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28 de juny 2011

Evaluación y pase



















“Evaluación y pase”: es el tema que me han propuesto para esta intervención*. Me pareció interesante la apuesta de conjugar dos términos que se nos presentan habitualmente como antinómicos, incluso como excluyentes. El dispositivo y la experiencia del pase parecen hechos, en efecto, para dinamitar cualquier pretensión de evaluación al uso en sus formas más o menos estandarizadas.

Estas formas diversas de evaluación tienen siempre un mismo objetivo: hacer un conjunto homogéneo con elementos heterogéneos, reuniendo en ese  conjunto elementos definidos a partir de un rasgo. Un elemento pertenece al conjunto si cumple con este rasgo. A partir de ahí, los elementos del conjunto pueden cuantificarse, ordenarse, combinarse de distintas formas, manejarse también para fines diversos… Es así también como empezó y avanzó la ciencia siguiendo la imposible divisa de Galileo: “medir todo lo medible y hacer medible todo lo que no sea medible”. La evaluación obtiene de este uso del número, el uso cuantitativo, su poder, también el que es hoy todo su poder de sugestión.

Por el contrario, en el pase nunca se trata de producir un conjunto, tampoco un conjunto de analistas definidos a partir de un rasgo cualquiera. El pase está hecho para mostrar precisamente que no hay conjunto posible fundado en el rasgo del analista como muestra o como universal. Y veremos además que hay otro uso posible del número y de lo matemático que Lacan avanzó en su momento para distinguirlo de su uso estadístico y cuantitativo. Por todo ello, del pase no podrá deducirse nunca la existencia de un conjunto de analistas. Deducimos una serie, la serie de los AE, lo que es muy distinto. Una serie solo se cuenta uno por uno y sin ninguna previsión posible de encontrar un rasgo de sus elementos que defina al conjunto como homogéneo. En una serie, cada elemento puede entrar a formar parte de ella a título de excepción.

Nada debería estar más alejado pues del culto a la ideología de la evaluación que el cultivo de la excepción que supone la experiencia del pase.

Sin embargo, conviene no olvidar que los psicoanalistas fueron los primeros que intentaron evaluar su experiencia en el campo “psi” con métodos objetivables, tomando así la delantera a los psicólogos y a los tecnosanitarios de hoy, incluso en el uso de la estadística. Recordemos, por ejemplo, que a partir de 1917 se encuentran ya los primeros estudios estadísticos de los resultados de curas gratuitas practicadas en los institutos psicoanalíticos, por ejemplo en el Policlínico Psicoanalítico de Berlín impulsado por Max Eitingon. Estos estudios tuvieron su continuación. Y tendría su interés desarrollar las consecuencias de esta orientación por los impasses a los que llevó.
Lo que nos importa ahora es situar los dos puntos que se muestran como irreductibes y que dan cuenta de un real imposible de evaluar por medio de parámetros comparativos o con criterios basados en la cuantificación. Porque son precisamente lo que me parecen los dos puntos clave de la actualidad del pase para nosotros.

1. El primero es la forma de satisfacción sustitutiva implicada en el síntoma, tan singular a cada caso como el fantasma que le daba su cobertura. Es propiamente lo que hoy situamos en cada caso como lo real del goce que ha quedado también como un resto irreciclable en la experiencia analítica.
Esta dimensión de resto fue subrayada por Jacques-Alain Miller como un punto de viraje para “reconfigurar nuestra clínica a partir de este punto”[1]. No es un daño colateral a despreciar en una experiencia que se reconoce ya en un más allá de los efectos terapéuticos, sino la palanca para comprender la estructura misma de aquello que localizamos en la última enseñanza de Lacan con el “sinthome”, esa opacidad de goce excluido del sentido. Desde esta perspectiva, no hay que “considerar los restos sintomáticos como detalles menudos –añade Jacques-Alain Miller- sino, al contrario, renunciar a la transparencia sin ceder en la elucidación”.
Ello deviene especialmente importante a propósito de la experiencia y las enseñanzas del pase: se trata de renunciar a todo posible reciclaje del resto en el todo de una demostración lógica y epistémica, pero también de no ceder en la elucidación permanente de ese resto que constituye el no-todo de la experiencia del pase. Es en el permanente fallar de esta demostración del resto que la clínica del pase puede tener la posibilidad de entregarnos la singularidad del deseo del analista. El destino de esta “manifestación residual” parece pues crucial en el devenir y en el porvenir del psicoanálisis, en aquello que éste puede demostrarnos sobre la novedad inédita del deseo del analista en nuestro mundo y, muy especialmente, en el campo de la ciencia.
Hemos obtenido y seguimos obteniendo en los testimonios de los AE una interesante serie – en el sentido fuerte del término – de diversas configuraciones de estos restos simtomáticos convertidos en sinthome.

