedonio Fernández, y se lo agradezco infinitamente. Por eso también, por Macedonio, me resulta seguramente inútil escribir ahora la semblanza de Germán García, su biografía inverosímil, su amplia bibliografía más inverosímil todavía. Otros lo intentarán mejor que yo. Tiempo habrá para escribir lo que Germán García inscribió del psicoanálisis en castellano. Sólo un recuerdo más.

Pocos días antes de su retorno a Buenos Aires, pasamos toda una noche redactando una entrevista que debía publicarse en L’Ane, le magazin freudien, la revista dirigida por Judith Miller. Era una entrevista a la que Jacques-Alain Miller le invitó sabiendo que volvía a Buenos Aires, una entrevista que yo simulé hacerle y que en realidad se hacía él mismo charlando conmigo. “Germán García, allées et retours”, idas y vueltas. A las ocho de la mañana, una vez acabada la redacción, le dije ya agotado que me iba a dormir. —“¡Pero no, pibe! ¡Hay que mandarla a Miller por correo urgente para que salga en el próximo número de L’Ane!” Y ahí me fui, de buena mañana, a la oficina postal de San Gervasio para enviar por correo urgente —no, no existía todavía Internet— la entrevista que apareció, sí, publicada en un número de “L’Ane, le magazin freudien”. Hay que leerla.

Termino, con mi mayor estima y mi dolor, este testimonio bajo el golpe de la noticia: “El lector, diestro en ausencias…”


Miquel Bassols
27 de diciembre de 2018
8:00 de la mañana

08 de desembre 2018

Tres preguntas sobre lo femenino


























Entrevista publicada en "Feminismos Variaciones Controversias" - Colección Orientación Lacaniana, Grama, Buenos Aires 2018.


1-Como Ud. bien lo esclarece en su libro, lo femenino como alteridad radical, como Otro goce que no sería el fálico, no es sólo asunto de mujeres. Lo femenino es sin género. Describe a lo femenino como el ombligo mismo del ser que habla, lugar de lo real irrepresentable que marca el exilio interior. ¿Por qué cree que insiste en nuestro decir una asociación entre ese Otro goce y las mujeres?


Si partimos de la hipótesis freudiana —constatación más bien— según la cual en el inconsciente no hay una representación, una inscripción de la diferencia de los sexos, entonces es necesario preguntarse cómo trata el inconsciente la diferencia que establecemos entre lo masculino y lo femenino. La respuesta freudiana formalizada por Lacan en la primera parte de su enseñanza es simple. La diferencia es: o falo o castración. Es una diferencia binaria, 1/0, inherente a la propia estructura del lenguaje. Desde esta perspectiva, orientada por la propia lógica del significante, la diferencia es un hecho de discurso. Entonces, puede haber mujeres que sostienen una posición fálica, del lado masculino de la sexuación, y puede haber hombres que sostienen una posición no fálica, del lado femenino de la sexuación. En esta coyuntura, y a diferencia de lo que el propio Freud pudo sostener en un momento, la anatomía no es el destino. Lacan corrige a Freud en este punto: no hay otro destino que el que cada sujeto se construye en el lenguaje, a partir de su relación con el inconsciente estructurado como un lenguaje. Parecería éste un mundo muy bien ordenado por el significante, por la lógica binaria fundada en la diferencia: los que están de un lado y los que están del otro. El otro sería otro para el uno, y el uno sería otro para el otro. Reduplicaríamos así la diferencia anatómica hombre / mujer en una diferencia fundada en el discurso, masculino / femenino, siguiendo una reciprocidad que no hace falta que sea simétrica. 
Sólo que el ser hablante no es únicamente un hecho de discurso. Hay también el goce del cuerpo y el cuerpo es finalmente el Otro por excelencia para cada ser hablante. Lo que hace presente el goce femenino es que no hay reciprocidad posible, que no hay Otro del Otro, y que cuando el Otro se hace Otro para sí mismo, el goce del cuerpo es imposible de reconvertirse en el Uno del significante. Cuando se trata del goce no hay reciprocidad posible, y mucho menos simetría. Y ahí cada mujer, una por una, hace presente esta alteridad irreductible del goce. Sin que pueda decirse de “todas las mujeres”, o de la “La mujer” como tal, la singularidad del goce femenino en cada una está más allá de la lógica binaria falo / castración. Y el lenguaje, cada lenguaje, lleva la marca irreversible de este “no-todo”.


