Pàgines

16 d’octubre 2010

Presentación de "Llull con Lacan", en la Llibreria Bertrand - 25 de Octubre


Llull con Lacan. El amor, la palabra y la letra en la psicosis, de Miquel Bassols
Editorial Gredos, Colección Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Madrid, 2010
Presentación en la Llibreria Bertrand, Rambla de Catalunya 37, 08007 Barcelona.
Lunes, 25 de Octubre de 2010, 19.30h
Presentación:
Juan Ramón Lairisa
, psicoanalista, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, director de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona.
Intervendrán:
José Enrique Ruiz-Domènec
, Doctor por la UAB, Catedrático de Historia Medieval, Director del Institut d’Estudis Medievals, editor de la revista Medievalia, miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y de la Real Academia de Doctores de Cataluña.
Antoni Vicens, psicoanalista, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Docente de la Sección Clínica de Barcelona (Institut du Champ Freudien), Doctor en Filosofía, profesor de la UAB.
En diálogo con el autor:
Miquel Bassols, psicoanalista, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de l’École de la Cause Freudienne, Coordinador y Docente de la Sección Clínica de Barcelona (Institut du Champ Freudien), Doctorado por el Département de Psychanalyse de Paris VIII.

02 d’octubre 2010

¡Adiós al Dodo!



Una lectura interesante que debería añadirse a la bibliografía de nuestras Jornadas*: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain (Ed. Trama, Madrid 1996). Conocí el librito gracias a nuestra colega Gradiva Reiter y su lectura es tan aconsejable como la de aquel Drama muy parisino de Alphonse Allais que Lacan citaba a menudo para mostrar la no relación entre los sexos. El relato conecta además el tema de las anteriores Jornadas de la ELP - las soledades – con el del último Congreso de la AMP – sinthoma y semblantes – y podría muy bien acompañarse con la revisión de aquella película de Marco Ferreri de finales de los años setenta, Ciao maschio! (Adiós al macho), que vapuleaba la imagen de una masculinidad ya hacía tiempo en declive.
Veamos sólo el inicio de este nuevo Génesis, que parece reescrito por Mark Twain como una posible respuesta a la fórmula lacaniana: “no hay relación sexual”.

Fragmentos del diario de Adán
"Lunes. La nueva criatura de pelo largo me sale al paso a cada momento. No deja de rondarme y de perseguirme. No me gusta, no estoy acostumbrado a tener compañía. Preferiría que se quedara con el resto de los animales… Día nuboso, con viento del este. Creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿De dónde he sacado esa palabra? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.” (p. 9)
El primer hombre no parecía en efecto muy proclive, según el relato de Twain, a dar un lugar a la alteridad, a la alteridad de Otro goce que no fuera el goce de su soledad. Parece incluso, ese primer hombre, un poco paranoico: no llega a entender que si el Otro anda por ahí no es necesariamente para perseguirle a él, el hombre que se siente tan a gusto en su introversión libidinal… Tal vez sea esa ceguera – más bien fálica – la misma que le impide entender que la presencia de aquella criatura en el paraíso es muy distinta a la del reino animal con la que tiende a confundirla. Y es una criatura distinta, en primer lugar, porque está afectada por el lenguaje. Aunque, es cierto, parece afectada por un lenguaje un poco distinto al suyo, al de ese pobre y ciego primer hombre que sólo sabe declinar verbos en primera persona del singular.
Y, de repente, el primer hombre se siente contagiado por el virus de la lengua del Otro que habla en él, con un deseo tan íntimo como ignorado, y que habla en un plural que no es mayestático, un plural que, en realidad, lo divide ya para siempre en su ser. El primer hombre entiende entonces, a su manera, que una lengua y un deseo lo antecedían, aunque sólo se le hayan hecho presentes en esa alteridad sobrevenida y posterior a él. “Mi vida no es tan grata como solía ser”, dirá después con cierto pesar, más allá ya del principio del placer que regía su paraíso.
Es lunes y el primer hombre puede muy bien añadir en el mejor estilo freudiano (cf. “El Humor” de 1927): “¡Bonita manera de empezar la semana!”
Veamos el martes.
Martes. He estado observando la gran catarata. Es el lugar más llamativo del Estado, creo. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara, ella sabrá por qué. Dice que se parece a las Cataratas del Niágara. No es una razón, no es más que un capricho, y una majadería. Jamás llego a tiempo de ponerle nombre a nada. La nueva criatura se lo pone a todo lo que se le cruza en el camino, antes de que pueda protestar siquiera. Y siempre con el mismo pretexto: parece esto o aquello. Por ejemplo el dodo. Dice que basta con mirarlo para saber al instante que “se parece a un dodo”. Está claro que tendrá que quedarse con ese nombre. Me fastidia molestarme por esto, y de todos modos no me sirve de nada. ¡Dodo! Se parece a un dodo lo que yo.” (p. 9-10)
¡Ah, el parecer! Es precisamente uno de los nombres, el mejor tal vez desde nuestro barroco, del “semblante” lacaniano. Si parece las Cataratas del Niágara, entonces es ya las Cataratas del Niágara. Como por encanto, el semblante crea la cosa, el parecer crea el ser sin necesidad de tener otra cosa, ni necesidad de objeto original alguno al que referirse en la realidad. A partir de ese día, para el primer hombre el mundo es un mundo de semblantes, semblantes que podrán parecerle tan insustanciales como el goce que lo habita… Buena forma de introducir la lógica del falo a partir de la nada, de un goce surgido de ella, tan sólo de un parecer.
El primer hombre no sabe, sin embargo, que comparte de hecho con esa “Nada” del goce que agujerea el falo algo más que su nombre, – Adán – su anagrama. Es esa nada, pura creación de lenguaje, la que lo divide de arriba abajo en todo su ser a partir de ahora para descompletarlo de manera irreversible. Y no podrá encontrar ya su complemento en ser alguno.
Al primer hombre hecho de la nada, ese encanto del parecer femenino, ese encanto del deseo del Otro, le parece primero un capricho más bien inútil, hecho para confundir el orden del mundo. Pero - ¡oh paradojas del parecer del objeto! – el primer hombre también encuentra en ese deseo inútil y extravagante – ella sabrá por qué – la anticipación del suyo, hasta el punto que terminará por identificarse con él.
Por ejemplo, terminará por identificarse con el dodo: “Se parece a un dodo lo que yo”, dice el primer hombre sin saber muy bien a qué se identifica en este nuevo mundo de semblantes surgidos del capricho del Otro.
¿Y qué es el dodo?
El Pájaro Dodo, según nos informa la ornitología, se vio por primera vez alrededor de 1600 en la isla Mauricio. Sólo quedan hoy dos cabezas de Pájaro Dodo y dos patas repartidas en varios museos europeos. El Pájaro Dodo se extinguió hacia 1681 y ha quedado de él alguna buena ilustración como la que encabeza este breve comentario.
Esperamos que haya causado el deseo de seguir la lectura del sabroso relato de Mark Twain que, por lo demás, tiene en el diario de Eva otras interesantes derivaciones… Sin desperdicio para entender por qué la masculinidad requiere hoy de nuevos semblantes.

*Este texto es una aportación al boletín Too Mach! de preparación de las IX Jornadas de la ELP sobre "Los hombres y sus semblantes".