2. El segundo punto de imposibilidad en la lógica evaluadora de la experiencia analítica es el hecho mismo de la transferencia como el vínculo en el que ésta se desarrolla y que no puede ser observable desde exterior alguno, simplemente porque no hay exterior al espacio de la transferencia. No hay, de hecho, objetivación posible de la transferencia.
Señalemos que en el mismo texto de “Análisis terminable e interminable”, donde aparece el térimno de “restos sintomáticos, aparece también la expresión “restos transferenciales” a propósito del Hombre de los lobos y de sus sucesivos análisis. “Algunos de estos episodios [patológicos] se hallaban todavía relacionados con restos de la transferencia, y cuando ocurría esto, aunque eran cortos, mostraban un carácter claramente paranoide”.
El pase, como experiencia y dispositivo, como su política misma, es también el tratamiento en la Escuela entendida como sujeto de este “real en juego en la formación del analista”  (tal como se expresaba Lacan en su “Proposición del 9 de Octubre de 1967”), el real en juego del analizante en su propia experiencia de transferencia.

Síntoma y transferencia se anudan entonces alrededor de un mismo real imposible de evaluar que el psicoanálisis toma como brújula de su transmisión.

Ante este real, Lacan apuntó en su momento la posibilidad de instituir una ciencia calificada de conjetural en la que el psicoanálisis encontraría su lugar. Creo que el término “conjetural” tiene todo su interés a propósito del pase para oponerlo precisamente al de evaluación. Es un término que tiene sus cartas de nobleza que hemos podido rastrear en un Nicolás de Cusa, autor en pleno siglo XV, además del más conocido “De docta ignorantia”, de un precioso texto titulado “De Coniecturis”, Las conjeturas. Nicolás de Cusa sostiene allí que “la exactitud de la verdad está fuera de nuestro alcance; la consecuencia es que toda aserción humana referida a lo verdadero es conjetura”[2]. Y, sin embargo, la conjetura no es la duda o la oscura niebla de lo incierto sino la manera de operar de una manera lógica con lo real.

Cuando se trata de lo real se trata entonces de una apuesta fundada en una conjetura y de una decisión tomada sobre esta conjetura. La conjetura no excluye pues la certeza, más bien es su primera condición, condición necesaria. Me parece una buena manera de situar la decisión de un cartel: una decisión fundada en una conjetura cuando ha encontrado la certeza.

Siguiendo las enseñanzas que hemos ido extrayendo de los carteles del pase, creo que pueden ordenarse muy bien a partir de estas dos dimensiones – la del resto sintomático y la del resto transferencial - que hemos encontrado como irreductibles para una posible ciencia analítica de lo real. Son las dos dimensiones de la experiencia analítica que encontramos siempre de un modo u otro en cada experiencia de pase: el resto sintomático y el resto transferencial.
Diré para concluir que es en el destino que sepamos darle, cada uno, a ambos restos donde se juega hoy el destino del psicoanálisis mismo.


* Intervención en la Jornada "Pase y Escuela" de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Madrid, 12 de Junio de 2011.

[1] Jacques-Alain Miller, “Semblantes y sinthomes. Presentación del tema del VII Congreso de la AMP”, en La Cause freudienne, nº 69, septiembre 2008, p. 131.
[2] Nicolas de Cues, Les Conjectures, Les Belles Lettres, Paris 2011, p. 2.

04 de juny 2011

La voz del Superyó: Just Do It!





