2-En Análisis terminable e interminable Freud desarrolla el concepto de Rechazo a la feminidad, que Ud.  retoma en su libro ¿Será eso lo que está en juego para el hombre que ejerce la violencia contra una mujer?

Esa es la hipótesis. La alteridad del goce femenino, alteridad también para cada mujer, es lo que para Freud queda rechazado en cada ser hablante, y es lo que significa para él la famosa roca de la castración al final del análisis. El término freudiano “Ablehnung”, rechazo, ha sido traducido también por “desautorización”. Cada sujeto desautorizaría así su parte femenina, la parte femenina del goce que insiste más allá de la lógica del falo y la castración. Hasta el punto de rechazarla con la segregación y la violencia. Ese es también el “no quiero saber nada de eso” que insiste en cada ser hablante y en las diversas formas de segregación que existen en nuestro mundo.

3- En el apartado denominado “Alteridad radical del Uno solo” usted indica dos modos de abordar lo femenino. Lo femenino como un S2, o bien lo femenino como un S1 solo. Dos lógicas para pensar lo femenino. Si consideramos al feminismo, como un semblante atravesado por la lógica fálica ¿podríamos considerar que se aleja de lo femenino a medida que avanza?

Hay feminismos diversos. Y podríamos distinguirlos siguiendo estos dos modos de abordar lo femenino. O bien tomando lo femenino en su diferencia con lo masculino, como Otro para el Uno, o bien tomando lo femenino como Otro para sí mismo. Tomemos la paradoja de Aquiles y la tortuga, evocada por Lacan al principio de su Seminario “Aún” a propósito del goce femenino. Desde la perspectiva de Aquiles, que se mueve siguiendo la lógica fálica un paso tras otro, en un espacio ordenado de modo binario, S1 --> S2, la tortuga resulta inalcanzable, sólo se reunirá con ella en la infinitud. Es también la paradoja de Zenón, es la imposibilidad de dar cuenta de lo real del goce en el espacio ordenado, contabilizado por los números naturales: 1, 2, 3,... n. Resulta que entre 1 y 2 hay ya un montón de intervalos más, una infinitud de números reales imposible de recubrir con los números llamados naturales. La infinitud en la que Alquiles podría reunirse con la tortuga Briseida está ya de hecho en cada paso que da Aquiles, entre un paso y otro, en cada intervalo del espacio que recorre. Y eso aunque fuera a la pata coja. Desde este lado, el lado fálico, en efecto, a cada paso que avanzamos nos alejamos más de la alteridad del goce femenino. Y es la paradoja que encontramos en muchos desarrollos de la teoría de los géneros fundados en la diferencia. Pero Lacan señala algo más: la tortuga Briseida es también tortuga para sí misma, es también Otra para sí misma. Y es ahí donde se abre la posibilidad de otra lógica para abordar lo femenino, más allá de la lógica fálica. La lógica de la diferencia ya no funciona en el espacio que recorre la tortuga Briseida. Es el espacio del Uno solo, sin Otro. En lugar de la diferencia, podemos echar mano de otros conceptos, otros términos. En francés se dispone del término “écart” que el filósofo Philippe Julien ha subrayado recientemente. Un “écart” es una desviación, algo que se tuerce, al estilo “queer”, y que no funciona por la diferencia con otro término. El goce del Uno-solo es “queer” por definición. Cada forma de goce tomada en su singularidad es, de hecho, un goce “queer”, torcido en relación a la norma fálica. Y no por su diferencia significante sino por su misma singularidad. Estudiar estas formas del goce “queer” es el reto que debe afrontar cada estudio singular de lo femenino.