El concepto de Superyó no es claro ni transparente, merece ser historizado tanto en la obra de Freud como en la enseñanza de Lacan y en la propia historia de la clínica. Hay una historia del superyó que se hace presente en la variación de los síntomas de los que él mismo se alimenta. Existe el superyó freudiano que prohibe un goce de una manera siempre imposible de cumplir por completo, con esa ley loca que le dice al sujeto masculino: “así, como el padre, debes ser; y así, como el padre, no debes ser” (cf. S. Freud en “El Yo y el Ello” de 1923). Es el superyó que prohibe pero que también obliga poniendo al sujeto en una disyuntiva imposible de satisfacer: debes hacer A y no A a la vez.
La concepción lacaniana del Superyó operó muy pronto un desplazamiento desde el clásico superyó entendido como prohibición de un goce hacia el superyó, mucho más actual, entendido como un imperativo que finalmente impone al sujeto un goce igualmente imposible de obtener. Vivimos, es cierto, a escala global bajo el imperativo de la obtención de un goce que se revela siempre tan imposible de cumplir en su totalidad como inútil en su parcialidad, tan mortífero en sus consecuencias como ineficaz en su economía irreciclable. La conocida fórmula - “¡Goza!” - con la que Lacan distingue esta dimensión imperativa de un goce en el sujeto contemporáneo puede tener de hecho un buen antecedente en un pasaje de la obra del escritor André Gide, Corydon, alegato escrito en defensa de la homosexualidad contra el moralismo de su época. El autor pone allí en boca de la “voz de la naturaleza” este mismo imperativo, - “¡Goza!” – dirigido tanto al hombre como a la mujer. Es un imperativo que viene al lugar de un inexistente instinto sexual que diría tanto al uno como al otro cuál es el objeto natural y complementario de ese instinto. El imperativo “¡Goza!” que afecta a la pulsión del ser que habla, a diferencia del instinto natural, no dice sin embargo de qué objeto hay que gozar. Lo que produce a ese ser que habla un doble dolor de cabeza, siempre sintomático: tiene que satisfacer a la pulsión y tiene que hacerlo sin saber de entrada con qué objeto. Esta versión del “no hay relación sexual” en André Gide – no hay un objeto natural y determinado para la pulsión sexual –, esta dimensión que se expresa en el sujeto contemporáneo por un imperativo de goce llevado a veces hasta la muerte misma, será repescado por Jacques Lacan para dar la voz más precisa a ese Superyó tan enigmático como insidioso. Es una voz que aparece en toda la diversidad de fenómenos en la clínica contemporánea, desde la anorexia-bulimia, pasando por la serie de adicciones que alimentan la glotonería del Superyó. Si el Superyó prohibe un goce por una parte es para alimentarse él mismo de ese goce rechazado e imponer al sujeto un nuevo sacrificio bajo la forma de nuevos imperativos de goce. La economía de nuestra época y sus fracasos parecen seguir un guión escrito línea por línea por una instancia tan obscena y feroz.
Parece ser que cuando Lacan viajó a EEUU y vio la publicidad “Enjoy Coca-Cola!” escrita en letras luminosas colgando de los edificios urbanos comentó de inmediato: enjoy no será nunca una buena traducción del término jouissance. En efecto, la “jouissance” francesa no ha tenido en inglés ninguna buena traducción y las mejores versiones de textos lacanianaos han optado por dejar el término, tal cual, en francés. Nuestro “goce” castellano se acerca tal vez un poco más a esta dimensión; y el “gaudi” o la "fruïció" del catalán incluso un poco más…
En todo caso, puestos a encontrar fórmulas actuales del Superyó freudiano en la publicidad y en la psicopatología de la vida cotidiana, tenemos la del nuevo imperativo que alimenta hoy a esta figura obscena y feroz: “Just Do It!
Sí, “¡Simplemente hazlo!” parece hoy la fórmula, tan vacía como inmediata en su formulación, con la que economistas y políticos, higienistas y cientificistas, alimentan muchas veces el imperativo del Superyó. Es un imperativo que parece haber descubierto la inutilidad del goce en sí mismo para seguir la lógica implacable de un empuje al acto más allá del objeto del que habría de gozar. “¡Simplemente hazlo!” nos dice sin decirnos en realidad qué es lo que hay hacer.
Es en este nuevo imperativo donde podemos leer seguramente la voz actual del Superyó, una voz que se alimenta de la satisfacción pulsional en la clínica del pasaje al acto, tanto en la intimidad del sufrimiento como en su exposición más pública y, digamos también la palabra, indignante.